En Chile algunos sacan cuentas muy alegres, otros obtienen ciertas victorias con sabor a derrota. Las encuestas no son los instrumentos a satanizar, pues estas solo miden la intención manifestada de una muestra demográfica y sobre ella aplican modelos estadísticos que le permiten proyectar tendencias, pero las personas se comportan de manera compleja e impredecible en estricto rigor, ya que las razones por las cuales pueden expresar preferencias puede estar dictaminada por una intención de ser percibidos favorablemente por sus pares y al momento de votar, expresan realmente lo que deseaban. El punto es que ninguna predicción se acercó lo suficiente a los resultados vividos en la jornada electoral el pasado domingo 19 de noviembre.
Senadores, diputados y consejeros regionales fueron elegidos en esta ocasión, lo cual significó inversión mediática, juego de alianzas, exposición de todos los candidatos y sus ideas o la falta de ellas. El punto es que en una elección se puede resumir la experiencia general asignando etiquetas tales como “lo bueno, lo malo y lo feo” aduciendo a aquello que se puede rescatar como positivo, las prácticas que como sociedad republicana y democrática debemos desechar de una buena vez y aquello que no es digno de ningún país que se considere, al menos, en vías de desarrollo.
Lo bueno
La democracia y sus procesos siempre generan movimiento. En Chile el voto es voluntario y como es de esperarse en cada país donde es así, se manejan cifras de participación cercanas al 60%. Considerando que el sistema voluntario es relativamente reciente y toma un tiempo en instalarse la conciencia de deber en una sociedad, la participación cercana al 46% es una buena señal. Cada vez los chilenos ven como propio el deber de hacer prosperar las ideas que consideran correctas para el devenir del país y su desarrollo armonioso. Esa conciencia debe aún ser nutrida por el buen desempeño de los políticos que elijan para ejercer cargos públicos, pero es un avance hacia un ideal de participación total.
Los jóvenes hicieron su parte y se sumaron como pocas veces al proceso y si algo debe reconocerse al frente Amplio es que fue capaz de movilizar a dicha masa tan típicamente indiferente a la política, así sea por los ideales más liberticidas tan propios de aquellos que aún no han revisado a conciencia la historia y creen que la felicidad general se obtiene solo con la voluntad de crearla, pero al menos fueron a sufragar y eso es un avance.
Muchos querrán clasificar dentro de lo bueno el hecho de que los chilenos en el extranjero tuvieron oportunidad de sufragar por primera vez, pero esa evaluación es discutible pues si bien quienes viven en el exterior pueden tener las mejores intenciones para su país y es un gesto que les permite sentirse más cerca de casa y aún más, pudiendo ser considerado un acto que les permite construir a distancia el Chile al cual quisieran retornar, en realidad no son ellos los que sufrirán las consecuencias de las decisiones tomadas. Es cierto que muchos de ellos son estudiantes becados y que volverán al país, pero no es el caso de la gran mayoría que ya lleva décadas fuera del país y que por más que gane su candidato no recibirán en carne propia las consecuencias de dicha elección. El tema da para discusión, pero a priori no es diferente a ver a un ciudadano ruso que vive en Finlandia votando por las presidenciales de Chile. Quien vive fuera de Chile de alguna manera, quiéralo o no, permanece ajeno a las consecuencias de las políticas locales.
Lo malo
Dentro de lo indiscutiblemente malo es el discurso aunado de los múltiples candidatos de izquierda (incluyendo a Carolina Goic) acerca de la importancia de impedir que gane la derecha. La repetición constante de esta premisa hace pensar que es muy poco lo que tienen que ofrecer y que su máximo aporte es negarle el poder a otro, haciendo ver la alternancia como algo funesto salido del mismo Hades. El hambre de poder es transversal, pero especialmente negativa cuando ocasiona que el debate sea agresivo, de baja calidad, insultante, dedicado al desprestigio de figuras personales y no a la discusión de ideas. Mientras las campañas sigan siendo personalistas y no en torno a las ideas, el único perjudicado es el país. Las campañas del terror son un argumento vago y facilista de los que no saben, no quieren ni pueden hacer política de calidad.
Lo feo
Imposible minimizar las quemas de buses, cortes de caminos y tomas de comandos opositores durante estas elecciones. El terrorismo no reconocido por el Estado, pero sufrido por la ciudadanía, vio en el ejercicio de la democracia una oportunidad para declarar lo que piensa de la libertad y actuó para coartarla dentro de lo posible. No es sorpresa que el gobierno minimizara estos hechos y no hiciera nada por resolver la situación. Tampoco se oyeron condenas oficialistas por la actitud antidemocrática de aquellos que se tomaron un comando de Sebastián Piñera con lienzos donde admitían que la violencia es un medio válido para chantajear a la institucionalidad.
“No basta con votar” decían algunas consignas apuntando a la lucha armada, la violencia, la destrucción y el chantaje para lograr objetivos políticos. No interesados en la amistad cívica, ni en acuerdos donde no haya ni minorías ni mayorías aplastadas, apuestan a la fuerza como método para establecer sus agendas. Ese tipo de disposiciones son las que llevan a los países al caos. No es heroísmo, no es idealismo, ni patriotismo ni rebeldía de la buena, simplemente es capricho político, voluntarismo totalitario y enemigo de la paz. Quienes defienden este formato son decididamente enemigos de la libertad y apenas tengan el poder en las manos mostrarán sus rasgos totalitarios.
De luces y sombras supo la jornada electoral, que nos guía a una segunda vuelta en diciembre. Esperando que la cordura regrese a imperar en el periodo intermedio y que gane la libertad.