La situación del Partido Demócrata Cristiano en Chile es delicada por decir lo menos. Sí, aquel partido que en los noventa era mayoría absoluta rigiendo ambas cámaras legislativas y con los Presidentes Aylwin y Frei como figuras insignes de su poderío.
La razón de tanta zozobra no es secreto para nadie. La situación política en Chile ha llevado a personas que componen los distintos partidos, a asumir posiciones que a veces están radicalmente opuestas a las de sus correligionarios. En distintos asuntos, el gobierno de Michelle Bachelet en particular ha logrado una increíble polarización que supone decisiones de todo o nada, o estás conmigo o contra mí haciendo que opositores políticos que solían llegar a acuerdos sobre todo gestados por el centro, hoy sean enemigos absolutos que incluso sin decirlo frontalmente, practican la mezquindad antojadiza de quien prefiere que el barco se hunda si ellos no lo comandan.
La democracia Cristiana siempre se caracterizó alrededor del mundo, por ser pragmática, pero sensible a las necesidades del prójimo o con una conciencia social como llaman ahora. Su planteamiento lógico intentaba potenciar la libertad, pero dentro del marco de humanismo cristiano y en Chile, después de la encíclica papal de León XIII, “Rerum Novarum” el énfasis fue respetar las libertades y orientarlas a reducir la pobreza como la mejor ayuda social posible para dar.
Siempre sobrios, ni muy sociales ni muy pragmáticos, siempre fueron la palanca de concilio en el país, aquellos que dominaban porque representaban la postura no tan arriesgada del chileno que históricamente valora la estabilidad y vota por quienes le auguren esa continuidad. Bajo la inspiración de Jacques Maritain como gurú de partido e ideólogo supremo, siempre se buscó la amistad cívica y la integración. Siendo tildados por muchos como oportunistas (que lo fueron) pero en esencia, siempre con una visión de centro.
Hoy las cosas han cambiado y el gobierno de Michelle Bachelet, más de sombras que de luces, los ha integrado con una participación penosa. Siempre como el acompañante incómodo en un gobierno donde el partido comunista era el brazo comandante. La participación de la Democracia Cristiana se volvió extraña por decir lo menos, pues vez tras vez se enfrentaron al ridículo, la ofensa, la ignominia incluso y venida de sus propias veredas con el ministro del Interior (miembro del partido) que llamó a su propia casa política “arroz de acompañamiento” dando a entender que si bien el partido participaba del gobierno, se le tenía por irrelevante y que se conformaran con los trabajos provistos porque la injerencia estaba radicada en otros partidos.
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Claro está que la Democracia Cristiana en Chile al menos, ha sido más que flexible políticamente, pero nunca había demonizado la diversidad dentro de sus filas como lo hace hoy. Es que la sola participación en el gobierno de Bachelet se ha tomado como un plebiscito interno y se ha utilizado como método de purga, pues los líderes actuales, defendiendo el indefendible “legado” han puesto contra la pared a los históricos, muchos de los cuales, frente a la propuesta izquierdizada y desequilibrada del oficialismo para las elecciones presidenciales, votaron por Piñera como una opción mucho más social demócrata. Lógico, si se mira desde el punto de vista de la ideología, pero escandaloso para los que ven la situación con los ojos del poder. A estos “disidentes” se los llama a terreno públicamente para enjuiciarlos políticamente por no votar por el oficialismo y se les hostiga.
Las elecciones no solo revelaron que la DC tiene una crisis sino que es más profunda de lo que todos creían. Solo obtuvo un magro 5 % de las presidenciales y perdieron muchísimos escaños en las parlamentarias. Esto, sumado a la “purga” llevada a cabo en el último tiempo, ha cansado a quienes deseaban seguir en ese centro social demócrata que los ha caracterizado. Liderados por Mariana Aylwin quien ha declarado que “ya no se puede seguir en una casa donde el marido te golpea todos los días” se ha de realizar un éxodo masivo de militantes, 31 para ser exactos, los cuales renuncian a su militancia, pero no tienen claro su paradero.
Ahora, lo que preocupa a muchos es que no queden referentes de centro dada la izquierdización de la Democracia Cristiana que pesó tener cargos por sobre tener coherencia. Se habla de crear nuevos espacios políticos al centro, un nuevo medio, pero no se sabe que inclinación tendría dicho sector. Algunos, como el histórico Jorge Schaulsohn, proponen la creación de un nuevo referente de “centro izquierda” como lo admitiera en su cuenta de twitter, pero la pregunta surge, ¿por qué de centro izquierda? ¿Quién dijo que el centro y la izquierda deben coincidir?
En Chile, históricamente la Democracia Cristiana apoyó al socialista Salvador Allende en tiempos previos a la crisis humanitaria en la que el expresidente introdujo al país, luego del golpe de estado de 1973, El partido DC, que en primera instancia celebró la intervención del ejército, luego se convirtió en oposición pues como dice en su manual, ellos son demócratas. Esto los acercó circunstancialmente a la izquierda que también decía querer volver a la democracia, pero de ir cada uno por su lado, no habrían logrado el objetivo y esto los mantuvo dentro de una coalición esencialmente de centro llamada “Concertación de Partidos por la Democracia”
Una vez recuperada dicha democracia, la uniones no naturales se esperaba se disolvieran, pero la DC siguió en la coalición que luego integraría al partido comunista y cambiaría de nombre para convertirse en la “Nueva Mayoría” que llevó a Michelle Bachelet a su segundo gobierno. La lección es que a veces hay que salir antes de que dicha unión contra natura te absorba, pero la DC se quedó para ser humillada, postergada y avergonzada por el Partido Comunista que era el verdadero gobernante de la coalición, sometiendo su dignidad e historia a la izquierda.
La Democracia Cristiana real, no es de izquierda, tampoco de derecha, tiene un prisma propio que mientras siga sacrificándolo para incrustarse en los círculos de poder jamás recobrará la dignidad perdida. Esa credibilidad que le permitió poner a dos presidentes consecutivos y que le otorgó hegemonía total en el parlamento. Una lección no aprendida por la actual dirigencia de la DC que permitió que la izquierda entrara en su patio y de ahí expulsó a los verdaderos dueños de casa.