La sustancia de una sociedad saludable, es la capacidad de sus miembros de coexistir pacíficamente y de la manera más libre posible. Cuando un grupo encasilla a otro como un enemigo común, bajo eslóganes de connotación negativa, lo que ocurre es que el tejido social comienza a romperse.
Algunas sociedades son más fuertes que otras en términos de unidad, o los factores que hacen que algunas superen grandes diferencias es que los ciclos se van cumpliendo y el dolor de la unidad en las diferencias es menor que el dolor de la división y aceptando este hecho, las sociedades pueden avanzar en la construcción del desarrollo.
El feminismo del siglo XXI y que en Chile ha mostrado uno de sus lados más politizados e ideologizados, lo que hace es precisamente intentar generar un ciclo donde la división y el odio hacia otro sea el motor de un cierto grupo social. Han convertido al país en el escenario de una guerra de los sexos donde simplemente al ser hombre, encajarás en una casilla llena de todos los adjetivos negativos asociados a la violencia y la opresión.
Esta casilla, diseñada por el movimiento, está creada para cumplir la función de selección de individuos aptos o no aptos para ser admitidos por la sociedad y basta con contradecir el discurso predominante de estas vociferantes minorías para ser catalogado/a como “NO APTO” a tal punto de que se ha insinuado la eliminación de los individuos que no quepan en su listado de iluminados. Esto aplica para cualquiera, no solo para hombres, pues basta con la discrepancia para ser ubicado/a en la lista negra.
De esta forma, esta idea de feminismo, que propone que todos los hombres son violadores, opresores, abusadores, asesinos y que por lo tanto existe una deuda histórica impagable que deberán mitigar con cuotas de poder, integración forzada y privilegios artificiales, se convierte en uno de los peores totalitarismos posibles reduciendo la libertad de expresión con una violencia inusitada que despierta los más profundos odios, pues esa libertad implicaría que alguien pudiese estar en desacuerdo con los postulados del movimiento y esto, como ya hemos visto, implica sanciones sociales.
El movimiento feminista en Chile se ha convertido en una especie de policía del pensamiento donde es un pecado mortal expresar libremente la opinión si esta se distancia de los postulados oficiales del conjunto y por lo tanto, cualquier persona que respete la libertad y la defienda, se verá obligada a disentir de este movimiento y verlo por lo que es, una dictadura del odio que reduce a las personas a etiquetas simplistas y les despoja de su dignidad.
La molestia no es que dancen desnudas por las calles ni que escriban mensajes obscenos, vulgares o sencillamente violentos contra el objeto de su ira. No es simplemente que denosten a todo aquel que les parezca indigno de ser tratado con decencia ni que sean capaces de humillarse a sí mismas con la exposición más grotesca de sus funciones corporales, pues al fin y al cabo las sanciones por esas agresiones a la vida en sociedad vendrán y después de todo la vergüenza la pasan ellas, sino que es la lista de exigencias llenas de odios y sin sentidos que le presentan a la sociedad.
Parte de esta lista, inaceptable para quienes se consideran defensores de la libertad, es el pedido de privilegios en puestos de poder, lo que el movimiento llama “ley de cuotas” donde exigen que las mujeres sean representadas en el congreso con curules fijas y reservadas exclusivamente para mujeres.
A esto se le suman las cuotas laborales donde exigen la presencia de un cierto porcentaje de mujeres en los equipos directivos de las empresas y compañías. La exigencia riñe directamente con la lógica de la meritocracia y es profundamente discriminatoria, pues obliga a crear un escenario donde no se desenvolverán necesariamente los mejores sino los que obligue la ley, perjudicando así a hombres que quizás podrían estar llenos de méritos para alcanzar ciertas posiciones privilegiando la presencia de mujeres que no necesariamente tengan las aptitudes. Esto por la obligatoriedad.
La medida de cuotas es discriminatoria contra quienes tengan más méritos para ocupar los puestos y sean descartados con razón de su sexo y género. Es también un insulto a la inteligencia de las mujeres y las victimiza eternamente dando a entender que como son efectivamente inferiores, no existe posibilidad alguna de que puedan ocupar puestos de gran responsabilidad sin la obligatoriedad de la ley.
Los seres humanos somos complejos. Nuestras identidades son complejas pues no se reducen solamente a nuestro sexo y género sino que presentan demasiados rasgos de pertenencia como para encasillarnos.
Una persona puede ser una mujer, pero puede ser además chilena, lo que ya la haría pertenecer a dos colectivos, uno de género y otro nacional. A esto podemos agregarle una religión y un hobbie y ya tendremos dos colectivos más a los cuales asociarla.
Si a todo esto añadimos una vocación, una inclinación política y un sentido de la moda, tendremos otros colectivos a los que sumar a esta persona, por lo mismo es imposible decir que solo una categoría es suficiente para representarla y es por esta razón que al menos en mi caso, un político libertario, aunque sea varón, me puede representar al 100% y no necesariamente una política como Michelle Bachelet quien siendo mujer socialista me representa un 0%.
La belleza de la complejidad le da un sentido absurdo a las exigencias de cuotas y solo nos demuestran que la izquierda que los dirige nos sigue viendo como ganados o masas simples y manipulables a las que deben reeducar.
La libertad y la autoestima demandan el rechazo categórico de las propuestas de este movimiento feminista que no solo rompe el tejido social enemistando a las personas, sino que empobrece la visión que la mujer tiene de sí misma confundiendo empoderamiento con privilegios. Una muleta que las mujeres de verdad jamás han buscado ni han necesitado para validarse.