Los medios de comunicación tradicionales de Chile se han vuelto insufriblemente progresistas (de esa izquierda moralista y con ínfulas de superioridad y virtud).
Esto en un sentido práctico sobre la visión general que tienen de la historia, de la sociedad, de la virtud misma, del bien y del mal donde ellos son indudablemente los buenos y el resto son ignorantes o “malos” (Solo basta con recordar la caricatura que Bachelet publicó en su twitter, vestida como la princesa Leia de Star Wars haciendo notar que ella y la izquierda pertenecían a “La Fuerza” y la derecha al “Lado Oscuro”).
El progresismo juzga la historia con los cánones que han impuesto desde ese sector hoy y que no son necesariamente los más útiles para el funcionamiento de las sociedades. Es por esto que pueden armar tremendos alborotos por obras de arte que según ellos no cumplen con los requisitos de la corrección política actual y por lo tanto no merecen ser exhibidos.
Tal es el caso de la obra “Hylas y las ninfas”, de John William Waterhouse, que fue retirada de una galería en Manchester por ofender el gusto de las feministas de turno. De nada sirve tener una plática artística explicando el concepto plasmado en la obra y cómo los estándares de aquella época permitían que el cuadro fuera no solo considerado brillante sino conmovedor.
Lo único que le importa a la turba de la intolerancia es que la obra va contra los eslóganes que son considerados válidos hace nada y que lograron imponer a punta de censuras, marchas y violencia a legisladores y gobernantes cobardes que no supieron proteger la libertad de expresión.
No es necesario explayarse en los discursos de odio en Estados Unidos hacia los padres fundadores de la patria porque muchos de ellos, que escribieron y firmaron una magnífica carta magna, quizá la mejor constitución del mundo libre disponible hoy, fueron en su momento, propietarios de esclavos.
Poco entienden la naturaleza del ser humano y su evolución de pensamiento. El progresismo tiene ese rasgo de intolerancia infantil que por no reconocer el paso lento de la historia y las virtudes del verdadero progreso, es capaz de silenciar no solo el mensaje sino al mensajero, existe una terrible habilidad para juzgar la historia desde sus estrados moralistas que solo consideran su propio constructo moral silenciando al resto. Como si aquello no fuera directamente en contra de la diversidad que tanto dicen proteger.
Sí, el ser humanos es incoherente, testarudo, lento para asimilar la obviedad de la coexistencia, pero es indesmentible que con el paso del tiempo, se ha ido comprendiendo mucho mejor la realidad de la dignidad humana y si quizás no mejor, más masivamente que antes, pues los razonamientos sobre el tema que solían manejar solamente los grandes filósofos, hoy están al alcance de la mano para muchos y esto suma a la evolución del pensamiento social con respecto a la libertad, la verdadera igualdad, la equidad el respeto, la aceptación e incluso la valoración del otro, lo cual es importante para la convivencia pacífica y próspera de seres humanos diferentes.
Con esto en mente, sería una soberana tontería condenar ciertas prácticas que fueron pertinentes en algún momento de la historia, basándonos en los estándares de hoy. Por ejemplo, el solo hecho de poseer un esclavo hoy sería motivo de rechazo social absoluto en el mundo occidental.
Mucho menos aceptable si el esclavismo se manifiesta en celebridades, pero si bien coincidimos en que la esclavitud es horrible, indeseable e inhumana, también podemos coincidir en que no todos quienes poseían esclavos pueden ser juzgados y catalogados de la misma manera. Es decir, dentro de ese esquema había amos buenos, amos indiferentes y amos crueles, pero el solo hecho de poseer un esclavo no servía para crear una imagen moral del propietario.
Hoy todos ellos serían juzgados y condenados al cadalso, pero en su tiempo no y aun cuando la esclavitud fue abolida, hubo espacios de ajuste. No se condenó a los propietarios inmediatamente aprobada la ley, sino que hubo un periodo suficiente para interiorizarla, no por nada en estados unidos incluso hubo una guerra civil al respecto, porque todo proceso de cambio implica tanto resistencia como acostumbramiento.
En Chile, los progresistas son esos seres que simplemente prefieren borrar lo que no les gusta, incluyendo eliminar la imagen de Augusto Pinochet de toda mención histórica, incluso de los textos escolares, como si al hacerlo se eliminará la historia misma en vez de aprender de ella. No porque detestemos a asesinos como Stalin, dejaremos de enseñar la historia de la revolución Rusa y los largos años de socialismo en la URSS en las clases de historia.
El progresismo simplemente no lo entiende, así como tampoco entiende un halago galante de los años 70 y 80 bajo la mirada de aquellos tiempos, sino que es capaz de agrupar a todos aquellos hombres galantes y mezclarlos con los lascivos e insolentes en una bolsa de “despreciables abusadores” solo porque veían en estas expresiones una herramienta no solo de coquetería sino de romance legítimo.
La última gran idea es la anulación de la presunción de inocencia y que esto puede ser utilizado para acallar a los enemigos de su discurso, tal como ha ocurrido con el comunicador Fernando Villegas, crítico y opositor al progresismo, quien sufrió una (sospechosamente bien coordinada) denuncia múltiple por acoso sexual y maltrato laboral.
Sin pruebas, sin solidez, solo con la típica vociferación del sector, fue completamente anulado de los medios. Cerca estamos de desechar el Estado de derecho ya que este incomoda cuando se trata de anular al adversario. Estamos en tiempos peligrosos para la libertad de expresión.
Para el progresismo simplemente la historia comienza y termina con ellos y de la forma en que ellos decidan y si no les gusta, están dispuestos a editarla para agradar a sus sensibilidades. Si seguimos por este camino, terminaremos en un reino del terror anulados y sin libertad.