Chile va teniendo más tiempo y espacio para ir evaluando al Gobierno de Sebastián Piñera. Hay una mayoría importante que votó por él tratando de evitar un mal mayor, pero hay ciertas áreas sensibles que sencillamente no se saben tratar a nivel de Estado.
La renuncia del ministro de Cultura y las Artes Mauricio Rojas, recién asumido en su cargo, a raíz de las peticiones de la izquierda que se escandalizó porque el titular de la cartera osó disentir con ellos, pone en tela de juicio la fortaleza moral, política y ejecutiva de un gobierno que no supo defender la libertad de expresión.
¿Acaso no era Mauricio Rojas su escritor de discursos? ¿Cómo entonces dice el presidente que no comparte su pensamiento? ¿Si es así, para qué lo nombró ministro? Es importante entender que el éxito rotundo que tuvo la izquierda al lograr la renuncia del ministro y la cobarde aceptación de la misma de parte del presidente, implica que ahora podrán cuestionar a todos los miembros del gabinete hasta por la más ínfima discrepancia ideológica. El próximo blanco es el canciller Roberto Ampuero quien comparte los pensamientos y opiniones del renunciado ministro Rojas.
Queda en el ambiente la sensación de que la izquierda sigue al control pese a perder las elecciones y que con sus presiones de minorías bien organizadas pueden tener al gobierno de rodillas cediendo a todos sus infantiles berrinches.
Era más que esperable una defensa oportuna y contundente del ministro Rojas, poniendo a la izquierda en su lugar, pues Mauricio Rojas no solo fue descontextualizado en sus dichos, torcido para generar una polémica que no daba para media hora, sino que se le prestó oídos en el Gobierno y eso abrió la puerta de par en para la ingobernabilidad que es lo que cosecharán desde ahora.
El costo de no saber defender la libertad, la legítima discrepancia con la izquierda, tendrá un costo político demasiado elevado para un gobierno que se ha mostrado frágil en todas las áreas donde debió mostrar su fortaleza. Los electores no perdonan tan fácilmente y el descuido del electorado propio tiene consecuencias.
Hasta aquí la mayoría entiende que a raíz de esta polémica se ha visto una polarización frente a un tema pasado que desnuda nuestra falsa reconciliación. No ha habido pase de página, no parece haberse avanzado ni un milímetro desde 1990 y los ánimos están tan vivos como entonces. Quizás sea bueno preguntarnos por qué no nos hemos podido reconciliar.
Una de las posibles respuestas, más allá de la odiosidad continua de una izquierda que vive de ello y que de no ser por mantener vivo ese odio, su fuente de ingresos disminuiría significativamente, es que se asume que la historia de las violaciones a los derechos humanos pueden separarse del conflicto ideológico y por lo tanto provienen solo de un lado y solo desde 1973.
En plena guerra fría, es tan necesario entender que los modelos no estaban 100% probados o refutados y que era válida y hasta legítima su defensa argumentativa. Analizarlo solo desde los cánones actuales nos hace interpretarlo de manera antojadiza y simplemente equivocada.
Era aceptable que jóvenes por cientos de ellos, fueran atraídos hacia las ideologías de izquierda pues estas trabajan sobre ideales, sobre paraísos terrenales que son posibles de lograr desde el Estado. Aún no caía la URRS y los países socialistas más cercanos no estaban tan expuestos comunicacionalmente como lo están hoy, por lo tanto se podía especular incluso sobre el supuesto éxito de la revolución y cómo esta igualaba a las personas en armonía social.
El punto es que la creencia radical hizo que ese objetivo igualitarista se cegara frente al valor de la libertad y procediera a pisotear a los disidentes, pues al fin y al cabo estos eran obstáculos para la sociedad perfecta. Entiéndase que el concepto de Derechos Humanos tampoco estaba tan interiorizado en el país para esa época.
En ese contexto, de radicalización ideológica que veía con buenos ojos atropellar al prójimo para lograr objetivos políticos propios, es que comenzaron las primeras violaciones a los Derechos humanos de manera orquestada y sistemática. Estas formas de imponer su paraíso terrenal fueron confirmadas por el famoso “congreso termal” donde se estableció como legítima la lucha armada para imponer la revolución.
Si no se entiende ese primer paso, pasaremos por alto a aquellas víctimas de este conflicto ideológico, a aquellos que por no participar de los mítines del partido, por no ser camaradas, pasaban escasez, miseria y miedo a ser violentados en cualquier minuto.
No entender que dentro de un conflicto ideológico las víctimas de ambos lados son los absolutos perdedores, es necio y que si bien nada justifica dicha violencia, la historia debe ser repasada para evitar repetir los errores desde el mismo principio.
Es difícil reconciliarse cuando solo algunos son reconocidos como víctimas de este conflicto y solo desde una perspectiva. Nadie ha pedido perdón por los linchamientos a buses enteros de carabineros en poblaciones de dominio izquierdista, tampoco ha habido disculpas públicas por el debilitamiento de la democracia, el mal uso del Estado y sus recursos, la violación a los derechos humanos de civiles que sin ser políticos debieron sufrir hambre y ruina al serle arrebatadas sus posesiones para darlas al partido.
No se ha pedido perdón por los muertos a manos de la izquierda previo al golpe militar, por eso es que la herida sigue abierta, porque mientras unos reciben justa indemnización, reconocimiento y reparación en la medida de lo posible, otros quedaron en el olvido y solo son recordados por sus sufrientes deudos quienes pasan la historia a sus descendientes haciendo énfasis en la tremenda injusticia social de categorizar las pérdidas por sector político.
Mientras no venga un gobierno fuerte moralmente que entienda que la memoria debe estar completa para no tener que lamentar nuevos atropellos y que haga un esfuerzo por reparar a esos otros olvidados estaremos lejos de estrechar las manos y costará movernos hacia el futuro.