Loable iniciativa tiene el gobierno de Sebastián Piñera de crear un mapa de la vulnerabilidad. De hecho es uno de sus proyectos estrella con el cual darle una mirada mucho más social a su gobierno.
El Presidente Piñera presentará uno de los proyectos más importantes de su administración: El “Mapa de la Vulnerabilidad”, instrumento que pretende identificar a aquellos grupos de la sociedad que están totalmente impedidos de resolver sus problemas por sí mismos y elaborar planes de acción para enfrentarlos.
El plan busca conocer las carencias que sufren las personas que aparecen en los índices de pobreza multidimensional, la cual no se enmarca solo en los ingresos, sino que en los problemas de acceso a oportunidades que permitan sacarlas de ese estado.
En toda esta iniciativa, quizá una de las cosas más destacables es el compromiso de varios empresarios para ayudar a solucionar problemas de educación, conectividad y salubridad, entonces se trata de una combinación de la sociedad civil con el gobierno para extender el desarrollo a personas que aún no logran participar de él. Es una buena iniciativa mientras menos dinero en compras deba utilizar el Estado.
Saber dónde están aquellas personas que definitivamente no pueden solos, para que el Estado pueda ayudarlos a caminar hacia una prosperidad integral es una buena idea, después de todo, ojalá ese fuera el solo foco de un Estado, dejar que las personas libremente persigan su felicidad en un contexto de armonía social y saludable coexistencia, ayudando solo a aquellos que definitivamente no pueden subirse al carro del desarrollo por sí mismos.
La idea por supuesto es que avancemos en esta materia como país y las millonarias inversiones en todo tipo de áreas, orientadas a alcanzar a estas personas, se supone son bien pensadas, ejecutadas y medidas, pero por muy buenas intenciones que tenga el Estado, siempre sufrirá del problema de la compra del tercer orden.
Si bien es preferible que el gobierno focalice los recursos hacia donde son más necesarios a que promueva programas de ayuda general que tienden a la dilapidación de la riqueza, el hecho de que sea el Estado el que diseñe las soluciones no es necesariamente algo bueno. Quizás ese gobierno de turno tenga la tecnocracia instalada en su chip y ello reduzca tanto la corrupción como el despilfarro, no existe seguridad de que un próximo gobierno haga las cosas bien.
Esto que tiende a ocurrir con las “inversiones “del Estado, es simple de explicar. Cuando una persona, con su dinero debe hacer una compra para sí misma, se preocupa de que dicha inversión contemple las variables de precio y calidad. La idea es obtener la mayor calidad por el menor precio posible, pues la persona misma vivirá los efectos de dicha compra. A esto le llamamos compra de primer orden, pues quien invierte es quien usa el bien o servicio.
Ahora, si esta misma persona es invitada a un cumpleaños y debe llevar un presente, quizás sea más flexible con la calidad y se concentre en el precio, de todas maneras se trata solo de un conocido y no reparará en la calidad sino en el gesto… ¿verdad? Esto porque quien paga, no es quien usa el servicio o bien, por lo tanto la calidad es algo transable.
Quizás otra situación de esta índole significaría un enfoque reverso, en vez de la flexibilidad en calidad, esta se da en el precio. Como cuando un padrino de bodas le regala el bar abierto al novio y este pide los cócteles más caros para él y sus amigos de la despedida de soltero. Después de todo, es fácil despilfarrar cuando no tiene costo personal. El que usa el bien o servicio no es el que paga por lo tanto se da el lujo de malgastar. A esto podemos llamarlo compra de segundo orden.
Un último escenario nos propone la idea de que las cosas pueden ser aun peor. Imaginemos un empleado de cierta compañía al que se le asigna la responsabilidad de gastar CLP $100.000 (USD$200 apróx) para hacer un regalo divertido a los exponentes en un congreso de empresarios. El empleado ve una muñeca inflable de mala calidad que cuesta $99.990 y decide que es divertido y perfecto para la ocasión. Llegado el momento, se hace el innecesario y no necesariamente oportuno regalo, pero todos se ríen y se van a casa habiendo pasado un buen rato. La persona que hizo la compra no pagó con su dinero por ella y no iba a usar el bien adquirido, por lo tanto se dio el lujo de despilfarrar sin considerar calidad. A esto le llamamos compra de tercer orden.
En realidad todas las compras que hace el Estado, son siempre de tercer orden, pues las hace con el dinero de los contribuyentes y no las utiliza en sí mismo, por lo tanto no hay garantías de responsabilidad monetaria ni consideración sobre la calidad. Por esto tenemos un sistema de salud colapsado, donde la falta de competencia tiene a miles en lista de espera, sin dejar que las personas elijan cómo y en qué condiciones atender su salud. Esto entre otros muchos aspectos que controla el estado y cada vez que lo hace, muestra su absoluta ineficiencia.
El riesgo de que sea el Estado nuevamente el que impulse obras de desarrollo, con dinero ajeno para personas que no pertenecen al aparato estatal, es sencillamente muy alto y por ello el llamado no es a que el gobierno haga y haga más y más programas sociales, sino que liberalice la economía, que disminuya su tamaño, que permita la libre competencia generar el arrastre económico apropiado para que sean las personas las que se levanten hacia el desarrollo con la mayor calidad y al menor costo posible.
Se rescata la intención y la participación de la sociedad civil, pero el mejor camino es orientarse a la disminución de tamaño y hacia la liberta, que siempre, sin excepción, funciona mejor que cualquier programa social.