La historia del partido Nazi de Alemania nos deja lecciones importantes respecto de cómo se obtiene el poder y los recursos que son necesarios para lograrlo.
En 1923 Hitler al mando del partido Nacional Socialista, organizó una especie de golpe de Estado (Putsch de Munich) que falló, pero lo catapultó a la fama nacional, desde ahí se le dio tribuna y vez que podía la utilizaba para conmemorar a los caídos en el “Putsch” motivando a miles de jovencitos con ideales utópicos, sin identidad definida, sin conocimiento de su historia, a ser como dichos supuestos héroes del Nacionalsocialismo.
Si bien el resultado del “Putsch” fue menos que ideal para Hitler y sus secuaces, la capacidad de transformar una tragedia en una causa política hizo la diferencia entre una sociedad cohesionada e inexpugnable ante el populismo y otra que cede a él de manera voluntaria y relativamente fácil.
Una vez fuera de la cárcel, Hitler hizo campaña política entendiendo que no importaba cuan totalitario y absolutista e incluso tiránico fuera su plan para el país, debía primero alcanzar el poder no por la violencia, como le era natural, sino por medios democráticos.
La propaganda fue avasalladora y el ambiente parecía prometedor, pero para 1928, las cosas en Alemania ya llevaban un tiempo yendo bastante bien económicamente y la gente progresaba con trabajo duro y esfuerzo viendo recompensadas sus labores y considerando el discurso apocalíptico de los nazi como un sin sentido. Esto hizo que el resultado de las elecciones fueran devastadoras para el partido Nacionalsocialista. Hitler devastado necesitaba otro muerto que glorificar y llamar la atención de la ciudadanía a su partido.
1929 fue la respuesta a sus deseos ya que con la crisis económica y el desplome financiero a nivel mundial, los discursos de fin de mundo de Hitler y su elenco ya comenzaron a encontrar oídos atentos. El muerto necesario había llegado y si bien no fue una persona en particular, si fue la desgracia generalizada que provoca la miseria generalizada que pone en peligro no solo la sensación de prosperidad, sino literalmente la vida de aquellos que ya no tendrán cómo alimentarse ni cubrir las necesidades más básicas
La historia de la crisis de 1929 y como tanto esta como la gran depresión no son más que producto de la intervención del Estado en lo que no le corresponde, es tema para otra columna.
Las causas basadas en delirios muchas veces utópicos, generalmente necesitan catalizadores externos pues por su propio peso no pueden sostenerse frente a la abrumadora evidencia. Este es el caso del socialismo en todas sus variantes que indistintamente siempre ha necesitado de esas grandes coyunturas para impulsarse y llegar a un poder que no pretende soltar ni a costa de la vida de todos aquellos a quienes pretende gobernar.
En Chile, después de las elecciones presidenciales, legislativas y las pasadas municipales, la izquierda quedó bastante alicaída, excepto que lograron mantener mayoría en el Congreso gracias al nuevo sistema electoral que logra elevar minorías bien organizadas y hacerlas parecer mayorías dejando en el camino a personajes que efectivamente recibieron votos y siendo reemplazados por otros que no superan el umbral del 1%. Dicho esto, y dado el gran dolor que le significa a la izquierda salir del poder, pues viven de él y sin él no subsisten económicamente siendo el Estado su principal proveedor, la estrategia no podía ser otra sino el obtuso obstruccionismo con que han llevado la relación con el actual gobierno.
La idea es obstaculizar todo, sin embargo las encuestas no muestran una caída en picada del gobierno, pero sí de aquellos partidos progresistas que cada vez se radicalizan más hacia la izquierda.
La situación entonces se hace insostenible y con cada desacierto de sus parlamentarios, tal como la visita de Gabriel Boric y Maite Orsini a un asesino prófugo de la justicia Chilena en Francia, entre otros increíbles números circenses que la izquierda ha ofrecido al público últimamente en la programación de televisión local, donde distintos personajes han recurrido a argumentos absurdos con tal de perder un debate en el cual la lógica del sentido común es obvia, como el comentario de Marcelo Díaz, quien aseguró que fugarse de la cárcel es un derecho o como otros simpatizantes de conocimiento público que felicitaron al asesino del senador Jaime Guzmán quien falleció por dos balazos en plena democracia.
A falta de fondo, tampoco tienen la forma, entonces, si no funciona la oposición con obstruccionismo, tomas ilegales, destrozo de propiedad pública y gritos desesperados en programas de radio y televisión, entonces tendrá que funcionar con la antigua estrategia de glorificar a un muerto. El problema es que no se puede recurrir a los mismos fantasmas todo el tiempo, así que nada mejor que la noticia de la muerte de Camilo Catrillanca.
El incidente que se cuenta por parte de carabineros es así: La policía fue a recuperar, como en otras varias ocasiones anteriores, un vehículo robado. Son recibidos con una balacera y en el intercambio de fuego, fue impactado el comunero mapuche Camilo Catrillanca.
Para efectos policiales y sociales, en circunstancias normales, siendo todos los participantes del hecho de una misma etnia, este incidente sería apenas una noticia de la sección de delincuencia informando básicamente que delincuente murió como tal, pero al ser este último un mapuche, la izquierda lo toma como un mártir de la causa mapuche y un asesinato de Estado.
Aún no se investigan todos los detalles pero la izquierda ya utiliza este caso para levantar un nuevo héroe en contra del actual gobierno. Las manifestaciones y destrozos de propiedad pública no se hicieron esperar, como si ello no indicara claramente la no inocencia de la causa.
Es sencillo, poco importa si Catrillanca era o no inocente, sino que su muerte sea útil. Siempre ha sido así. La izquierda necesitaba un muerto para respirar en medio de su fracaso tanto electoral como ideario.