Chile tiene un problema de matonaje mediático. Los grupos que más se manifiestan, son de corte izquierdista y progresista logrando que muchos que antes eran indiferentes a sus causas, ahora sean acérrimos adversarios silenciosos, pues la forma de comunicar los objetivos, pone a las personas en una situación imposible donde o concuerdas con las propuestas progresistas o eres satanizado y esa radicalidad no deja más alternativas que la oposición absoluta.
Ejemplos hay de sobra, tenemos la comunidad gay. Derecho tienen y legítimo de unirse y ser validados por el Estado. No digan que por ser libertarios el Estado no debe casar a nadie, pues si así fuera, entonces esas mismas personas no se casarían por el civil. El asunto es que tienen derechos como todo ciudadano y estos en un Estado laico deben ser respetados, pero disentir con el estilo de vida no transforma al disidente en un discriminador ni homofóbico y es ahí donde se pierde el delicado equilibrio.
La gran mayoría de las personas homosexuales viven en completa armonía con su entorno, se han forjado el respeto de sus pares con trabajo duro y destacando en lo que hacen, siendo buenos ciudadanos y sin forzar las cosas, van derribando mitos y estereotipos y se han abierto puertas a pulso. Sin embargo, quienes lideran el lobby, en vez de lograr apertura social para el grupo que dicen representar, solo generan resistencia al tratar con odiosidad a quienes piensan diferente, aunque esa disensión no signifique discriminación.
La idea parece obligar a otros de cualquier forma posible no solo a concordar con el estilo de vida legítimamente elegido por cada individuo que forma parte de dicho colectivo, sino a participar activamente en él y eso es una línea que no se debe cruzar, pues de hacerlo la libertad está en peligro.
Lo hemos visto en diferentes países, donde por ejemplo un pastelero por razones personales se rehúsa a hacer un pastel de matrimonio para una pareja gay y esta responde demandándolo sin considerar que hay miles de pastelerías dispuestas a trabajar con ellos y que la libertad del pastelero es tan importante como la de ellos de poder casarse. La gran mayoría seguramente respeta estos límites tanto de conciencia como de acción, pues saben que esa libertad les permite elegir pareja como creer en la deidad que elijan y es esa libertad la que permite armonizar mejor a personas distintas.
Otro ejemplo súper conocido es la comunidad musulmana mundial. Cada vez que ocurre un atentado terrorista en cualquier parte del mundo, corren los líderes mundiales y muchos líderes del islam a decir que lamentan las muertes pero que el islam es una religión de paz y que la gran mayoría son pacíficos. En algunos casos, hasta hemos escuchado lamentos por las pérdidas de vidas humanas acompañados de “…pero es porque nos discriminan, o es porque occidente se lo tenía merecido”. Lamentablemente esa mayoría no objeta los sermones de odio que se emiten desde muchísimas mezquitas en todo el mundo y su silencio frente a algo que probablemente desaprueban, no los vuelve un agente de cambio.
Para qué hablar de la comunidad mapuche en Chile, donde más de 1600 comunidades son absolutamente pacíficas, conviven en armonía no solo con el Estado de Chile sino con sus vecinos de distinto origen étnico. Esto reduce a los violentista a una indiscutible minoría, muy azuzada por ideologías de izquierda, lo cual es evidente al escuchar las declaraciones de Héctor Llaitúl, líder de los grupos antisistema, donde busca la eliminación del capitalismo y reafirma su posición de no negociación seguida de olas de violencia, las cuales él justifica plenamente aunque esto acabe con la vida de inocentes como los Luchsinger Mackay.
Alemania Nazi es otro ejemplo. Una nación dominada por una banda de psicópatas, cayó en el despeñadero moral porque la gran mayoría que no eran asesinos ni xenófobos, guardaron silencio y no hicieron nada para cambiar las cosas y defender la libertad.
En todos los casos mencionados, cada uno con distintas consecuencias, la gran mayoría, los que querían una vida de paz y armonía con sus semejantes, los que desean el bien común, se encuentran o en un letargo pernicioso o en un estado de miedo paralizante que no les permite valientemente defender la libertad.
¿Dónde están los miembros de la comunidad homosexual que no solo exigen ser tratados con igualdad ante la ley sino que luchan por el derecho de los demás de disentir entendiendo que la libertad propia vale tanto como la ajena? La ley puede establecer un derecho, pero la actitud, la altura de miras, la ética hacen del derecho un hecho aceptado y extendido.
¿Dónde está la gran comunidad musulmana no solo lamentando la pérdida de vidas por los distintos atentados ocurridos sino repudiando activamente la violencia y exigiendo que sus líderes hablen abiertamente de paz dejando de justificar los actos de terror? No hay marchas pidiendo reformas en la interpretación del Corán o sencillamente exigiendo paz.
¿Dónde están nuestros mapuches pacíficos exigiendo que se respete el Estado de derecho? ¿Dónde están las marchas de esa gran mayoría exigiendo seguridad y apoyo de la autoridad para que puedan surgir en paz? ¿Dónde está su apoyo a carabineros o a sus vecinos violentados? ¿Cómo es posible que la minoría absoluta pueda movilizar a lo largo del país a todos su violentistas y generar caos y la gran mayoría pacífica brille por su silencio?
Espacios nuevos se están abriendo, entre ellos la Fundación Para el Progreso de Chile, que difunde ideas de libertad y la recientemente creada Fundación Nueva Mente que busca convertir a esa mayoría silenciosa en audible, pero es necesario vincularse, involucrarse, ser parte de aquellos que activamente buscan la armonía y bien común sin aplastar a su prójimo. No es solo vivir y dejar vivir, en los días que nos tocan, es necesario defender el vivir en libertad mientras se respeta el Estado de derecho.
Mientras las grandes mayorías no hagan algo para expresar su existencia y relevancia, se repetirán los errores acompañados de atrocidades y los totalitaristas, ahora del pensamiento y la cultura, serán los que le den forma a la historia y la sociedad convirtiendo la vida de esa gran mayoría en una gran irrelevancia.