
EnglishEstá por terminar el año 2014. Ha sido uno de los años más completos en acontecimientos políticos del nuevo decenio de este siglo. Han sucedido eventos que han marcado y han cambiado –o están por cambiar– la historia tanto mundial como regional.
La invasión rusa de la península ucraniana de Crimea y su anexión, la invasión rusa de las regiones sudorientales de Ucrania y, como consecuencia directa de esta guerra, el derribo de un avión civil de pasajeros malasio por los insurgentes apoyados por Rusia, desataron una indignación mundial. Las sanciones y restricciones económicas impuestas al país más grande del mundo han provocado en las ultimas semanas una crisis económica, y prácticamente la muerte de su sistema financiero.
Las interminables guerras civiles en Siria y en Irak no permitieron notar el surgimiento del nuevo terrorismo mundial basado en el Estado Islámico. Los constantes ataques palestinos a Israel colmaron el vaso y acabaron con la paciencia del Estado judío, que respondió como debió haber hecho hace varios años. Reapareció una amenaza pandémica mundial en forma del virus del Ébola en África…
Todo ello, tal parece, ha comenzado a cambiar el orden político mundial: ahora la Unión Europea, obligada por el Tribunal de Justicia, debe retirar el movimiento Hamas de la lista de organizaciones terroristas —que a todas luces lo es. La ONU, el agujero negro del dinero de los Estados miembros y que ha mostrado su ineficiencia completa desde el día de su surgimiento en 1945, ahora pretende reconocer a Palestina como el Estado y así dar la espalda a Israel, que la misma ONU creó en 1948.
La ineptitud de los Gobiernos populistas latinoamericanos ha sumido a sus países en las crisis políticas y económicas más profundas.
Un largo etcétera permite decir que 2014 será un año limítrofe entre la contemporaneidad histórica y alguna época “post”. Les tocará a los historiadores poner el nombre a la nueva era de historia política mundial.
Nuestro continente, América, no ha quedado atrás. La ineptitud de los Gobiernos populistas latinoamericanos ha a sumido sus países en las crisis políticas y económicas más profundas. El caso de la Argentina kirchnerista ya es de antología.
Por el otro lado, los rencores personales y las ansias de venganza no dejan dormir a los terroristas —ahora disfrazados de “defensores de derechos humanos”— en algunos países del continente. En Guatemala, a pesar de la aparente paz establecida legalmente a partir de 1996, los exguerrilleros, metidos en todos los órganos de la administración pública, desafían la lógica y el sentido común en los juicios.
El caso más pintoresco es el juicio por la quema de la Embajada Española en 1980. La conciencia y la vergüenza sí tienen su precio. Prueba de ello es el negocio de las ONG de derechos humanos, mantenidas con las millonarias donaciones internacionales y basadas en la violencia, miseria y traición. Pero son los colombianos quienes dieron el ejemplo a Latinoamérica con su marcha contra las negociaciones con los terroristas de las FARC, en la que mostraron que no están dispuestos a tolerar la impunidad con la que pretenden salir ganando los guerrilleros para evitar responder por sus crímenes.
El próximo año promete muchas consecuencias de lo sucedido en 2014. Todo apunta a que serán nefastas en su mayoría.
Desde principios del año vimos el debilitamiento total del, de por sí débil y de dudosa legitimidad, sistema de Gobierno venezolano, basado en las memeces del “socialismo del siglo XXI”. Seguimos las marchas populares contra el régimen del gañán Nicolás Maduro, quien se aferra al poder; las detenciones ilegales de los líderes de la oposición y de los manifestantes; y, por último, la caída de la economía venezolana basada en la venta del petróleo cuyos precios se desplomaron en los últimos seis meses. Y tal parece que hasta los patrocinadores ideológicos del Gobierno venezolano, los cubanos Castro, se cansaron de las pataletas de su engendro: acabamos de ser testigos de cómo el régimen cubano traicionó a Maduro.
Precisamente esta semana, por alegría de unos y por el gran pesar de otros, el presidente estadounidense Barack Obama y el miembro de la familia impostora que lidera Cuba, Raúl Castro, quien se autodenomina “jefe de Estado”, simultáneamente anunciaron el inicio del acercamiento entre ambos países vecinos, lo que muchos analistas creen “principio del fin del embargo económico a Cuba”.
Los que festejan esta decisión creen ingenuamente que esta decisión bilateral va a terminar con la miseria en la que los Castro hundieron la isla. Aunque la gente pensante sabe de antemano que la raíz de esta miseria no es el embargo —que desde 1961 se he convertido en la justificación propagandística de los Castro— sino todo el sistema político cubano, podrido por dentro y por fuera.
Haciendo el paréntesis de esta decisión de Castro y de Obama que, por cierto, poco probable que sea aprobada por el Congreso de Estados Unidos, hay que recordar las impactantes imágenes que precedieron al anuncio de los dos gobernantes, en las que aparecían los presos intercambiados por los Gobiernos estadounidense y cubano: el contratista Alan Gross, quien, luego de un juicio completamente absurdo, pasó cinco años en una cárcel cubana de donde salió enfermo, desnutrido y sin dientes; y la imagen de los tres espías infiltrados cubanos, Ramón Labañino, Gerardo Hernández y Antonio Guerrero, quienes salieron de la prisión bien alimentados, hasta con sobrepeso y rosaditos cual tres cerditos, en un estado de salud que pocos cubanos de la isla tienen.
El próximo año promete muchas consecuencias de lo sucedido en 2014. Todo apunta a que serán nefastas en su mayoría: seguirán las tensiones entre Cuba y Estados Unidos, pero ahora las habrá también entre Cuba y Venezuela que, por la caída de los precios del petróleo, resultó ser una carga para los Castro. En 2015 veremos el desenlace, pero es cierto que el régimen fascista de Maduro en Venezuela, al igual que el de Putin en Rusia, tiene los meses contados.