Incontables son las ocasiones en que los gobernantes presentan como política pública la prohibición de la portación de armas con el objetivo central de “reducir la violencia y los homicidios” o “mantener el desarrollo pacífico de la vida social”. Los verdaderos resultados de esta política se alejan bastante de aquellos a los que apunta conseguir. La realidad es que la política de desarme o de control de armas no previene la violencia.
Defendemos a nuestros presidentes con armas, al igual que a nuestros gobernadores, celebridades, eventos deportivos, joyerías, bancos, cortes, y sin embargo, a nuestros niños los defendemos con un cartel que dice “esta es una zona sin armas”, para luego, ante una emergencia, llamar a alguien con un arma.
- Lea más: Venezuela: Tribunal Supremo da licencia para reprimir protestas con armas de fuego
- Lea más: Señor Bloomberg, el control de armas daña a las minorías
Cuando hay un atentado, culpamos al que puso la bomba. Eso es correcto. Cuando hay un accidente de tráfico, culpamos al conductor. Eso también es correcto. Cuando hay un tiroteo, ¿por qué la gente culpa a las armas? Prohibir la portación de armas equivale a prohibir los matafuegos en todos los edificios y hogares, por el simple hecho de que vendrán los bomberos y serán ellos los que sepan correctamente qué hacer. La realidad es que en la mayoría de las ocasiones, necesitamos algo para apagar el fuego de inmediato, porque en caso de esperar podría hacerse demasiado tarde para preservar nuestras vidas y las de nuestros seres queridos.
Prohibir nunca es la solución. Quien quiera conseguir un arma para dispararte, lo hará por el medio que sea, como sea, cuando sea y donde sea. Mientras tanto, cuando el gobierno dispone una política pública de prohibición y de control de armas, el menos beneficiado es el ciudadano honesto y decente, que en vez de defenderse inmediatamente ante la presencia de un intruso, deberá recurrir a un teléfono sin que el intruso lo vea, marcar el 911, esperar que lo atiendan, que llegue finalmente la policía, y para ese entonces, tal vez él y algunos miembros de su familia ya hayan sido asesinados. Un arma en la mano es mejor que un policía en el teléfono.
Más del 90% de las intervenciones de la policía se dan cuando el crimen ya se ha cometido y llegan al lugar sólo para ver lo sucedido. Estar armados producirá algo que se busca hace largo tiempo: el cambio en el comportamiento de los criminales.
Sí, los gobiernos con su “buena fe” buscan promover la política de desarme con el fin de garantizar la protección de la ciudadanía. ¿Otro resultado? Policías inmersos en el narcotráfico, las mafias y la corrupción que poco hacen por defenderte, ya que muchos tienen sus conexiones con los mismos delincuentes. Pero por supuesto, quienes dicen que “nadie debe estar armado” son justamente los que tienen entrenados agentes vestidos de negro y policías rodeando sus autos blindados, cargando, probablemente, dos o más armas cada uno.
El efecto que no se ve del celebrado control de armas es el enorme aumento de todos los males que propone eliminar, ya que no se estarían quitando las armas a los hombres malos y asesinos, sino a aquellos honestos y decentes.
Asimismo, bajo el control de armas, el que quiere matar o entrar a robar a tu hogar, sabrá que tiene la gran ventaja de que te encuentras desarmado, lo mismo al intentar robarte en la calle, motivo por el cual el delincuente jamás se verá amenazado y tendrá más incentivos para continuar asaltando o asesinando.
Una buena parte de los políticos cree que promulgando nuevas prohibiciones y limitaciones logrará resolver los problemas que aquejan a la población. Pareciera no comprenderse la esencia de las prohibiciones y sus inalterables resultados: siempre generarán un aumento de la presencia de aquello que intentan prohibir y, además, lo que buscan prohibir quedará en las manos deshonestas que abundan en el mercado negro.
Por más que existan leyes que prohíban el alcohol, las drogas o lo que sea, las personas que consumen esas sustancias se las arreglarán de la manera posible para conseguirlas, consumirlas y hacer con ellas lo primero que se les ocurra.
Sin embargo, cada vez que asesinan a alguien o se cometen actos de terrorismo, muchos son los que piden que se adopten nuevas leyes de control de armas. Todo esto terminaría tarde o temprano perjudicando a los propietarios de armas responsables. Muchas leyes son fáciles de burlar y estos controles tienen efectos negativos.
Como explicó Jeffrey Miron, director de estudios de pregrado de Harvard y académico del Cato Institute, “estas leyes imponen costos sobre las personas que poseen y usan armas sin causar daño a otros, ya sea para cazar, coleccionar, practicar tiro, autodefensa o simplemente para la tranquilidad mental”.
En otras palabras, los ciudadanos malos estarán bien armados y los ciudadanos que respetan la ley, no lo estarán. La sociedad está tardando en comprender que el problema no son las armas, sino las personas. De no ser así, deberíamos prohibir por ley absolutamente todo elemento que pueda llegar a utilizarse para cometer crímenes: vidrios, sogas, cables, palas, agua, fuego o cualquier cosa que aparezca en algún film de género criminal. En este sentido, los controles y la prohibición no eliminan las armas más de lo que la prohibición de drogas ha acabado con su tráfico o consumo.
Está comprobado que las políticas de control de armas son un gasto del dinero público y no logran el efecto que buscan. Apoyar un programa para tratar los trastornos y las enfermedades mentales a tiempo probablemente sería más efectivo que prohibir los medios.
Los asesinatos de múltiples víctimas como los que hemos visto últimamente en los Estados Unidos y Europa seguirán aconteciendo, y mucho más en aquellos lugares donde los controles de armas sean más fuertes. El que busca matar, por sentido común, nunca irá a matar a un grupo de 50 personas en el que sabe que probablemente 30 de ellos están armados. Al contrario, irá con mayor fervor donde sabe que nadie podrá defenderse y donde él tenga el control para imponer su cometido.
No, no subirán las muertes por el hecho de que uno tenga un arma en su casa y se defienda en el caso de que lo ataquen. Al contrario, el ladrón o asesino comenzará a limitarse en sus entraderas, al saber que alguien en el lugar sobre el cual quiere violar un derecho de propiedad puede hacerlo caer antes de que él dispare el gatillo.
El derecho a portar armas, sin lugar a dudas, reduce el crimen violento, y esto está comprobado empíricamente. Si uno no quiere matar, no mata. Al igual que si uno no quiere consumir drogas, no las consumirá por el simple hecho de que sea legal hacerlo, al igual que sucede con el alcohol.
Cuando las cifras hablan por sí mismas
Para apuntar a ejemplos particulares, Brasil y Rusia tienen fuertes leyes de control de armas; sin embargo, las mismas no han logrado detener las tasas de crimen en sus respectivas sociedades. Mientras, Suiza e Israel tienen niveles altísimos de tenencia de armas y así y todo, tienen bajos niveles de crimen y asesinato.
En la década del 90, Australia y Gran Bretaña convirtieron en ilegal la tenencia de armas de fuego. Usted dirá que la violencia armada se redujo a niveles drásticos, sin embargo esto no ha resultado así: en Gran Bretaña aumentó un 40% desde aquella prohibición; en Australia, a cuatro años de la aprobación de dicha ley, aumentaron los asaltos con armas de fuego al igual que los homicidios.
Según los datos del economista norteamericano John Lott, en aquellos estados de Estados Unidos en los que es más fácil caminar armado, se han reducido los homicidios en un 10%, al igual que los asaltos y las violaciones.
Gobiernos totalitarios como los de Hitler, Stalin o el del mismo Fidel Castro, decretaron de entrada la prohibición de la tenencia de armas y el desarme de la población. En la otra mano, Thomas Jefferson y John Locke fueron fieles promotores de la portación de armas.
El caso suizo y las armas
Suiza no suele sonar en los noticieros o titulares de diarios por motivos de muertes violentas o asaltos. ¿El motivo? Suiza tiene el mayor número de armas por persona en toda Europa y es el tercero en el mundo con mayor cantidad por habitante, detrás de los Estados Unidos. Según Small Arms Survey, habría 2,3 millones de armas entre los ciudadanos de dicho país, es decir, el pueblo está fuertemente armado.
Esta tradición tienen sus comienzos en el momento en que se sentaron las bases de la Antigua Confederación Helvética en 1291, pueblo que decidió armarse para preservarse a sí mismo y a su independencia. Más adelante, en el siglo XIX, al establecerse las bases de Suiza como Estado moderno, se promulga la neutralidad en la política exterior, la libertad de armas y la práctica constante del tiro.
El derecho a defenderse
El derecho a la propia defensa es necesario y fundamental. Y es menester comprender que el problema no se encuentra en las armas más peligrosas sino en los ciudadanos más peligrosos.
Hoy, en general, los gobiernos no pueden defenderte y encima de todo, pretenden desarmarte para que tampoco puedas defenderte por ti mismo.
Cesare Beccaria escribió en 1764 en Dei delitti e delle pene que “prohibir armas sería lo mismo que prohibir el uso del fuego sólo porque quema o el agua porque ahoga” y que “leyes de ese tipo hacen las cosas más difíciles para los asaltados y más fáciles para los asaltantes, sirven para estimular el homicidio en lugar de prevenirlo ya que un hombre desarmado puede ser asaltado con más seguridad por el asaltante”.
Asimismo y a modo de conclusión, resulta interesante observar la imagen que los gobiernos, en general, tienen de nosotros los ciudadanos: cuando nos hacemos mayores podemos elegir a nuestros gobernantes, casarnos, tener hijos, ir a la guerra a defender al país, trabajar incansablemente pero sin embargo, según su punto de vista, los ciudadanos no somos capaces de defendernos, por lo que no deberíamos tener un arma, al igual que tampoco somos capaces de ahorrar, motivo por el cual debemos darle todos los meses un poquito de nuestro dinero al Estado para que lo administre “correctamente” y al crecer nos lo dará mes a mes para que podamos vivir felizmente –esto jamás sucede, siempre utiliza ese dinero para saciar sus ansias populistas de mayor poder otorgando prebendas y subsidios, y los pobres ancianos quedan desahuciados y sin dinero.
Debemos dejar de ver las armas como término negativo, como sinónimo de violencia, muerte, crímenes o heridos. Es momento de verlas como un derecho fundamental de la persona, el derecho a la autodefensa y a la propiedad. Es momento de convertirlas en sinónimo de defensa, seguridad y protección.
¿Quieres un motivo para estar en contra del control de armas? Un arma cargada en casa puede salvar la vida de tus hijos, así de sencillo. Lo primero que cabe decir es que las leyes de control de armas no pueden cumplir el que es su objetivo declarado: desarmar a los criminales. En definitiva, “cuando las armas están fuera de la ley, sólo los fuera de la ley tienen armas”.