Se ve que para que el mundo terminara de abrir los ojos y reconocer oficialmente al régimen de Nicolás Maduro como lo que es, una dictadura, tenía que ser eliminado el Poder Legislativo.
En Venezuela hace rato que existe una dictadura: más allá de que el día de ayer la sentencia del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) de Venezuela anuló a la Asamblea Nacional y procedió a asumir las funciones legislativas, alterando el orden constitucional de dicho país cometiendo un golpe de Estado.
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Más bien lo llamaría un “segundo golpe de Estado” o la “segunda fase del golpe de Estado”. Venezuela hace rato que está carente de Estado de Derecho, hace rato que los tres poderes del Estado están todos en una sola mano: la de Nicolás Maduro, mano que a la vez está manejada por el castrismo cubano y por el mismísimo Diosdado Cabello.
Un régimen que decide qué elecciones pierde, qué elecciones gana, qué elecciones celebra, y cuándo lo hace, es un régimen que irrespeta la democracia. Un régimen que tiene a su pueblo sometido, enfermo ante la escasez de medicinas, muerto de hambre ante la escasez de comida, asesinado ante la inseguridad promovida por el régimen, sufrido ante las golpizas que reparte la Guardia Nacional Bolivariana, es un régimen que irrespeta la democracia.
Un régimen que desde la llegada de Hugo Chávez, en el año 1999, está gobernado por los hermanos Castro en Cuba, a partir de la orquestación del programa del perverso “Socialismo del Siglo XXI”. Y no obstante, se llena la boca hablando de soberanía, de no intervención, cuando ha estado gobernado por los restos oxidados de la Revolución Cubana.
Un régimen que manipula a la oposición y la hace jugar con la idea del “diálogo”, ilusionando al pueblo una vez más. Un régimen que encarcela a sus opositores políticos y que si no los mata, les da prisión domiciliaria o los tiene como perros en la cárcel de Ramo Verde. Y si no hace algo de todo lo anterior, los mantiene inhabilitados, con la nariz rota, como le han hecho a María Corina Machado y a otros tantos, o simplemente los mantiene en el exilio. Un régimen que, prácticamente, es de partido único, como sucede en Cuba, y como sucedía en la ya caída Unión Soviética.
Un régimen que hasta ayer gozaba de que muchos se creyeran el cuento impartido desde la cúpula chavista, aquel cuento de la “democracia venezolana”: donde los partidos políticos participaban de las elecciones, donde existía una supuesta división de poderes. Todo era una farsa, todo siempre ha sido una máscara, como lo es en Cuba, donde todavía hay algunos que creen que allí se celebran elecciones. Sí, puede que se celebren elecciones, pero hay un solo partido para elegir, quieras o no, lo elijas o no.
Este régimen dictatorial ha hecho y deshecho la Constitución Nacional, transformándola en un simple papel que les da permiso para hacer lo que les da la gana. No obstante, aquel papel no vale nada. No vale nada porque Nicolás Maduro está por encima de todo, por encima del pueblo, por encima de la Constitución Nacional, por encima de todos los poderes estatales, por encima de la oposición, simplemente por encima.
Carlos Sabino esclareció que “las dictaduras acaban por alguna de las siguientes tres vías: la primera, que hay que descartar en este caso, cuando los gobernantes abandonan el poder voluntariamente al constatar que ya no tienen suficiente apoyo o consideran cumplida su misión; la segunda, por medio de un golpe militar –con mayor o menor apoyo civil- que los depone por la fuerza; la tercera, cuando la resistencia cívica llega a tal punto que se ven acorralados y tienen que ceder, ante la imposibilidad material de mantenerse en sus cargos”.
Sin embargo esta dictadura tiene algo particular. Algo particular que es el apoyo de los incontables grupos de izquierda y partidos políticos que apoyan aquel proyecto bolivariano ideado por Fidel y Chávez décadas atrás. Esta dictadura de izquierda puede permanecer en el poder cuanto tiempo le de la gana. Los chavistas al poder no abandonarán el poder porque no tienen incentivos de hacerlo, perderían mucho y ganarían poco –y no me refiero en términos monetarios, porque eso es lo de menos, eso ya lo tienen. Los chavistas al poder no se irán porque no existen fuerzas armadas capaces de rebelarse: están todas creadas genéticamente para someterse al chavismo que genera terror, miedo y sumisión.
Nos preguntamos entonces, ¿cuándo se irán? Esta respuesta quizás sólo Dios la sabe. Con estas dictaduras marxistas todo es impredecible, todo es posible: pueden caer como cayó la Unión Soviética, después de mortificar a su pueblo por largas décadas; pueden convertirse en algo similar a lo que es China, con un partido único que gobierna desde el siglo pasado y continúa reprimiendo a la par que juega a comerciar un poco más, pero todo con el control estatal; pueden padecer lo que padece Cuba, que desde 1959 tiene a los mismos en el poder y todos se creen el cuento de la democracia cubana, se enamoran de Fidel y le lloran en su muerte, y difunden el verso de la salud y la educación cubana, y en este sentido, la dictadura perdurará a costas de la angustia del pueblo.
Estos personajes nefastos y desagradables no se irán por un referéndum, no se irán por elecciones, no se irán por un diálogo. La represión puede seguir, pero entiendo a los venezolanos, entiendo el sentimiento y la sed de libertad: la esperanza no debe perderse, pero tampoco se puede vivir sometido a una dictadura. Será escapar lo más pronto posible, antes de que ya no sea posible salir o será aguantar y sobrevivir al comunismo, hasta el momento en que el tiempo lo diga.
No obstante, algo que sí sabemos es que algún día, tarde o temprano, Leopoldo López será el presidente de todos los venezolanos y la libertad volverá a las calles.