¿Por qué los socialistas son tan hábiles para la publicidad? ¿Cómo lograron los especialistas en esta materia que el embargo del gobierno norteamericano a Cuba, que prohíbe a sus empresas realizar intercambios con la isla, se mantuviera en la dramática categoría de bloqueo?
Son eficientes en la tergiversación de las palabras porque cuentan con una energía interminable, proveniente de una fatal combinación de ansiedad y rencor, para reiterar consignas vacías hasta la saciedad; una repetición que resultaría denigrante para la mayoría de los mortales. Naturalmente, cualquier ser humano con algo interesante qué hacer, abandona un “debate” en el que la contraparte es una máquina parlante que se limita a repetir las mismas consignas, sin distinguir si aplican al caso. No obstante, como es gratis y algo de atención atrae, los políticos más destructivos son especialistas en repetir mentiras.
Con esta metodología logran cierta iniciativa en el planteamiento de la línea de discusión en la opinión pública. Por eso es necesario, cada cierto tiempo, recordar la situación real y evitar perdernos en la gran pila de disparates producidos diariamente, por ejemplo, por Nicolás Maduro y su corte de delincuentes, quienes logran que la pregunta sea si las sanciones son el problema.
Desde luego, el mantenimiento del chavismo en posiciones de poder evidencia que no han funcionado, pero mientras sigamos cumpliendo los deseos publicitarios de los criminales, dejamos de lado el trabajo principal, que suponemos sería la búsqueda de mecanismos para sacarlos del poder, desde donde tanto daño hacen.
Síndrome de Estocolmo
Imaginemos un secuestro típico en una película. Los malhechores apuntan sus armas contra los clientes asustados de un banco, mientras afuera, un grupo de policías busca la manera de liberarlos. Entre otras medidas y probando formas de presión, los policías pueden quitar la señal de televisión que disfrutan secuestrados y secuestradores. Si la situación ha sido lo suficientemente prolongada, todos los involucrados empezarán a presentar desperfectos en el pensamiento. Así, las víctimas pueden empezar a quejarse de los policías, demostrando síntomas de lo que se ha denominado síndrome de Estocolmo.
En tal caso, la queja se enfocará menos en el problema de fondo, que es el crimen que se mantiene diariamente, y más, en la ineficiencia de los que están buscando la forma de resolver la situación. Naturalmente, los cautivos demostrarán malestar ante las consecuencias indeseables de algunos de los movimientos realizados para la liberación, como desconectar la señal televisiva.
La fragilidad de la oposición venezolana
La confusión que reina con respecto el tema venezolano es tan absoluta que quienes se encuentran secuestrados, viviendo las peores condiciones de vida posible, tienden a pelearse entre sí o con sus aliados externos, facilitando el trabajo de los captores. Es natural que suceda y también es contraproducente.
De alguna forma, la mente empieza a asumir que estos delincuentes chavistas “son así”, “¿qué otra cosa se puede esperar de ellos?”. Al mismo tiempo, la desesperación hace que exijamos eficiencia a todos los demás. Seguramente sin darnos cuenta, esa postura resulta benevolente con los criminales. Forma parte del fenómeno que en Venezuela se ha venido llamando colaboracionismo, que a veces es activo y deliberado; otras, triste consecuencia del enredado proceso de pensamiento que la situación promueve.
El “colmo” de las sanciones
A quienes insisten en poner los caballos detrás de la carreta, diciendo que los problemas de Venezuela los causan las sanciones, hay que recordarles que Maduro no es un recién llegado, lleva ocho años profundizando el desastre. El chavismo, por su parte, suma más de veintiún años desmejorando sistemáticamente la vida de los venezolanos y ahora, la de sus vecinos.
Solo puede ser producto de una grave falta de inteligencia o de intenciones estafadoras, explicar las penurias venezolanas como producto de las sanciones. “Las sanciones no causarán el problema, pero no están ayudando”, pensarán varios; demostrando la desesperación que he comentado. Para restaurar el orden en circunstancias tan precarias, el conflicto demanda elegir entre opciones concretas, no solo entre ideas perfectas e irrealizables. Tomemos en cuenta que la alternativa a los intentos de liberación es la pasiva aceptación del mantenimiento eterno del terror chavista.
El naufragio de la lógica chavista
Aún cuando se quisiera seguir con la falsa idea de responsabilizar a las sanciones de todos los males de Venezuela, podemos recordar que lo que ha ofrecido el chavismo, desde sus inicios, fue independencia y el aumento de la capacidad productiva endógena y soberana. Que no necesitáramos nada del resto del mundo, sobre todo, de los norteamericanos.
Durante más de veinte años y hasta hace poco, los revolucionarios del siglo XXI han contado con recursos económicos astronómicos, la alineación de todas las instituciones nacionales, bajo amenaza de cárcel o muerte; así como innumerables simpatías y colaboraciones internacionales. El único objetivo que han perseguido es la mencionada independencia. Si las sanciones tienen efecto quiere decir que ha sucedido una de dos cosas: El chavismo ha fallado miserablemente en sus “objetivos históricos” originales, o, mucho más probablemente, la parafernalia ideológica ha sido y sigue siendo una gran mentira, dispuesta para que una resentida secta acumule poder y comodidad, a costa de todo lo demás.
Por cualquiera de las vías llegamos al mismo e inevitable resultado: el chavismo es uno de los proyectos socialistas más fracasados de una larga lista de planteamientos fallidos de esa tendencia.
Por lo pronto, los venezolanos pierden otra de las pocas ventanas de oxígeno psicológico y distracción que tenían en la señal televisiva de DirecTV. La responsabilidad de las condiciones de vida en el país no puede ser de nadie diferente a esos que lo tienen secuestrado: la secta chavista, que se ha proclamado protectora de independencia, soberanía, vida y paz, para lograr solo lo contrario.