En el mundo hay países a los que no les resulta fácil quedar clasificados en el último lugar absoluto de un índice, como el de la Libertad Económica del Instituto Fraser de Canadá, que mide esa variable en prácticamente todos ellos, salvo casos de comunismo arqueológico como Corea del Norte y Cuba.
Lamentablemente, Venezuela ha logrado esa dudosa distinción de acuerdo con el informe 2017 de esa prestigiosa institución, que viene midiendo las diferentes variables que conforman esa condición de libertad, o ausencia de ella, desde hace casi 50 años. Las cinco variables que mide el informe son: tamaño del Gobierno; sistema legal y derechos de propiedad; moneda sólida; libertad de intercambio internacional y entorno regulatorio. Las puntuaciones van de 1 (peor) a 10 (mejor).
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El país con mejor puntuación es Hong Kong con 8,97, seguido de Singapur, Suiza e Irlanda, todos con más de 8 puntos. En los primeros 40 países del ranking, todos con más de 7 puntos, se encuentran las principales economías y democracias del mundo, pero también muchos países pequeños. De América Latina están tan solo Chile, Guatemala, Panamá y Costa Rica. El foso de la clasificación de 159 lo ocupa por varios cuerpos Venezuela, con una puntuación de 2,92, seguida, más bien de lejos, por la República Central Africana, el Congo, y Argelia, que ostentan puntuaciones de 4,62 a 4,84 y un largo etcétera de repúblicas africanas, y una que otra exsoviética. Por cierto, que Zimbabue, con quien se se suel comparar con mayor frecuencia a Venezuela, tiene una puntuación de 5,61 en el puesto 144.
Pareciera una perogrullada a estas alturas del siglo XXI, pero es preciso recordar que hay una relación directa importante entre libertad económica y bienestar de la población. El promedio de ingresos de los países totalmente libres cuadriplica el de aquellos que no lo son. Y como han descubierto dolorosamente los venezolanos en carne propia en los últimos años, mientras más se restringen esas libertades más empobrecimiento y miseria se produce.
Eso no siempre fue así. Para 1970, cuando comenzaba Frazer a reportar su índice, Venezuela tenía una puntuación de 7,10 y se encontraba en el décimo lugar, pero de la cima no del foso. Diez años después, en 1980, ostentaba el puesto 13. Sin embargo, para 1990 el populismo estatizante que se inició con la Gran Venezuela y que se desató luego del Viernes Negro de 1983, momento en el cual la moneda nacional comenzó su lenta, pero irremisible marcha hacia el barranco, Venezuela ya había descendido a la posición 53. Al inicio del siglo, en 2000, si bien con una puntuación similar a la anterior de 5,95 ya iba por el puesto 88 en vista de que se incorporaban más países al índice, casi todos con mejores niveles de libertad económica. El socialismo del siglo XXI solo sirvió para acelerar aún más la tendencia y para 2010 el país suramericano ya veía el foso de cerca en el puesto 153. No hizo falta que pasara otra década para ocuparlo, en lo que tiene que ser uno de los deterioros económicos más grandes que registra la historia sin que haya habido de por medio algún evento bélico.
Pero nada es irreversible, y si en un lejano pasado Venezuela pudo estar ente los países de mayor libertad económica, nada impide que en un futuro no lejano vulva a lograrlo. El punto de partida del retorno a esos sitiales es que la población en su conjunto haya quedado inoculada por varias generaciones contra el virus de las promesas populistas y socialistas que terminan en lo que ahora se sufre.
Ejemplos hay, la hiperinflación de 1922 hizo que hoy los alemanes sean uno de los electorados más reacios al populismo, como también lo son buena parte de los países de Europa Central, quienes también sufrieron en carne propia los efectos del comunismo y hoy exhiben una libertad económica, y por ende una prosperidad envidiable.