El domingo 18 se cumplen 35 años de lo que en su momento se conoció como el Viernes Negro, momento en el cual Venezuela abandonaba la libre convertibilidad y una paridad más o menos fija con las monedas reserva del Mundo que había sido la norma en las primeras ocho décadas del siglo 20.
En efecto, Venezuela comenzó el siglo 20 con una paridad de Bs 5, el peso fuerte español o “fuerte” por dólar. En plena Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado, la paridad se revaluó a Bs 3.35, cuando EEUU y los demás países del Mundo devaluaron sus monedas contra el patrón oro y Venezuela no lo hizo. De ahí ésta paridad subió a Bs 4,54 en 1960 y luego se revaluó a Bs 4.30/$ en 1970, año en el que Venezuela tuvo la inflación más baja del Mundo, 0,50%. Para 1983, sin embargo, una serie de errores de política monetaria, como llenar el directorio del BCV de ministros del gobierno de turno, aunado a la cursis de deuda de países emergentes que empezara en México a mediados de 1982, hizo insostenible la paridad con libre convertibilidad, y con las reservas internacionales acercándose a cero por la fuga de capitales, se estableció el control de cambio.
De entonces a acá ha habido control de cambio en 25 de los últimos 35 años. Y en ese lapso aquel Bolívar de 4.30 por dólar, hoy, al cambio libre ¡es uno de Bs 236 millones por dólar! Es decir la pérdida de valor en ese lapso es de 99,999982% o, dicho de otra forma, un bolívar de hoy vale 0,000000018 de aquellos del 17 de febrero de 1983, y dos generaciones de venezolanos han nacido y vivido bajo esa condición en la que los gobernantes manipulan la moneda e imprimen dinero para redistribuir riqueza inexistente.
Existe la tentación de echarle la culpa de todo esto a los gobernantes, pero eso sería ver la paja en el ojo ajeno. El Viernes Negro de 1983 había la opción de tomar una medida sensata, que pueblos que han sufrido hiperinflaciones hubieran comprendido, haciendo una devaluación lineal o flotando el cambio sin controles, pero los políticos optaron por un “aterrizaje suave”, creando la semilla de la discrecionalidad en la asignación a cambios diferenciales. Algunos, como el General Ravard y parte de su equipo de directores en PDVSA y el Ministro de Hacienda Luis Ugueto Arismendi vieron el error y renunciaron antes que hacerse participe de él. Pero la mayor parte del país no entendió en el tobogán que entraba, y que el final inevitable de éste si no se corregía el rumbo, era la hiperinflación que hoy sufrimos.
Es cierto que hubo intentos de enmienda en los últimos años de la República Civil; el Gran Viraje y la Agenda Venezuela son ejemplo de ello. Pero aun así, ésta llegaba a su fin en 1999 con una pérdida de valor del bolívar de 99,14%. Los esfuerzos siempre se estrellaban ante un país que se negaba a enfrentar su realidad y donde el sálvese quien pueda se imponía sobre el interés colectivo de retomar la estabilidad monetaria perdida.
Países de nuestro continente que han sufrido hiperinflaciones como la que hoy nos abruma, han demorado lapsos similares al que nos separa del Viernes Negro para llegar a ese punto. Del otro lado de la hiperinflación, rechazan la manipulación monetaria populista porque saben en que termina, como lo acaba de demostrar con su voto el pueblo ecuatoriano.
Los políticos que tanto le temen al costo político, harían bien en escuchar lo que se está gestando ahí en la entrañas del pueblo, donde se comienza a entender lo que ha pasado, y se añoran medidas como las que han tomado nuestros vecinos, donde la inflación de un año es igual o menor a la de un día en Venezuela. Decimos esto porque si la oyen tal vez el país no tenga que sufrir más nunca las consecuencias de otro Viernes Negro.
Aurelio F. Concheso