Los avances tecnológicos se suceden a una velocidad vertiginosa que hace que quienes no estén en condiciones de incorporarlos a sus actividades productivas no se queden parados como un tren en la estación, sino que se alejan del presente a la velocidad de otro tren que va en dirección contraria.
Pero cuando hablamos de avances tecnológicos, no son tan solo los asociados con temas de vanguardia como la duplicación bianual en la capacidad de computación de los circuitos electrónicos propios de la Ley de Moore. Nos referimos también a avances, que pudieran parecer más modestos, peor resultan igual de importantes para los aumentos de productividad, como las mejoras continuas e innovación en los procesos de producción.
Es en estos últimos en los que Venezuela sufre un rezago importante y creciente, y el mismo tiene que ver con cómo las políticas gubernamentales, sobre todo aquellas relacionadas con la expropiación y confiscación de empresas productivas, nos han alejado del mundo globalizado.
A título de ejemplo, cuando el Gobierno se apropió de las fábricas de cemento estas, cada una en su estilo, eran parte de circuitos productivos mundiales como la mexicana Cemex y la francesa Lafarge, para solo mencionar dos.
En esos conglomerados, los avances en tecnología y procesos son continuos, lo cual les permite trabajar 24 horas diarias siete días a la semana como en efecto hacían hasta su estatización.
Ese día empezaron a dejar de actualizarse, y el resultado 10 años después es que las plantas que aún funcionan lo hacen a un 20 o 25% de su capacidad instalada. En este caso nadie puede culpar a un mítico bloqueo de esa circunstancia, pues toda la materia prima es nacional, como lo es el principal insumo, el energético.
Algo parecido sucedió con Sidor, cuando dejó de pertenecer al Grupo Techint, y a la fábrica de envases de vidrios cuando dejó de ser parte de Owens-Illinois. En este último caso por cierto, hasta las maquinarias que se utilizan son producidas por el propio grupo, y hay un mejoramiento continuo de sus diseños y eficiencia, en el cual la planta venezolana ya no participa.
Tal vez el caso más dramático de desactualización es el de la industria petrolera. Los avances de los últimos 15 años en interpretación geofísica de yacimientos y técnicas de perforación han pasado a nuestro país por alto. No podría ser de otra manera, las compañías que poseen esta tecnología son privadas y de mediano tamaño, y difícilmente van a compartirlas con un país done el principal cliente, Pdvsa, no paga sus cuentas, y las confiscaciones y apropiaciones de activos por el estado están a la orden del día.
El sector agrícola también es víctima de esa realidad. No solo es el caso de los altos costos de medicinas y material genéticotraído a dólar libre, sino que la desaparición de Agro Isleña aisló a muchos agricultores, sobre todo a los medianos y pequeños de las actualizaciones permanentes que esa empresa les ofrecía.
Pero hay lado positivo a esta realidad. Habiendo perdido 20 años de actualización tecnológica, el país tiene la oportunidad de adaptar de las tecnologías de última generación de una sola vez.
Así les pasó, por ejemplo, a los agricultores Hindúes y de otras tierras que de estar aislados pasaron de un solo salto a poder ofrecer sus productos directamente en los mercados y no a través de los intermediarios gracias a la política de telefonía celular satelital de su gobierno.
Claro que para que eso suceda primero tiene que haber responsables de las políticas públicas que en vez de empeñarse en llevarnos de vuelta al siglo 19, les permitan a los venezolanos la posibilidad de incorporarse a los últimos avances del siglo 21.