En Venezuela la opción de política económica preferida por los gobernantes es la de los subsidios perversos. Estos son subsidios que en teoría están diseñados para beneficiar a los más necesitados, pero que en la práctica terminan siendo aprovechados masivamente, y mientras duren, por la población de ingresos medios y altos a expensas de los humildes.
A los políticos les encantan los subsidios perversos porque cuando los anuncian pueden arroparse con la bandera de redentores de los pobres, y cuando los aplican saben que, si los diseñan con bastantes alcabalas, van a terminar siendo aprovechados por ellos mismos y por los “aparatchik” o burócratas que los mantienen en el poder.
Demás está decir que esas políticas condicionan el comportamiento de los ciudadanos (agentes económicos dirían los economistas), quienes acostumbrados a sucesivas versiones de estas políticas, terminan buscando cómo beneficiarse en el cortísimo plazo de algo que difícilmente puede durar.
De ahí el comportamiento de “ta baratos” cuando la moneda estaba artificialmente sobrevaluada, de “raspacupos” cuando los cambios diferenciales permitieron aprovecharse por un tiempo del arbitraje entre tasas, y el “acaparaminto” de, o más bien avituallamiento oportuno, a medida que inflación avanza, para desembocar en el “bachaqueo” como rebusque a través del cual sobrevivir.
Estas reflexiones vienen a colación, por la forma en que el gobierno ha introducido en el debate público, suavizar el golpe de elevar el precio de la gasolina a un valor medianamente cónsono con lo que es su precio de venta en mercados internacionales.
Ojo, que cuando hablamos de esa cifra no es el precio al detal en diversos países, precio que está distorsionado por impuestos al consumo relativamente elevados, sino el precio al mayor de ese producto que algún día producíamos en abundancia y hoy importamos de Estados Unidos: USD $80 por barril o USD $0,50 el litro.
El gobierno ha dicho que todo el que adquiera un carnet de la patria y se inscriba en un registro tendrá automáticamente acceso a gasolina a precios subsidiados. Nadie, ni gobierno ni opinadores de oficio, les ha parecido un abuso que en ese llamado a toda la población quienes pudieran tener una o varias 4×4, carros de lujo o yates puedan a optar a un subsidio supuestamente dedicado a proteger a los más vulnerables.
Más bien el debate se ha centrado en que obligar a tener un carnet de la patria es una imposición inaceptable por tener visos de carácter político, y que todos deberíamos tener derecho al subsidio con la sola presentación de su cédula de identidad.
La única razón por la que el tema ha surgido no es por un programa de ajustes consciente, sino porque al eliminarle 5 ceros a la moneda, la gasolina que hoy vale Bs 1,50 el litro tiene que subir por lo menos a BsS. 0,50 (BsF. 50,000) o un 32.333 % si bien seguiría estando aún a tan solo USD $0,02, todavía muy por debajo de los USD $0,50 que debería ser su precio de equilibrio para garantizar la erradicación del contrabando de extracción y poder pagar la gasolina que se importa.
Pero el problema no es la magnitud del aumento, sino la irresponsabilidad que ha significado mantener un precio que equivale un regalo de los más pobres a los más acomodados, y a los contrabandistas que se lucran con ese gigantesco diferencial.
Si al corregir ese entuerto, se abre la posibilidad de que todos los que consumen gasolina tengan acceso a precio preferencial, entonces: ¿quién va a pagar lo que se necesita para que efectivamente la gasolina pueda ser producida y comercializada? Definitivamente el teatro de lo absurdo … Difícilmente se va a lograr que alguien, sean ellos los rusos, los chinos o el FMI estén dispuestos a financiar el gigantesco hueco fiscal que medidas como este subsidio han producido.