Cuando uno observa los resultados del programa de ajuste hasta la fecha llega a la conclusión que nuestros planificadores públicos son víctimas de un caso agudo de disonancia cognitiva. Una tasa de cambio libre que retoma su carrera ascendente y ya exhibe una brecha cambiaria superior a 150% con el nuevo DICOM.
Un sistema eléctrico colapsado al punto de que ya ni a las iguanas culpan al admitir que las fallas en el centro de distribución neurálgico de La Arenosa son autoinfligidas; producción petrolera en desplome con la insignificante cifra de 15 taladros en operación (ya Colombia más que nos duplica); y una pretensión de que las transacciones internacionales se pueden hacer como si el Dólar no existiera, y fuera lo más fácil de mundo para los venezolanos abrir cuentas en Euros, Yenes, Yuanes, Rupias o vaya usted a saber que otra moneda surrealista que se le ocurra a algún burócrata de turno; pensar que se puede desmontar unilateralmente la contratación colectiva pública aplanando las escalas salariales sin que eso tenga consecuencias … y pare usted de contar.
La disonancia cognitiva (DC) es un concepto formulado hace medio siglo por el psicólogo norteamericano León Festinger en su obra “Teoría de la disonancia cognoscitiva”, ambos términos siendo intercambiables. Concretamente, el término hace referencia a:
La tensión o desarmonía interna del sistema de ideas, creencias y emociones (cogniciones) que percibe una persona que tiene al mismo tiempo dos pensamientos que están en conflicto, o por un comportamiento que entra en conflicto …” [Festinger,1975]
Seguramente el lector reconocerá ese comportamiento, en quienes pretenden darle un barniz de modernidad y viabilidad económica, a unas estrategias y políticas que están en conflicto diametral con todo lo que significa facilitar la inversión, actividad productiva y la conexión del país con las corrientes de intercambio de bienes, conocimientos y capitales hoy por hoy totalmente globalizadas.
Cuando la persona que padece de DC encuentra que sus fórmulas no funcionan, la reacción inicial es culpar a un tercero por los resultados negativos. Con el tiempo, las personas racionales reconocen la contradicción y buscan corregir su comportamiento, a veces con otra racionalización. Ejemplo clásico de ellos es el zorro de la fábula de Esopo que no alcanza las uvas, y decide que no las quiere al racionalizar que, total, estas están verdes.
Quienes formulan estas políticas no parecen haber aprendido esa lección aun, y lejos de aplicar el pragmatismo, persisten en creer que pueden desafiar las leyes de la economía ad infinitum sin que eso tenga consecuencias. Llama la atención cuando se oye decir a algunos observadores que el motivo es porque están “corriendo la arruga”. Correr la arruga tiene sentido si uno piensa dejarle el problema en la raya de cal a un tercero en un momento cercano, pero ese no parece ser el caso con quienes gobiernan que visualizan quedarse por un largo tiempo, en el que tendrían que cosechar lo que ahora están sembrando.
Un ejemplo de DC aguda cuyos resultados están por verse todavía es la no nata sinceración de los precios de la gasolina. Con el ánimo de reducir al máximo la resistencia al aumento se diseñó, en algún laboratorio gubernamental la estrategia de generalizar un subsidio a quienes se carnetizarán por la patria, utilizando un sistema de reconocimiento biométrico y de pago por puntos de venta dignos de un país del primer mundo con sistema eléctrico confiable y conectividades de internet de 30 megas con amplias coberturas.
Bueno, decir que se diseñó es un eufemismo, porque la impresión que da es que no había nada diseñado, y que alguien ha venido improvisando, haciendo dibujo libre de oído a medida que cada intento parcial presenta fallas al parecer insalvables. Mientras tanto la economía sigue en picada víctima de la disonancia cognitiva de sus gobernantes.