Quizás una de las pocas verdades que se oyeron en la cadena del jueves 26, en que se anunciaba un nuevo salario mínimo a partir del 1° de diciembre, fue la afirmación de que “lo realizado no sale en ningún libro de economía”. Uno podría decir que no sale, pero saldrá, cuando por fin los historiadores tengan la oportunidad de estudiar a profundidad la magnitud de la destrucción económica y social que se ha autoinfligido Venezuela en los últimos cinco años. Lo cierto es que los anuncios resultaron ser un contundente más de lo mismo.
El aumento del salario mínimo para el 1° de septiembre lo llevaba a BsS $1.800, que a la tasa del marcador más popular de cambio libre de ese día era de USD $30 por mes. Para la fecha de hoy, esos bolívares se habían reducido a USD $4.50 y el aumento anunciado los lleva a USD $10,00 estimando cuál será la tasa libre del primer día de cobro. Seguramente, para cuando se anuncie otro aumento a principios de año el valor se habrá reducido por debajo de los USD $3, equiparándose con lo que era en agosto, antes del inicio del plan cero-mata-cero, tal como lo bautizo el presidente Maduro en su alocución del 17 de agosto.
Por otra parte, es menos que imposible calcular con exactitud el costo de la lluvia de bonos de diversa índole, subsidios a nóminas de empresas privadas, millares de perniles, etc. que acompañaban el anuncio. Lo que sí es fácil determinar es de dónde saldrán los bolívares para pagar todos esos bonos. Saldrán nuevamente de los teclados de las computadoras del Banco Central, con las cuales se crea el dinero sin respaldo que a partir del lunes se estará transfiriendo a ministerios y empresas estadales, para eventualmente llegar a las cuentas de los empleados públicos y los jubilados.
Los tesoreros de las empresas privadas, sin embargo, no tendrán el beneficio de la maquinita mágica del BCV y tendrán que ver cómo arbitran los recursos, tal vez recurriendo por enésima vez a las reservas de la empresa. Sorprende, por cierto, que a estas alturas todavía se esté hablando de darle a los empresarios divisas extranjeras, cuando el Estado adolece severamente de ellas, y créditos blandos, claro que si se ve el poco respaldo que tienen bien blandos son, pero que son también fuente inagotable de favoritismo clientelar.
Todo esto parece formar parte del giro dado al plan económico, ahora bautizado por el presidente como “la recontrarevuelta”. Lo que no parece estar incluido en la recontrarevuelta, pues no se le toco ni con el pétalo de una rosa, son el aumento de la gasolina, del que ya ni se habla; de los aumentos de servicios públicos para cubrir cuando menos su costo; o de la liberación cambiaria que inclusive fue objeto de un convenio cambiario, pero todavía brilla por su ausencia; y de darle seriedad al tema del petro. Se había dicho que este aspiraba a ser una criptomoneda, pero el valor de esas las fija el mercado, mientras el valor del petro lo fija, al parecer, un mercado de un solo concurrente, el presidente de la república.
De nuevo, en las vísperas prácticamente de un nuevo año se ha perdido una oportunidad de darle a los ciudadanos y, en particular, a los agentes económicos que con sus inversiones son los que pueden dinamizar la economía, una luz de que la racionalidad comenzará a imperar en el manejo de la política económica. Mientras sigamos vanagloriándonos de que lo que aquí se hace es inédito, sin admitir culpas propias ante el desastre, y rebotando entre cero-mata-cero y la recontrarevuelta, difícilmente seremos tomados en serio por los inversionistas o lograremos derrotar la hiperinflación.