Con motivo del estruendoso colapso de la empresa estatal PDVSA y la producción petrolera, en algunos círculos se ha formado la matriz de que “Venezuela ya no es un país petrolero, sino meramente uno país que tiene petróleo”.
Implícito en esa aseveración estaría el veredicto que la sociedad venezolana es incompetente como para monetizar, ya no solo lo crudos extrapesados de la FPO, sino también los 44,000 millones de barriles de crudos convencionales, que exceden por si solos todas las reservas del resto de Latinoamericana desde el Río Grande a la Patagonia.
De ser eso así, para lograr un equilibrio en nuestra balanza de pagos en cuenta corriente, tendríamos que conformarnos con las exportaciones de otros productos y servicios que, en el mejor de los momentos a finales del siglo pasado llegaron a $7,000 millones por año y hoy si acaso suman $2,000 millones.
Hablar que de que el turismo y las exportaciones de chocolate gourmet cubrirán la brecha suena muy romántico, pero no se compadece con la realidad. El turismo receptivo es sin duda una actividad importante que se debe desarrollar, pero llegar a, digamos, 3 millones de turistas por año que no es poca cosa demora cuando menos un quinquenio, y cuando se logre esa meta estaremos hablando de unos $3,500 millones; menos de 190 mil barriles diarios a un precio de $50 por barril.
Exportar la cosecha completa de cacao como chocolate gourmet, equivaldría a otros 8 mil barriles diarios. Habría que sumar muchos poquitos para llegar a los $45,000 millones que representaría la exportación de 2.5 millones de barriles diarios a los que fácilmente se puede llegar en tres años si se implementan las políticas adecuadas.
Pero la realidad va más allá de las grandes cifras. Cuando el reventón de los Barrosos en 1922 Venezuela no era un país petrolero, tan solo tenía petróleo, y las empresas extranjeras que dieron inicio a la industria tuvieron que traer todo desde el exterior incluyendo los servicios de apoyo a sus actividades.
Hoy 96 años después. Venezuela si es un país petrolero, no solo por su infraestructura, degradada en los últimos años es cierto, pero perfectamente recuperable, sino principalmente por el variado y amplio ecosistema de empresas venezolanas de servicios de toda índole desde la ingeniería, hasta el transporte pasando por la metalmecánica, la estructura comercial de suministros y la informática.
De hecho, en estos años difíciles estas empresas han demostrado su resiliencia exportando su capacidad ociosa en servicios a otros países con éxito, e inclusive incursionando aguas arriba hacia las actividades de exploración y producción en el exterior que la visión estatista de la industria les tenía vedadas en su propio patio.
Lo cierto es, y esto puede no agradarle a mucha gente, que recuperar la producción en campos convencionales requiere mucha inversión. Probablemente $15,000M el primer año y unos $85,000M más en los siguientes 4 años. Esos montos no los van a prestar ni el FMI ni los chinos para que una empresa estatal dispendiosa los vuelva a malbaratar, y en consecuencia solo pueden venir de la inversión privada nacional y extranjera.
Para que tengan una idea del estimulo a la reconstrucción económica que eso significa, en 1922 90% de las inversiones en capital o CAPEX eran importados, pero en este momento el 80% del CAPEX requerido puede perfectamente ser de origen nacional.
El ejemplo a seguir es el de la cuenca del Permian en Texas, de edad parecida a la de nuestros campos convencionales. Para 2009 producía menos de 1 millón de barriles, y con una mezcla de tecnología desarrollada en los últimos 10 años, capital y eficiencia operativa de miles de empresas privadas ya va por 3.5 millones y se proyecta a 5 millones en 2022.
El estado de Texas no le ha pasado por la mente estatizar la actividad, y goza de una economía vibrante, que combina hidrocarburos con agricultura, alta tecnología y biomédica. Un buen ejemplo a seguir antes de sentenciarnos incapaces de aprovechar nuestra principal ventaja competitiva.