“Soviets y electricidad” fue la consigna que acuñó el camarada Vladimir Illich Lenin en los albores de la toma del poder en Rusia por los bolcheviques de 1917.
A quienes en pleno siglo XXI sueñan con emular esas hazañas en Venezuela, pareciera que solo les interesa la primera parte de la admonición de su venerado ícono. Al menos eso se desprende de la empecinada insistencia en endilgarle a unos míticos ataques de saboteadores anónimos lo que le acontece al SEN (Sistema Eléctrico Nacional). Los primeros, con habilidades extraterrestres que contradicen la Teoría Dinámica de Campos Electromagnéticos de James Maxwell (1865), y los más recientes, a unos francotiradores sobrehumanos capaces de inutilizar una línea de transmisión de 765 kilovoltios y sus subestaciones con un tiro de fusil a kilómetros de distancia.
Es posible que los altos jerarcas del régimen en verdad se crean lo que están diciendo. Si es así, estamos en serios problemas, porque quiere decir que no hay nadie en esa cúpula que se esté molestando en por lo menos leer los profesionales análisis y recomendaciones de instituciones como el Colegio de Ingenieros o del Grupo Ricardo Zuluaga que, dejando a un lado consideraciones políticas, le ponen el dedo en la llaga a lo que ya no puede calificarse como otra cosa que un colapso eléctrico en ciernes y hacen recomendaciones concretas de como revertir nuestro descenso al abismo.
En la tal vez vana e ilusoria esperanza de que alguien en la estructura de poder existente mantenga aun alguna conexión con la realidad y se moleste en leer estas líneas, nos permitimos resumir de dónde venimos, donde estamos y que nos depara el persistir en diagnósticos errados. Como sabía Lenin, los sistemas eléctricos son la base esencial de una sociedad industrial. Ellos requieren ser ininterrumpidamente continuos y para eso deben tener en su diseño dos elementos, a saber: holgura y redundancia.
Holgura significa que haya suficiente capacidad instalada, y de esa una capacidad utilizable para exceder cómodamente la demanda pico que se presente. Para 1998 esa holgura era amplia; la demanda pico era 75% de la capacidad disponible y esa a su vez era 75% de la capacidad instalada. Para 2012, sin embargo la holgura había desaparecido al ser el consumo 100% de la capacidad disponible. Empieza entonces una carrera por disminuir el consumo sacrificando actividades de producción como las empresas de Guayana y una carrera por aumentar la capacidad instalada. Hoy se encuentra teóricamente muy alta, pero la capacidad disponible es solo 35%, de ella y el consumo obviamente no puede ser más que el 100% de lo que se produce (que se reduce cada vez más ocasionando racionamientos). Esa producción a su vez va en picada augurando cada vez más doloroso racionamientos.
Si antes la alternativa era entre sacar del sistema a fábricas, ahora las decisiones son entre darle agua o transporte público a una previamente blindada Caracas y además sacrificar Valencia o Barquisimeto en vez de Maracaibo. Todo lo cual elimina cualquier posibilidad de redundancia, es decir tener equipos como trasformadores con capacidad ociosa ante cualquier contingencia o falla. Cuando oímos que hubo “sabotajes” al restablecer el servicio, es porque se ha sobrecargado alguna línea en esfuerzo desesperado por suplir más de lo que el colapsado sistema puede dar. Ante esta situación el círculo vicioso se alimenta a sí mismo; para 2012 la capacidad disponible era 18,700 megavatios, y en este momento está por debajo de 13.000 y lo que es peor, sigue en un descenso que se acelera.
En marzo se perdieron 11 días de producción y 13 de escolaridad. El costo de lo primero va por los 2 000 millones de dólares y de lo segundo es incalculable, como lo es el costo humano en la red hospitalaria. Si algún tema debe despolitizarse urgentemente es este. Los inquilinos de Miraflores tienen la palabra, por primera vez hagan un mea culpa y discutan seriamente como salimos del atolladero.