El estado Zulia, ese microcosmo de lo que pronto se convertirá el país entero si no hay un cambio profundo en su conducción, comenzó a ser víctima de otra escasez que también afecta a otras regiones: la de la gasolina. Si las ausencias de electricidad -en una zona con 2 000 megavatios de capacidad térmica instalada- y de agua -en un Estado rodeado de ella por casi todas partes- son incomprensibles, esta última es tal vez la más irónica, dado que hace solo dos décadas el Zulia producía 1 millón de barriles de petróleo al día, amén de tener en sus fronteras el Complejo Refinador Paraguaná que, con una capacidad de 940 000 BPD, es el tercero del mundo y el primero en el hemisferio occidental.
Hasta hace poco se decía que el mejor negocio que hay es una empresa petrolera bien manejada, y el segundo es una mal manejada. Pero como en tantas otras cosas, el socialismo del siglo XXI ha logrado romper paradigmas y en este caso establece una tercera categoría al quebrar y destruir una industria petrolera con las mayores reservas del mundo y una infraestructura productiva envidia de sus clientes y competidores. Después de todo, no es poca cosa reducir a un 10 % de su capacidad al Complejo Refinador Paraguaná, y tener totalmente cerradas desde hace años a otras dos refinerías, diseñadas para producir gasolina para consumo interno como son las de El Palito en el Estado Carabobo y la de Puerto La Cruz en el Oriente.
Ante esa situación, y con la producción petrolera desplomándose a unos 500 mil barriles diarios en mayo según reporta la agencia de noticia Argus Media, la gerencia de crisis de la industria -si es que se puede llamar así- se ha visto forzada a importar gasolina ya no en los mercados abiertos, sino a quienes en una suerte de mercado gris estén dispuestos a eludir sanciones pero cobrando una sustancial prima de riesgo, pagando en muchos casos con petróleo crudo trasbordado en alta mar, que obviamente se tiene que vender a descuento, para terminar regalándolo en las estaciones nacionales y, por supuesto, a Cuba. Vender insumos baratos, comprar producto final caro, y regalarlo a los consumidores no es el plan de negocio más brillante del mundo, y no debe sorprendernos que ese círculo vicioso tenga corta vida, algo que presagia mayor escasez de combustible en las próximas semanas.
¿Qué va a pasar? La pregunta que a diario se hacen los venezolanos sobre todos los aspectos de la vida diaria tiene aquí dos respuestas. Mientras las cosas sigan gerenciándose así, una reducción severa de la gasolina disponible que seguramente ocasionará que llegue al consumidor a precios elevados, bien por una suerte de mercado negro o porque en el desespero gubenamental el precio en las bombas suba a algo parecido al precio internacional.
La otra alternativa, la de emprender el largo camino hacia la recuperación, solo será posible con una transición a otra forma de gobernar y gerenciar. La rodada hacia abajo por esta cuesta que ha llegado hasta aquí no empezó con las sanciones recientes, sino el día que, con un silbato de árbitro, el comandante eterno inicio el proceso de descapitalización del recurso humano, despidiendo al 75 % de los gerentes y técnicos. Los primeros resultados de ese desaguisado no tardaron en manifestarse. Al principio los altos precios los enmascaraba, pero tuvo un aldabonazo con la explosión en la refinería de Amuay en 25 de agosto de 2012 y un largo trecho de siempre tomar la dirección equivocada en cada encrucijada del camino.
El margen de maniobra para continuar con ese comportamiento se ha agotado, y la esperanza es que las decisiones que se tomen ante este colapso permitan recuperar lo que una vez fue la industria petrolera más importante de Latinoamérica.