Estaba por volver a mi país, la Argentina, por un viaje de trabajo cuando recibo un mensaje de una amiga de la infancia. Sonaba bastante desesperado por que al segundo me manda otro, ¡¿lo recibiste?!, me interroga. Decido abrirlo inmediatamente totalmente intrigada, ella sabía que yo estaba por llegar al aeropuerto de Asunción. “Necesito que me traigas dos Jack Daniel’s del Free Shop”.
Mi amiga se casaba en un mes y habían cerrado la importación de esta marca de whisky. Pero ejemplo como el de ella, hay para todos los gustos. Otra amiga se dio por vencida, al intentar frustradamente traerse un vestido de novia de una diseñadora de China, debido a las trabas regulatorias y el costo el gravamen.
Hablando con otro amigo mientras tomabamos un café cerca de la calle Florida en Buenos Aires, me cuenta lo que habían hecho unos compañeros de boxeo para entrar una computadora y varios disco rígidos externos que compraron en su viaje por la zona libre de Colón, Panamá.
“Mirá, Belén, yo lo que hice fue esperar en la zona de donde te entregan las maletas hasta que llegase un vuelo de Brasil. A los de Brasil no los revisan casi nada”. Es que te hacen sentir un delincuente los oficiales de la aduana. Continúa su relato “la señora que viajó conmigo escondió una tablet en el cochecito de su bebé, y me contó Mariana (su novia) que se puso el iphone nuevo en el corpiño.
Pero están aquellos honestos —o ingenuos— que creen que pueden pasar sin que la Afip (ente recaudador) o, mejor aún, como la llaman algunos, la GestAfip (por la Gestapo) te descubra. Pero la experiencia puede salir muy mal, como le paso a Pablo, un conocido fotógrafo que se compró una Nokia 7D y al llegar al punto de inspección notaron el aparato y le quisieron hacer pagar la “multa“ por comprar productos en el exterior.
El argentino que entra al país tiene una franquicia de US$300 (o US$150 para países limítrofes) para entrar mercadería comprada en el exterior. Superados ese monto debe pagar el 50% del total del excedente.
Por supuesto, si uno dice que ya lo tenía en Argentina debe mostrar la declaración jurada que hizo por escrito antes de salir del país con el mismo número de serie. Sino, ¡alpiste!
Como el límite impuesto por el Estado para entrar compras sin pagar el gravamen es de US$300, entonces una cámara valorada en US$2000, implica un excedente de US$1700, y por tanto, una multa de US$850. Pablo no tenía ese dinero y cuando los oficiales quisieron “secuestrar” el aparato, el se negó y decidió arrojar la cámara al suelo con todas sus fuerzas. “Si no la puedo tener yo, no la tiene nadie”.
Hay más. Y muchas más. Los argentinos tenemos fama mundial de ser creativos, talentosos. Es que no nos queda otra. La necesidad agudizó nuestro ingenio.
Pero esto no se limita a los vuelos. Pasa lo mismo por tierra y por agua. Como decía el fisiócrata Bastiat “si los bienes no cruzan las fronteras, lo harán los soldados”, o los argentinos.
Aquellos que tienen la suerte de vivir cerca de la provincia fronteriza de Mendoza (conocida por su excelente vino), cruzan semanalmente por el túnel internacional hacia la capital chilena para adquirir lo que la industria local no provee o si lo hace es con mala calidad o a altísimo precio. Pasan por un camino de ripio para evitar la aduana (mucho mas light que la aeroportuaria de todas maneras).
Y por agua también. Esta, creo yo, es la más reciente y es la frontera que menos revisan. Muchos que vuelven de Estados Unidos, Europa o Australia extienden las mas de 11 horas de vuelo, al preferir aterrizar en el aeropuerto de Carrasco en Montevideo, la capital uruguaya.
Hacen migraciones allí y se toman el ferry al puerto de la capital Argentina, cruzando el río mas ancho del mundo para evitarse los ridículos impuestos argentinos. Hay horarios y estaciones portuarias ya analizadas por los porteños para pasar desapercibidos. De esta manera, volverse de algún país del primer mundo puede implicar una travesía de más de 24 horas.
La protección de la industria nacional y la necesidad de recaudar para poder solventar un estado elefantiásico son los causantes que los latinos en general y los argentinos en particular tengamos que ingeniarnos para sortear los obstáculos creados por unos burócratas sentados detrás del escritorio. Hecha la ley (injusta), hecha la trampa (moralmente justa).