EnglishLas protestas en Venezuela llevan ya más de un mes: multitudes salen a la calle para oponerse a un gobierno que no vacila en reprimir con inusual dureza, pues al momento de escribir estas líneas ya han muerto 18 manifestantes, hay más de 200 heridos y casi un millar de detenidos — a muchos de los cuales se los está torturando en este mismo instante.
Las fotos y los videos que se difunden ampliamente por las redes sociales dan testimonio indudable de la intensidad del malestar que vive la sociedad venezolana y de la brutal represión que soporta. Pero los gobiernos de la región, los organismos internacionales y hasta los mismos medios permanecen extrañamente pasivos ante los hechos, plagados de vacilaciones, difundiendo estereotipos que poco tienen que ver con la realidad.
Muchos periodistas, sin conocer la historia reciente de Venezuela y muchas veces sin haber puesto un pie en su territorio, insisten en que la sociedad “está profundamente dividida en dos mitades” y que la protesta es una simple reacción de “la clase media”. Quien desapasionadamente contemple las imágenes de lo que está aconteciendo podrá ver de inmediato que son ciudadanos de muy variado nivel económico los que protestan, en la capital y en el interior. Son los jóvenes, naturalmente, los más ardientes y decididos, pero hay personas de toda edad, de toda condición, que salen a la calle a reclamar el cese de la violencia y hasta un cambio de gobierno.
Por su parte, las manifestaciones de los partidarios del presidente Nicolás Maduro han sido pocas, escasamente concurridas y muy poco espontáneas; pero el presidente cuenta con los llamados “colectivos”, grupos paramilitares bien armados que recorren por la noche las calles de Caracas disparando a mansalva. Maduro y los chavistas no tienen a su favor, entonces, a la mayoría de la población, sino a una porción difícil de cuantificar en estos momentos. Poco sentido tiene recordar al respecto las amañadas elecciones de hace un año, en las que, con todas las presiones a su favor y manipulando los registros electorales, Maduro apenas obtuvo un 51% de los votos.
Pero si la prensa tiene esta actitud confusa y poco empática hacia quienes protestan, mucho peor es — sin duda alguna — la respuesta de los gobiernos y de las múltiples organizaciones internacionales de la región. La Organización de Estados Americanos (OEA) condenó a Honduras hace cuatro años, cuando su parlamento y la corte suprema depusieron a su presidente, y también censuró duramente a los paraguayos después que su congreso — apegado a las leyes vigentes — hizo un juicio político al suyo. En ninguno de los dos casos se reprimió a manifestantes y no se registraron muertes entre ellos.
Ahora, sin embargo, a pesar de la violencia gubernamental, la organización ha permanecido muda: canceló una reunión solicitada por Panamá y sus representantes ahora miran hacia otro lado, pues no les interesa afrontar la ira de los socialistas. Ni la CELAC, que tolera de buen grado y hasta aplaude a la dictadura cubana, ni los organismos iberoamericanos que surgen de las tantas “cumbres” que se hacen en la región, han pronunciado hasta ahora una sola palabra de crítica a un gobierno que reprime sin piedad a sus propios ciudadanos.
Los gobiernos democráticamente elegidos de América Latina permanecen callados y, cuando se expresan, hacen tibios llamamientos por la paz o convalidad de algún modo a un presidente que no tiene la menor intención de ceder y a un régimen que ha llevado a la miseria a lo que fuera un rico país petrolero. Porque es comprensible que apoyen a Maduro individuos como el ecuatoriano Rafael Correa o el boliviano Evo Morales — ya que son sus aliados y quienes reciben las ayudas y las cuantiosas dádivas venezolanas — pero ¿por qué no defienden las libertades ciudadanas los gobiernos de México, Costa Rica, Guatemala, Colombia, Perú y Uruguay, para citar solo unos pocos? ¿Están acaso de acuerdo con el régimen imperante en Venezuela, con sus políticas socialistas, con las restricciones impuestas a los medios, con la brutal represión?
Venezuela está hoy sometida a un nuevo imperialismo, el cubano, que recibe miles de millones de dólares de su “colonia”; mientras en el país sudamericano no hay dinero siquiera para las importaciones de los productos esenciales. Venezuela está gobernada por una dictadura que se ha convertido en un satélite del totalitarismo cubano y nada tienen que decir, al respecto, los que proclaman defender la democracia, la libertad y los derechos humanos.
Mientras continúe esta cobardía política, esta hipocresía moral, este apoyo implícito a los dictadores de la región, nuestra América seguirá, como en pasados siglos, sujeta a la aparición de toda clase de despotismos. Porque es bueno recordarlo en estos momentos críticos: si no defendemos las libertades de los demás, ponemos en riesgo las propias, pues nadie vendrá a acudir en nuestro apoyo cuando más lo necesitemos.