
EnglishHe pasado por la experiencia de vivir dos veces en países que decían marchar hacia el socialismo: estuve en Chile, entre 1971 y 1972, cuando Salvador Allende encabezaba un Gobierno que pretendía crear un socialismo en libertad, y años más tarde en Venezuela, desde 1974 hasta que Chávez emprendió su navegación hacia el “mar de la felicidad”, que para él no era otro que el socialismo cubano.
En los dos casos tuve que soportar escasez, colas, violencia y una vida penosa en la que cada instante debía consagrarse a la búsqueda de los alimentos y los productos básicos que se necesitan para vivir.
El socialismo venezolano pudo, durante algún tiempo, ocultar sus miserias: el elevado precio del petróleo en el mercado internacional proveía al Gobierno de los fondos para otorgar divisas a los particulares; para implementar amplios programas sociales que no eran otra cosa que entregas directas de dinero a millones de personas; cheques en blanco para financiar a políticos afines a sus ideas en el exterior, y hasta para contratar una nube impresionante de funcionarios públicos que vivían del presupuesto del Estado. Pero los precios bajaron, como siempre ocurre, y es ahora que podemos apreciar las verdaderas consecuencias de las políticas nefastas que se llevan a cabo desde hace 15 años en ese país.
(…) en Venezuela hay un régimen dictatorial que persigue a sus ciudadanos hasta por sacar fotos de las colas y de los estantes vacíos de las tiendas
Hoy la empresa privada, la que aún queda en Venezuela, no tiene dólares para comprar los insumos que necesita para producir. Hay una terrible escasez de alimentos, medicinas y otros bienes que lleva a los atribulados ciudadanos a permanecer muchas horas en colas espantosamente largas.
Los servicios de todo tipo que presta el Estado son de mala calidad y los casi tres millones de empleados públicos, en un país que posee alrededor de 30 millones de habitantes, no hacen otra cosa que parasitar una sociedad que se empobrece día a día: imagínese el lector, ¡cómo sería Estados Unidos si tuviesen 30 millones de funcionarios públicos!
Hace unos días Jorge Giordani, quien fuera por mucho tiempo el llamado zar de la economía venezolana, dijo que el país había perdido su riqueza y que el “burocratismo, la ignorancia y la incompetencia” del régimen había llevado al resultado catastrófico que hoy tenemos ante la vista.
Pero se cuidó mucho de agregar que esos males eran propios “del sistema capitalista”. No me extraña: conocí a Giordani cuando compartíamos cátedras en la Universidad Central de Venezuela y era un triste profesor que repetía sus insípidas lecciones para burla de sus alumnos; y además un firme defensor del régimen de Corea del Norte, al que seguramente ahora sigue apoyando.
Giordani, como sus amigos y camaradas, es el responsable de llevar a Venezuela por un camino socialista que incluye el acoso de todo tipo a la empresa privada, el manejo del comercio exterior por parte del Estado, una burocracia inmensa y un manejo irresponsable —y generalmente corrupto— de los ingresos que llegan al Gobierno. Solo le faltó agregar, al exministro, que también en Venezuela hay un régimen dictatorial que persigue a sus ciudadanos hasta por sacar fotos de las colas y de los estantes vacíos de las tiendas, que recurre sin pudor a la represión, y en el que no existe para nada la división de poderes.
cuando se entrega al Estado un poder inmenso sobre la economía y la vida de las personas, el resultado no puede ser otro que la opresión y la pobreza
No es casualidad que esta situación de empobrecimiento general se haya producido en Venezuela. Lo mismo ocurría en el Chile de los años setenta aunque hoy, en el país andino, la izquierda trata de hacer olvidar ese pasado que la acusa.
Lo mismo, agravado, han tenido que soportar por más de medio siglo los cubanos, sujetos a la tiranía de Fidel Castro, quien dominó por medio siglo a la isla como si fuese un rey absoluto. Idéntico desastre económico ocurrió en la Unión Soviética, en China y en los demás países socialistas: represión y miseria, un Estado todopoderoso; se producían armas sofisticadas, misiles y satélites, pero el consumidor tenía que luchar para conseguir zapatos de escasa calidad, comestibles y artículos de limpieza. Los artículos electrodomésticos eran un lujo que solo se reservaba a unos pocos.
A estas penurias se añadían espantosas restricciones a la libertad: por ejemplo estaba prohibido, en la Unión Soviética, poseer una simple máquina de escribir para uso personal.
Las conclusiones son obvias, pero algunos se niegan obstinadamente a sacarlas: cuando se rompe la trama de acuerdos voluntarios para intercambiar bienes y servicios, que es en definitiva el mercado, cuando se suprimen las libertades de las personas, cuando se entrega al Estado un poder inmenso sobre la economía y la vida de las personas, el resultado no puede ser otro que la opresión y la pobreza generalizadas.
El socialismo es miseria y, lo que es peor, es un régimen cerrado del que cuesta mucho salir, pues los habitantes, sometidos por el hambre, y con temor a la represión del régimen, tienen escasas posibilidades de rebelarse y de cambiar su agobiante modo de vivir. Ojalá que en el caso de Venezuela la situación evolucione de modo diferente… pero, por desgracia, dudo mucho de que eso ocurra.
Editado por Elisa Vásquez