EnglishLa espectacular fuga del “Chapo” Guzmán, jefe máximo del cartel de Sinaloa, ha puesto en aprietos al Gobierno mexicano; pero, lamentablemente, no ha provocado la sería reflexión que debería hacerse sobre el tema de las drogas. Las extremas medidas de seguridad con las que se lo retenía en la cárcel más inexpugnable del país resultaron inútiles: ante el poder económico del capo de la droga cayeron todas las voluntades y las poderosas defensas que se habían erigido a su alrededor.
Guzmán salió de la prisión por un túnel que es una envidiable obra de ingeniería, pues estaba dotado de electricidad, sistemas de ventilación y un riel de acero por donde –cómodamente— pudo circular en una motocicleta adaptada al efecto. Sus colaboradores trabajaron tranquilos, a sus anchas, seguramente con la complicidad de buena cantidad de personas dentro y fuera del penal.
Todos estos detalles confirman el enorme poder que han adquirido los carteles de la droga en el país, un poder que desafía al Estado y lo sitúa en franca desventaja. México emprendió, hace casi ya diez años, una llamada “guerra contra las drogas” que tenía por meta eliminar el tráfico de estupefacientes que se dirige hacia su vecino del norte, los Estados Unidos. La guerra –y el nombre no resulta exagerado—, ha dejado unas doscientas mil víctimas fatales, decenas de miles de presos y varios jefes detenidos, muertos o extraditados a los Estados Unidos. Pero no se está ganando; en realidad se está perdiendo.
Como una hidra de cien cabezas las organizaciones delictivas que se combaten encuentran siempre forma de sobrevivir a los golpes que reciben, se reorganizan y se amplían, luchan entre sí y logran mantener su lucrativo negocio. Nuevos capos reemplazan a los que salen de la escena y con su inmenso poder económico compran la complicidad de funcionarios de todo nivel y amenazan y castigan a quienes se les oponen.
Han aparecido organizaciones paramilitares que luchan contra ellos, ante la visible incapacidad del Gobierno para hacerlo, creando enfrentamientos que el Gobierno no logra controlar por completo. El resultado de esta guerra ha sido un deplorable aumento de la corrupción, el debilitamiento moral de la nación y un clima de violencia y de inseguridad que en nada ayuda al desenvolvimiento del pueblo mexicano.
El verdadero problema para el país de los aztecas es que se han comprometido en una guerra que no se puede ganar. Mientras haya un boyante mercado de consumidores en el norte, mientras exista una amplia demanda para lo que comercian, el poder de los carteles será imbatible, pues sus recursos económicos son inmensos y su capacidad de penetración resulta aterradora.
Es lógico inferir que, si hay una despiadada organización bien estructurada de un lado de la frontera, algo semejante, paralelo, debe existir del otro lado
A pesar de todas las campañas, son millones los estadounidenses que pagan buenos precios por consumir esos productos declarados ilegales y es poco en concreto lo que hace su Gobierno para detener el tráfico en su territorio. Porque es lógico inferir que, si hay una despiadada organización bien estructurada de un lado de la frontera, algo semejante, paralelo, debe existir del otro lado: no puede ser que la droga llegue a los consumidores finales en Norteamérica sin pasar antes por una estructura bien montada de distribución a lo largo y ancho de esa enorme región. ¿Dónde están los capos estadounidenses? ¿Dónde están los jefes presos, los enfrentamientos, las redes de alto nivel que son las que se entienden y negocian con gente como “el Chapo”?
No sé, sinceramente, que pasa en los Estados Unidos en materia de lucha contra las drogas. La impresión, sinceramente, es que poco se hace allí –aparte de detener a miles de vendedores de poca monta y de consumidores desprevenidos— y que ellos prefieren exportar esta diabólica guerra hacia México, Centroamérica y otros países de nuestra región. Los resultados, después de décadas de ilegalización, son realmente muy pocos.
Creo que entonces México, los Estados Unidos y otros países deberían estudiar a fondo el tema y buscar otros métodos para controlar el flagelo de las drogas, al que no se lo combate bien por medio de los métodos que actualmente están en vigencia. El recuerdo de lo que pasó con la prohibición de bebidas alcohólicas que se impuso en Estados Unidos en 1920, tendría que ayudar a pensar en nuevas soluciones. En esa época creció el crimen y la violencia pero no se redujo el consumo de dichas bebidas. Al final, tuvo que levantarse la prohibición y las cosas volvieron a su cauce normal, al que existe ahora.
Este ejemplo muestra las limitaciones de la política que actualmente se lleva a cabo. Pero, para cambiarla, habría que enfrentarse a los poderosísimos intereses creados que la ilegalización de las drogas ha producido. Y eso, lo sé, es muy difícil. Por eso tendremos que asistir, en el futuro próximo, a más muerte, más violencia y más corrupción, hasta que los legisladores se convenzan de que así no se puede seguir.