EnglishA nadie sorprendió en Guatemala que Jimmy Morales –un candidato que prácticamente no tiene experiencia política– ganara arrolladoramente la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del país. La candidata derrotada, Sandra Torres, posee pésimos antecedentes, pues abusó del poder cuando era la “primera dama” del gobierno de Álvaro Colom (2008-2012) y se la vincula de un modo u otro a casos de amplia corrupción. Pero, si tomamos el proceso electoral en su conjunto, el resultado sí debe considerarse como una sorpresa, como un cambio tal vez profundo en la actitud del electorado hacia el sistema político de Guatemala.
Hasta pocos meses antes de las elecciones eran Sandra Torres y, sobre todo, Manuel Baldizón, los aspirantes que encabezaban por amplio margen las encuestas. Ambos eran considerados como populistas y exponentes de la vieja política, que ofrecían dádivas y regalos de todo tipo para comprar al electorado y prometían ampliar ese tipo de política si llegaban al poder. Durante el Gobierno de Colom y el de Otto Pérez Molina, hoy encarcelado, la presidencia –y en buena parte el Congreso–, se habían convertido en una maquinaria de uso personal, que servía para enriquecerse y repartir favores, mientras que con programas supuestamente sociales se aseguraba el dócil apoyo de la población, especialmente el rural.
A partir de abril, con la acción decidida de la fiscalía general y el apoyo de la Comisión Internacional Contra la Impunidad, la Cicig, el panorama comenzó a cambiar radicalmente. La ciudadanía tomó para sí el combate contra la corrupción pues se generó un movimiento social, vigoroso y espontáneo, que rechazó las candidaturas de los populistas y fue derivando en el apoyo a Jimmy Morales, una de las personas que aparecían menos contaminadas por las prácticas corruptas acostumbradas.
El futuro aún no está definido. En buena parte dependerá de la fuerza, la consistencia y la claridad de las ideas de un movimiento cívico
El tercer lugar que obtuvo Baldizón en la primera vuelta, a pesar de las enormes sumas que gastó en la campaña, presagiaban entonces el resultado de este balotaje, que abre las puertas a una nueva forma de hacer política en el país.
No es la primera vez en que un candidato sin mayores antecedentes políticos llega a ganar la presidencia en una nación de América Latina. Alberto Fujimori, por ejemplo, derrotó al laureado literato Mario Vargas Llosa para, casi inmediatamente, adoptar y poner en práctica el programa de ese candidato. Ante situaciones de crisis política, ante el hartazgo de un sistema que aumenta los impuestos y la deuda pública, pero solo para crear una amplia red de clientelismo y de corrupción, los ciudadanos eligen romper con los partidos y los hombres tradicionales y probar suerte con gente no contaminada por el pasado.
Pero lo que llama la atención, lo que mueve al optimismo, es que los ciudadanos guatemaltecos sigan vigilantes y dispuestos a controlar al nuevo mandatario para que el Gobierno resulte más eficaz y más limpio, para que se vean resultados concretos que signifiquen un verdadero cambio de rumbo.
Si a lo ocurrido en Guatemala sumamos los resultados de las elecciones argentinas –donde la ciudadanía dio un certero golpe contra el continuismo del Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner– y si tomamos en cuenta el repudio del gobierno de Brasil, la muy baja aceptación de la coalición de izquierda en Chile y otros movimientos en Honduras y México, por ejemplo, podemos afirmar que se está produciendo un viraje muy esperanzador en América Latina. Ya no ganan las elecciones los que más prometen, ya no se acepta pasivamente que se utilicen los programas sociales para utilizarlos como instrumento del clientelismo, ya no se tolera como antes la generalizada corrupción.
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El futuro aún no está definido. En buena parte dependerá de la fuerza, la consistencia y la claridad de las ideas de un movimiento cívico que ahora, ante todo, se centra en la crítica y la denuncia de los politiqueros que usan el poder público en su propio beneficio. Pero al menos hay ahora un cambio de actitud y un posible viraje que favorecerá la limpieza de la acción pública, el respeto por las libertades individuales y el tan necesario crecimiento económico.