Es como una telenovela: han apresado en Bolivia a Gabriela Zapata, quien hace unos años tuvo un hijo con el presidente de ese país, Evo Morales, acusada de manejos financieros ilícitos. La señora Zapata le dijo al presidente que su hijo había muerto, aunque aparentemente está vivo y ahora bajo la custodia de algunos de sus familiares; Evo lo reclama.
La curiosa historia es la comidilla de toda Bolivia, país en el que, hace unos días, el pueblo dijo “No” en un referendo a la permanencia del presidente Morales más allá del año 2020. El escándalo que sacude al país puede haber incidido negativamente en las pretensiones de Morales de perpetuarse en el poder, aunque también resultaron importantes tanto la estancada situación económica como los abusos que han cometido él y su partido desde el poder.
El resultado electoral se suma a otros que han venido dándose en América Latina desde fines del año pasado, todos ellos contrarios a la izquierda: la derrota de los populistas Manuel Baldizón y Sandra Torres en Guatemala, la victoria de Mauricio Macri sobre el abanderado del kirchnerismo en Argentina, el arrasador resultado favorable que, en Venezuela, obtuvo la oposición en las elecciones parlamentarias de diciembre.
Pero hay más: tanto la presidente de Chile, Michelle Bachelet, como la de Brasil, Dilma Rousseff, aparecen con un bajísimo nivel de aceptación en las encuestas y se mantiene el rechazo amplio y sostenido de la ciudadanía a sus gestiones. La izquierda, en todas sus variantes, está sin duda en declive en toda nuestra región.
Buena parte de estas derrotas se debe al descenso en el precio de las materias primas, que ha impedido a los gobiernos de izquierda gastar a manos llenas, como lo hacían hasta hace poco, para asegurarse lealtades y resultados electorales favorables. Pero no se trata solamente de eso pues, en todos los casos, ha surgido en primer plano el problema de la corrupción, que ha afectado muy negativamente a todos los gobernantes (o candidatos) que se presentan como defensores de los pobres y basan su discurso en la confrontación y en la defensa de vagas ideas socialistas.
Los ciudadanos de nuestros países parecen haberse hastiado ya, definitivamente, de estos líderes que con tanto desparpajo han gastado los dineros públicos irresponsablemente, sin control ni transparencia, y que presentan resultados nada favorables en su gestión.
Un despertar ciudadano ha ocurrido y de ahora en adelante resultará muy difícil para los socialistas y para los aventureros políticos populistas tomar el control del Estado
Queda por atisbar, ante este viraje, el rumbo que tomarán nuestras sociedades en los próximos años. Estos fracasos de la izquierda no parecen irreversibles y no significan que, automáticamente, nuestros países se encaminen al predominio de políticas de derecha, entre otras cosas porque en América Latina, desde hace algunas décadas, no existen ni partidos ni personalidades importantes que se inclinen por esta tendencia.
Pero es obvio que un despertar ciudadano ha ocurrido y que, de ahora en adelante, resultará muy difícil para los socialistas y para los aventureros políticos populistas tomar el control del Estado del modo en que lo hizo Chávez en Venezuela en 1988: ciudadanías más conscientes y más alertas ante la corrupción y el manejo dispendioso de los dineros públicos —a los que todos contribuimos con los impuestos que pagamos— se opondrán muy probablemente a cambios como los que a comienzos de este siglo llevaron a Evo Morales al poder.
También, es probable, se moderará la tendencia a otorgar poderes absolutos a quienes, a través de la democracia, crean regímenes autoritarios que, como en el caso venezolano, desembocan en francas dictaduras.
Pero, para moderar nuestro optimismo, debemos recordar lo que ocurrió en las dos últimas décadas del siglo pasado, cuando casi todos los países de la región emprendieron reformas que llevaron a la democracia y hacia la apertura de los mercados.
No basta con dar uno o dos pasos en esa dirección para que nuestros países accedan a una senda de crecimiento económico con libertad: es necesaria la convicción de que solo una economía de mercado promueve verdaderamente el crecimiento, y que la democracia es algo más que dar el poder absoluto a quienes ganan una elección.
Sin respeto a la transparencia y a las libertades individuales estaremos siempre corriendo el riesgo de que regresen el despotismo y la miseria que tan asociados están con el socialismo.