EnglishMientras el Gobierno da asueto laboral a las oficinas públicas, que trabajan ahora sólo los días lunes y martes por la mañana, la ciudadanía se vuelca a firmar, pidiendo un referéndum revocatorio que quite de la presidencia de Venezuela a Nicolás Maduro, el torpe sucesor de Hugo Chávez.
El país se paraliza, hay largos y frecuentes apagones, no hay alimentos ni medicinas ni vacunas, cierran fábricas y se dan frecuentes casos de saqueos. El caos y la anarquía se cierne sobre una nación que –hace no tanto tiempo- era la más rica y avanzada de Latinoamérica.
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¿Cómo se ha podido llegar a tal punto, vale preguntarse, de quebrar un país que ahora tendrá que pasar varias décadas hasta poder recuperarse, en el mejor de los casos?
La responsabilidad directa es, sin duda, de Hugo Chávez, de sus políticas socialistas, de la forma en que arrasó no solo con los inmensos ingresos que le proporcionó a Venezuela una década de altos precios petroleros, sino con toda la institucionalidad que lentamente habían creado los venezolanos desde mediados del siglo pasado.
Pero, de un modo menos obvio, es la ciudadanía venezolana también la que tiene la culpa: en primer lugar porque se ilusionó con un militarote que había dado un golpe de Estado en 1992, pero le dio el 56% de los votos válidos para que asumiera el poder en febrero de 1999; en segundo lugar, porque lo siguió respaldando mientras cambiaba la Constitución con una Asamblea que no estaba prevista en el ordenamiento legal vigente e iba controlando paso a paso el Poder Legislativo, el Judicial, el organismo electoral y todas las instituciones de la República; y, sobre todo más tarde, en 2002, cuando no respaldó masiva y activamente el movimiento militar pacífico que pedía la renuncia del caudillo y prefirió buscar otras vías, dentro de la legalidad impuesta por Chávez, para acabar con su Gobierno.
En esto último radica, a nuestro juicio, la debilidad y la responsabilidad política de casi toda la oposición. En esperar ingenuamente que los chavistas cedan el poder, en paz y sin resistencia, a través de los mecanismos de la Constitución que ellos mismos crearon, en no entender que el régimen que se instauró en Venezuela en 1999 era un régimen autoritario, que utilizaba la democracia como forma de legitimarse pero que no dudaría en apartarse de ella cuando le resultara conveniente, del mismo modo dictatorial y tiránico que se lo ha hecho en Cuba durante más de medio siglo.
Con una oposición así, el Gobierno ha tenido las manos libres para desarrollar, por muchos años, sus políticas socialistas: expropiaciones y controles a la empresa privada en la ciudad y en el campo, gastos sin mesura para supuestos programas sociales que no eran más que la compra de voluntades políticas, corrupción desenfrenada, manipulación de los ingresos de moneda extranjera que se le niegan a los particulares y una retórica amenazante y violenta que intimida a sus adversarios.
Venezuela: resultados del experimento socialista
El resultado de 17 años de socialismo ha sido una industria paralizada, millones de emigrantes, ausencia de mantenimiento en la infraestructura del país –ahora colapsada- y un aumento desmesurado de la delincuencia, que hace hoy de Caracas la ciudad más insegura del mundo, con 117 homicidios por cada 100.000 habitantes.
Por eso no cabe ilusionarse, como muchos lo hacen, con la impresionante respuesta popular que ha tenido la recogida de firmas para pedir una elección que revoque al presidente Maduro. Millones han firmado en apenas unos pocos días, pero al régimen gobernante poco le interesa ese dato: está dispuesto a aferrarse al poder, por la violencia si es necesario, porque sabe que si no lo hace afrontará un futuro sin esperanzas. Innumerables juicios por corrupción y por violación a los derechos humanos perseguirán a los jerarcas del chavismo si abandonan el poder, por lo que tratarán de mantenerse en sus cargos por todos los medios posibles, pasando por alto todas las leyes, recurriendo a la fuerza si es necesario.
Venezuela corre el riesgo de desaparecer como Estado viable en estos próximos meses, pues todo el tejido social se ha visto afectado por la terrible situación que se vive. Ahora es el momento: o el liderazgo de la oposición se decide –de una vez- a actuar con firmeza y seriedad, pasando por encima de la legalidad chavista, o el país puede desaparecer del concierto de las naciones civilizadas. Ya no queda mucho tiempo.