EnglishDe los 150 mil venezolanos que cruzaron la frontera con Colombia, cerrada durante casi un año por el despótico régimen de Nicolás Maduro, hay 25 mil que desean permanecer en ese país, abandonando su precaria existencia en Venezuela. La decisión es comprensible: la misma escasez de bienes que encuentran en su tierra y que los ha llevado a cruzar esa frontera, es un poderoso motivo para emigrar. A nadie le gusta vivir donde conseguir los bienes básicos es toda una aventura, donde reina la inseguridad y la violencia, donde la inflación llega a cifras de verdad incalculables y todo el aparato productivo del país se encuentra en ruinas.
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El comercio de las ciudades fronterizas de Colombia ha estado feliz con este aluvión de compradores, naturalmente, pero ya muchos colombianos comienzan a preocuparse. No es fácil recibir, de un día para otro, decenas de miles de personas y puede preverse, sin exagerar, que si se abren las puertas del país a los venezolanos pronto serán cientos de miles, si no millones, los que intenten escapar del “paraíso” socialista que han creado Chávez y sus seguidores.
Problemas similares están ocurriendo en otros rincones de América Latina, promovidos por la otra dictadura socialista de la región, Cuba. Las reformas que los hermanos Castro han implementado en la isla han sido insuficientes para mejorar la pobre calidad de vida que tienen sus habitantes. Si a eso se añade que el gobierno venezolano no puede ya sostener financieramente al inviable modelo socialista que rige allí, se comprenderá que los cubanos prevean, con temor, que su vida seguirá empeorando y haciéndose cada vez más miserable. ¿Quién puede acusarlos, razonablemente, por querer escapar a ese infierno en que viven? En todo caso hay ahora miles de cubanos varados en Costa Rica y en Panamá, y gobiernos asustados que temen dejarlos pasar hacia la meta de su migración, los Estados Unidos.
Allí también hay problemas severos con los migrantes: las estrictas leyes de ese país, que en otro tiempo fuera el destino de los esperanzados pobres de medio mundo, han creado millones de indocumentados que trabajan y viven allí desde hace muchos años, pero que no han podido resolver su estatus legal. A Estados Unidos quisieran llegar millones de personas, atraídos por sus libertades y las oportunidades que ofrece, pero es obvio que, también, entre esos millones se esconden seguramente algunos terroristas o narcotraficantes.
El problema es, por lo tanto, complicado. Pienso que las personas tienen derecho a abandonar su país buscando nuevos horizontes y que su vida no puede ser condenada a soportar los desmanes de la patria en la que les tocó nacer. Yo mismo he emigrado varias veces en esta América Latina plagada de opresiones y luchas fratricidas, empobrecida por políticas económicas que quitan al ciudadano lo que ha producido con su dedicación y con su esfuerzo. Pero comprendo, claro está, que en este mundo enrejado por dos centenares de estados nacionales estos, como entidades políticas, tienen también el derecho a defenderse, y entiendo que los ciudadanos de un país sientan temor, y hasta rechazo, ante los extranjeros que llegan a su mundo, especialmente cuando estos son muchos o cuando exhiben conductas diferentes y hasta irrespetuosas hacia sus valores y su modo de vida.
Lamento decir, amigo lector, que no tengo yo la solución a este espinoso problema, aunque se me ocurren algunas reflexiones que dejo aquí, porque quizás puedan ayudar a plantearlo de mejor manera. En primer lugar, y pensando en las migraciones de los musulmanes a Europa, creo que los ciudadanos de un país tienen el derecho a exigir a los inmigrantes que respeten su modo de vida: ¡cómo pueden permitirse la poligamia, los castigos corporales o la violencia con el pretexto de respetar la cultura de los extranjeros, de unos extranjeros que pretenden la islamización del mundo!
Y para los gobernantes de nuestra región valdría tener en cuenta que su tolerancia –y a veces hasta su apoyo- hacia las dictaduras de Chávez o los Castro ha sido un factor que ha agravado el problema de los venezolanos y los cubanos, haciendo que quieran huir de las terribles condiciones de vida que produce el socialismo. Es una incongruencia apoyar a los regímenes dictatoriales de la región y luego, como si nada, quejarse de que la gente quiera escapar de ellos. Con menos hipocresía, y abandonando las conveniencias políticas del momento, el problema de las migraciones podría ser hoy mucho menor y, por lo tanto, más sencillo de manejar e ir resolviendo.