Muchas son las conjeturas que se están haciendo acerca de una posible intervención extranjera en Venezuela. Los Estados Unidos han impuesto sanciones a altos funcionarios del régimen dictatorial de Nicolás Maduro pero, más allá de eso, el presidente Donald Trump ha dicho que se contemplaba también una invasión armada a dicho país, azotado por una crisis sin precedentes que supera todo lo que acostumbramos a ver en América Latina.
La simple mención de la posibilidad de una invasión ha levantado comentarios negativos en toda la región. El pasado pesa, arroja su sombra sobre cualquier acción de este tipo y crea un ambiente poco favorable a las iniciativas militares: desde comienzos del siglo pasado los Estados Unidos han protagonizado acciones en Haití, Nicaragua y otros países, con resultados casi siempre poco felices, aunque pocos recuerdan hoy los casos más positivos de la República Dominicana en 1964 o de la isla de Granada en 1983.
- Lea más: Tras 88 años deja de operar Aeropostal, la aerolínea más antigua en Venezuela
- Lea más: Marco Rubio: “En el momento apropiado el presidente Trump cumplirá con la promesa que le hizo a Venezuela”
Una intervención armada a Venezuela resultaría sin duda eficaz para deponer la tiranía que se ha instalado en el país sudamericano, porque su enorme ejército no combatiría con energía contra el invasor: de poco le servirían a Maduro sus 2,000 generales si no tiene apoyo de los mandos de tropa o si salen a la superficie las debilidades operativas de su fuerza armada. Pero, fuera del plano militar, las consecuencias serían seguramente favorables para el chavismo: justificaría, de algún modo, sus diatribas sobre el “imperialismo yanqui”, podría colocar a sus dirigentes al frente de un movimiento nacionalista de resistencia y, casi con seguridad, abriría las puertas a una posible guerra civil. Los países latinoamericanos, entonces, se cuadrarían con los chavistas o, en el mejor de los casos, permanecerían neutrales. Sería así un salto en el vacío para los Estados Unidos, una acción que los comprometería hacia un futuro incierto y de consecuencias de seguro muy negativas.
Fuera de este escenario, que por ahora parece muy poco probable, se abren varios otros que en general resultan favorables al mantenimiento de la dictadura. La Asamblea Nacional Constituyente (ANC), que se ha instalado hace pocas semanas y que tiene virtualmente poderes absolutos, está dominada de un modo total por los fieles seguidores del chavismo. Avanzará, en todo lo que pueda, para debilitar la oposición y mantenerla acorralada y castrada, de modo de continuar con la marcha hacia el comunismo que caracteriza al régimen.
La MUD, la Mesa de Unidad Democrática que nuclea a los variados partidos de oposición, seguirá con una política débil, confusa, que no le da opción alguna de triunfo. Casi todos los partidos que la componen ya han decidido participar en las elecciones regionales que la ANC ha dispuesto que se hagan en octubre. Pocos resultados obtendrá la MUD, sin duda alguna, porque la ANC se ha puesto a la tarea de inhabilitar a sus más enérgicos adversarios, lo que dejará a la oposición, como siempre, con algunas pocas alcaldías y gobernaciones. Una presencia simbólica, de escaso peso político, pero que legitima a una dictadura que trata de mantener siempre una imagen de legalidad y de democracia, aunque se aparte por completo de la misma constitución que dice respetar y viole impunemente los más elementales derechos humanos. Las conversaciones que se desarrollen entre el gobierno y la oposición, sean públicas o secretas, servirán para reforzar en última instancia el control que tienen los chavistas sobre el país.
Más allá de la política formal, de los partidos y organizaciones constituidos, está “la calle”, los grupos de jóvenes que se han enfrentado a la represión del gobierno con escudos de cartón, piedras y bombas molotov de fabricación casera y que se denominan como “la resistencia”. Son muchos, están decididos a seguir hasta el final y han mantenido la presión contra Maduro por más de cien días, con el trágico saldo de unos 150 muertos, cientos de heridos y cerca de 5,000 detenciones. Tienen en claro que el régimen no cederá por las buenas y que hay que imponer su salida, por los medios que sean. Pero no poseen organización alguna, no existen líderes capaces de trazar una estrategia y, en las últimas dos semanas se han visto paralizados y desmoralizados por la actitud conciliadora de la MUD: sienten que los partidos los utilizan del modo más irresponsable, que los traicionan.
Este panorama confluye en un escenario que no podemos calificar sino como lamentable. La consolidación de la dictadura por un período de por lo menos unos cuantos meses, la profundización de las medidas comunistas y la desmoralización y división de la oposición. A pesar de una situación económica que sigue empeorando y del creciente repudio internacional, la dictadura de Maduro parece haber sorteado las consecuencias de las pasadas movilizaciones populares. Nada está decidido al respecto, por supuesto, pues la situación sigue siendo confusa y muy complicada, pero por ahora –lo siento- debo cerrar estas líneas con estas previsiones muy poco optimistas.