Escribo estas líneas en los primeros minutos del 24 de enero, cuando la situación del país sudamericano está lejos, muy lejos, de haberse aclarado todavía. Por una parte, Juan Guaidó, que asumió ayer la presidencia del país ante una multitud de cientos de miles de personas, tiene el amplio y decidido apoyo de dos factores de suma importancia: la ciudadanía de Venezuela y la opinión internacional. Por otra parte, Nicolás Maduro ostenta aún la presidencia del país en términos prácticos, pues controla las instituciones armadas, base material del poder que todavía puede ejercer.
Tanto las manifestaciones de ayer, realmente masivas, como las últimas encuestas, apuntan a que el gobierno de Maduro goza de un mermado apoyo que, si quisiéramos cuantificar, podría situarse alrededor del 15%. Sus seguidores, convocados también ayer por el gobierno frente al palacio de Miraflores, dieron un pobre espectáculo, muy diferente al de la oposición. En cuanto al ambiente internacional, la situación también es clara: ya son casi dos decenas de países los que reconocen a Guaidó como presidente de Venezuela, entre ellos –nada menos- que los Estados Unidos y la gran mayoría de los latinoamericanos.
Pero estos dos factores, aunque importantes y en cierto modo decisivos, no son capaces de acabar con el gobierno tiránico de Maduro. Él, hasta este momento, cuenta con el apoyo de las Fuerzas Armadas y de los grupos de activistas que, como verdaderos paramilitares, son capaces de sembrar el terror entre la población. Esta circunstancia nos permite esbozar tres escenarios diferentes -a los que no podemos jerarquizar según la probabilidad con que se presenten, pues la situación es muy confusa todavía. Tampoco podemos descartar por completo otras posibilidades, porque son con frecuencia sorprendentes los desenlaces que el futuro nos puede ofrecer.
El primer escenario es que el ejército se mantenga, como hasta ayer, en una actitud de apoyo al régimen. Esta posición, por lo que vimos hasta ahora, no parece en realidad muy decidida: es más bien pasiva, expectante, como lo muestran la ausencia de los altos mandos en el balcón desde el que hablaba Maduro, el llamado a desconocerlo hecho por un general de división y cierto descontento que sin duda existe entre los militares, sobre todo los de menor graduación. En este caso, la crisis podría prolongarse durante un tiempo realmente indefinido, irían creciendo la violencia y la represión y, finalmente, podrían abrirse posibilidades muy diversas, como la consolidación del gobierno actual o su progresivo debilitamiento hasta su desaparición por una u otra vía.
El segundo escenario supone el alzamiento de algunas unidades del ejército mientras otras permanecen leales al régimen. Se abrirían así, sobre todo si las fuerzas están más o menos equilibradas, las puertas a la guerra civil. Una guerra cruenta, peleada con equipos de alto poder de fuego que, a mi parecer, sellaría el fracaso del régimen, pues esta situación provocaría en el corto plazo la intervención de tropas extranjeras contrarias a su continuación.
El tercer escenario, el más benigno, es que después de deliberar y en vista de las presiones intensas que seguramente reciben a esta hora, los militares decidan abandonar a Nicolás Maduro. Poco podrían hacer en este caso los “colectivos” paramilitares, salvo provocar disturbios sangrientos pero parciales y limitados en sus objetivos. Esto significaría el comienzo una transición hacia la democracia y la recuperación de las libertades ciudadanas.
Estas son, a mi juicio, los escenarios que -de modo preliminar, y de inmediato- se abren ante la crisis terminal que afronta hoy Venezuela. La situación es realmente muy compleja, como se comprenderá, y el panorama solo podrá ir aclarándose en los próximos días; pero hay algo seguro: ni Maduro ni sus secuaces abandonarán el poder si tienen el apoyo de las instituciones armadas, aun cuando este apoyo sea limitado y pasivo.
Antes de terminar quisiera saludar la valentía y el inteligente modo de actuar de Guaidó y de quienes lo apoyan, sin olvidar a los gobiernos que, por fin alguna vez, han decidido salir de su timidez y llamar a las cosas por su nombre.