Me siento extraña e incómoda haciéndome esta pregunta. Yo, que he sido una fiel creyente de que los paradigmas se pueden romper y que he llevado a cabo una impenitente cruzada al respecto. Pero no puedo evitar estrellarme contra una realidad que no puedo soslayar: La falta de valores como sociedad. Y no es nada nueva, ni exclusiva del chavismo. Viene desde muy atrás… llegó con los descubridores y se instaló para quedarse… Lo que pasa es que en este gobierno llegó a niveles jamás alcanzados. “Si tienes tu chamba, no te preocupes”, pareciera ser el lema. Y aquí hay chamba para todos. Por eso no importan ni la escasez, ni la cola, ni la mediocridad, ni el merequetengue…
Hace años, mi amigo el Rabino Pynchas Brener me dijo que “aquí la crisis, por encima de la política, económica, incluso de la social, es de valores”. Por eso cuando veo a esos jóvenes que luchan por la democracia llenos de arrojo, mística y entusiasmo, con esa valentía que para los pelos de punta, me viene a la mente la pregunta que me atormenta… ¿Valdrá la pena su sacrificio, o habrá que hacer maletas y dejar que la corrupción se termine de llevar esto? Porque aquí la corrupción está generalizada: Desde los chicos multimillonarios bien enchufados con el alto gobierno que ganan millones de dólares en una sola transacción, hasta quienes hacen cola por horas en los Mercales, para ir a vender a sus vecinos esas provisiones por varias veces su precio original. Cada quien se las arregla como puede. Y si no es por un lado, es por el otro. El corrupto y el que se hace el loco.
Recuerdo vívidamente una lección de vida que tuve cuando yo estaba en tercer grado. Mi maestra, la Madre Vecchini, nos mandó a hacer la tarea de matemáticas de la página 117. Yo, por descuido, hice los problemas de la página 171. Cuando al día siguiente llegué al colegio, una de mis compañeras me pidió la tarea para copiársela y yo se la presté. Cuando nos devolvieron los cuadernos corregidos, yo tenía un enorme “cero” en rojo, y el nombre de mi compañera al lado de la nota. Ella también tenía su cero, con mi nombre al lado. Al final de la clase la Madre nos pidió que nos quedáramos. Yo tenía una mezcla de miedo por el regaño y rabia por la mala nota. La Madre Vecchini me dijo: “Si hubieras hecho la tarea que yo mandé, jamás me hubiera dado cuenta de que ella se la copió. Pero por ese error, hoy les toca aprender una lección a las dos”. A mi amiga le dijo: “Que esto te sirva para darte cuenta de que a quien engañas con tu trampa es a ti misma… Y tú, Carolina, nunca te olvidarás de que tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata”.
Cada semana es peor que la anterior. Esta me tocó ir, por distintas diligencias, a dos instituciones del Estado. En ambas, a pesar de que en sus paredes colgaban afiches de “nuestro servicio es gratuito, denuncia al corrupto”, todos sabíamos que denunciar no haría más que entorpecer la obtención de lo que necesitábamos. Sobre todo después de que una enfurecida señora ante la insinuación del funcionario de que se “bajara de la mula” rompió sus papeles de la desesperación, los llamó “ladrones” y la respuesta fue una sonora carcajada.
En la otra oficina, otro funcionario nos indicó que “el servicio supuestamente se hace por la página web, pero como no funciona, te lo hacen unos chamos en el ‘cyber’ que está más allaíta por una módica suma”… Calculé el monto de lo que ganaba “el chamo” que cobraba la “módica suma” y me dio Bs. 60.000 mensuales… Nada mal, ¿verdad?… Si eso es en la puerta de un ministerio, me imagino en los pisos superiores los negocios que se hacen…
Pero no solo son quienes gobiernan. Aquí la corrupción es un mal generalizado y aceptado por buena parte de la sociedad. Estamos tan podridos en todas partes y en todos los niveles, que terminamos formando parte de la rosca de la corrupción de una manera u otra. “No le voy a pagar al chamo”, le dije a mi hija. Me alegró que estuviera de acuerdo conmigo. Pero cuando nos fuimos, había una cola de gente que decidió pagarle.
¿Tendremos remedio?… Solo el tiempo lo dirá…
Este artículo fue publicado originalmente en El Universal