El tema está en el tapete y es insoslayable. En El Universal han objetado los temas de un trío de artículos de opinión y el resultado es, además de indignación, una ola de rumores en vías de convertirse en tsunami circulando por las redes sociales. Y el rumor es enemigo de la estabilidad. También lo son la polarización y la intolerancia. ¿Hasta cuándo soportaremos en Venezuela la precaria inestabilidad que vivimos?… Si es verdad que los países son más “resilientes” que las personas, entonces todavía nos falta mucho por vivir.
Adolfo Taylhardat circuló las “medidas de censura” que le fueron comunicadas por el Consejo Consultivo de El Universal: “le pedimos por favor que envíe un nuevo artículo que no contenga adjetivos calificativos”. Aunque mi opinión es que es preferible publicar que vetar, —pues vetar usualmente es el comienzo de la censura— entiendo que una nueva administración tiene todo el derecho de establecer su línea editorial. De hecho, durante los años que he estado en El Universal, he visto poner y quitar articulistas, pero como estaba el mismo dueño, nadie se quejó.
En los países civilizados, por lo general, un articulista puede decir lo que desee en su columna. En el muy vituperado “imperio” estadounidense, yo puedo pararme frente a la Casa Blanca con un megáfono y gritarle a Obama lo que se me venga en gana y nadie me haría nada. Por supuesto, ya saldrá alguien que sacará relucir el tema de Edward Snowden, quien no era un articulista ni un ciudadano de a pie molesto con el gobierno, sino una persona que guardaba secretos de estado, porque fue agente de la CIA. Por el contrario, nuestros “panas” bielorrusos fueron víctimas de la censura cuando sus diarios oficiales decidieron no informar sobre la explosión en la planta nuclear de Chernobyl.
Pero volvamos al tema de los adjetivos: creo que fue Azorín quien dijo que “el adjetivo, cuando no da vida, mata”. Yo creo que resulta mucho más poderoso, por ejemplo, decir que alguien “destrozó la cerradura de la puerta de una casa, amenazó con una pistola a sus habitantes, los amordazó y cargó con todo lo que pudo en el carro de la familia”, que simplemente llamarlo ladrón. Que los lectores saquen sus propias conclusiones. “Muéstramelo, no me lo digas”, dice una regla de oro de la retórica inglesa. En ese sentido, creo que se puede escribir un artículo con la misma contundencia sin usar adjetivos que califiquen, simplemente demostrando lo que se quiere decir. Si persiste el veto, entonces la historia es otra y habrá que tomar otras decisiones.
Siempre se encuentran “otras” maneras de decir las cosas: Francisco Franco, “caudillo de España por la gracia de Dios”, no tuvo hijos varones. Cuando nació Francisco, su primer nieto, que en circunstancias normales se hubiera apellidado Martínez Bordíu y no Franco, porque su padre era el del apellido Martínez, el Generalísimo no tuvo empacho en cambiar la ley –conocemos los caprichos de los dictadores— y el bebé se llamó, por obra y gracia del decreto de su abuelo, Francisco Franco Martínez Bordíu. Al revés que el resto de los españoles que llevaban de primero el apellido de sus padres y de segundo el de sus madres, incluyendo al mismísimo Franco.
Una revista de humor llamada “La Codorniz”, que durante unos años dirigió el valiente y brillante periodista Álvaro Delaiglesia, sacó una edición llamada, en vez de “La Codorniz”, “Codorniz La”, en clara alusión al orden alterado de los apellidos del nietísimo. Y cerraba con un epigrama que decía:
“Bombín es a bombón // como cojín es a equis, // me importa tres equis // que me cierren la edición”
Nos hemos quejado ad infinitum de las groserías de Chávez y sus adláteres. ¿Vamos a caer en la misma descalificación? ¿Es que insultar de un lado es malo y del otro es bueno?… No insultar no significa rendirse o ceder. Hace un par de meses un chavista enfurecido me llamó “hija de p…” y yo le respondí “¡hermano!”
Para comenzar a romper la polarización tenemos que comenzar por respetarnos. Puedo describir lo que quiero decir sin calificar. Es un reto… ¿lo aceptamos o nos vamos?
Artículo publicado originalmente en El Universal.