Los cuarenta años de democracia que mediaron entre la caída de Pérez Jiménez y el ascenso de Chávez fueron prolijos en conjuras, conspiraciones, logias militares, golpes fallidos e insurrecciones de todo signo. Con auspicio del régimen caído o de regímenes dictatoriales extraños a Venezuela, el sector militar venezolano fue pasto seco para la chispa de la conjura y del intervencionismo militar en la vida política, cuando los caminos se ven difíciles y esa casta militar de ayer sentía que era su deber actuar como árbitro.
El árbitro militar, figura impuesta casi desde el nacimiento de Venezuela como República, cuando en 1830 la sociedad venezolana decidió entregar el poder total a los militares que ganaron la guerra de independencia, a cambio de protección frente a las amenazas externas de invasión colombiana (que era el miedo principal al separarse Venezuela de la unión colombiana) y después ante las amenazas más pedestres, fuese el eficiente reparto del poder, de sus prebendas o de la renta petrolera o fuese a la hora de decidir quién administra la renta, si es que acaso los factores políticos se niegan a ponerse de acuerdo.
Si fue así durante el período de intento de democracia civil que se desarrolló entre 1958 y 1998, mal podría pensarse que hoy no haya conjuras por minuto, en medio de un régimen militar y de una creencia generalizada sobre el poder omnímodo de los militares en Venezuela. No es fábula ni cuento de camino: acciones como las realizadas el 6 de agosto de 2017 en Fuerte Paramacay, dirigidas por el Capitán Caguaripano, dan cuenta de que en efecto la salida de fuerza se ha cocinado por años a lo interno de los cuarteles, esperando su momento y sorteando los obstáculos que, de forma eficiente -¿por qué negarlo?- han colocado los aparatos de inteligencia del régimen castrochavista, con alta tecnología y bajos escrúpulos, capaces de torturar y matar, de perseguir familiares y torturarlos y matarlos si es necesario también. Regando en el cuerpo militar el miedo a la represión interna donde los militares terminan siendo los verdugos y carceleros de sus propios compañeros de armas.
Una intentona y una conjura
“Nuestro objetivo era tomar la brigada blindada para sentar un precedente en esa guarnición, esperando también que los contactos que teníamos a nivel nacional, los comprometidos en otras guarniciones, hicieran lo propio, teníamos una planificación desde hace mucho tiempo. No se que pasó ahí, no cumplieron el objetivo que tenían encomendado y nos dejaron el problema prácticamente a nosotros y eso fue lo que sucedió. No fue un simple robo de armas como dice el régimen. Se ejecutó y se logró el objetivo que nos correspondía a nosotros”.
El relato podría usted ponerlo en boca de algún conjurado en El Porteñazo, El Carupanazo, El Barcelonazo, eventos militares que debió enfrentar Rómulo Betancourt en el año 1962. Podría ponerlo también en boca de los conjurados de 1992. Pero debo decirle que no. Que estas palabras corresponden a uno de los participantes en la toma del Fuerte Paramacay, quien vivió, protagonizó y participó en todas las fases de la operación. Y habiendo estado allí, deja al descubierto, bajo petición de resguardo de su identidad, detalles que dan cuenta de la marcha de la procesión que llevan las Fuerzas Armadas del país en este momento.
Unas Fuerzas cuyos componentes o están infundiendo miedo y cometiendo crímenes, o están sometidos por el miedo y la represión de los aparatos de contrainteligencia del castrochavismo.
“Nosotros ya nos habíamos reunido con meses de anticipación con el grupo de militares y personal involucrado en la Operación David y todos habíamos acordado el ‘Día D’ y la ‘Hora H’, 6 de agosto a las 3 de la mañana, todos debíamos haber tomado la guarnición de cada estado. Estaban comprometidos Lara, Carabobo, Aragua, Distrito Capitál y Bolívar. Fallaron porque hubo falta de comunicación, otros a última hora se echaron para tras, a otros les dio miedo, entraron en pánico… se demostró al mundo la fragilidad del régimen ante una acción militar al mostrar que tomamos la brigada más fuerte de Venezuela, con el mayor poder de fuego. Una operación limpia, no herimos a nadie ni maltratamos a nadie. Más bien hubo en nuestras filas dos fallecidos. La falla fue que la coordinación no se ejecutó como tal y esos altos oficiales que estaban comprometidos con nosotros, se echaron para atrás a última hora”.
Punto de importancia: oficiales de alto rango, otra vez, escondiéndose cuando correspondía tomar el control de una situación que los bajos mandos, los más cercanos al padecimiento de la población civil, estaban ejecutando sin temor a ser acribillados. Pudo más el miedo y el desconcierto, pudo más el temor a las represalias.
Nada nuevo. Esos que se esconden el “Día D” y a la “Hora H” son los que normalmente luego igual son represaliados o desplazados o víctimas del monstruo que ayudan a entronizarse en el poder, por acción u omisión. Son esos que se quejan en video viralizado en redes sociales porque ya no está Oscar Pérez con su helicóptero para apoyar acciones contra hampones armados hasta los dientes. Y en su queja, demuestran su cobardía: fueron incapaces de acompañar al acribillado Pérez, ni siquiera de acudir en su auxilio el día en que en vivo y directo se vio su ejecución, ordenada por el régimen y materializada por sus cuerpos armados.
Cuartel descontento pero aterrorizado
Y es aquí donde los civiles entramos en contradicción con la realidad al exigirle a los militares la entrega total, el sacrificio, la sangre y la vida. Pero desconocemos lo que sucede a lo interno de esos cuarteles a los cuales se busca soliviantar con llamados y proclamas.
Proclamas que, muchas veces, en su contenido dejan ver la tenebrosa mano de los organismos de contrainteligencia que a cada conjura le tienen una infiltración preparada.
“Hay descontento que se murmura en los pasillos de los batallones, en todas las unidades militares. Lo digo con conocimiento de causa por estar todo este tiempo dentro de las FAN. Pero además de descontento hay miedo, pues el régimen ha hecho un buen trabajo sembrando el terror en los cuarteles, además de que invirtieron mucho en la parte de inteligencia y contrainteligencia. Gente del DGCIM en todas partes, en todas las unidades militares monitoreando y siguiendo los pasos de cada uno de los militares, de los oficiales. Eso sigue ocurriendo pero a pesar de eso el descontento no deja de estar allí, a pesar de la persecución. La persecución no es nada normal. Eso ha pasado con todos los movimientos que han salido porque la red de inteligencia ha hecho su trabajo, con el apoyo cubano y ruso dentro de ese aparato dentro de los cuarteles. Esa es la verdad, al día de hoy”.
En efecto, hay razones para insurgir contra un régimen como el que se combate desde hace veinte años políticamente. Ese régimen que pudo haberse colocado en su sitio a temprana hora, hoy es un conglomerado de bandas y bandos, una verdadera corporación del crimen que no hay por donde pisarla sin que se levante por cinco sitios distintos a la vez. Si se le ataca por el narcotráfico, se levanta por la represión criminal violadora de derechos humanos. Si se le combate por los negocios ilícitos derivados del control cambiario, lanza al país a la oscurana de los apagones. Si se le deja en evidencia por el entramado del Arco Minero, desata la furia militar a través de juicios y persecución, o suelta a los diablos de pranes y jefes de banda dentro y fuera de cárceles, en vastas zonas del país. Y a quien se alza, se le pide sacrificarse, pero no hay quien lo proteja ni siquiera a la hora de huir, a la hora de ‘ponerse del lado de la historia'”.
Y de eso, saben bien los militares consultados para este trabajo.
“Los políticos tienen que ir a la política, nosotros tenemos que ir a nuestro trabajo militar que es lo que sabemos hacer. Hacer valer la constitución como nos lo enseñaron y como lo sentimos, los que verdaderamente amamos a la Nación. Cuando uno hace un tipo de acción de esta, no piensa en protagonismos sino que es por amor a la patria, por sacar a Venezuela del foso donde este régimen se ha encargado de hundirlo, la oposición debe entender que nosotros también somos ciudadanos. El caso de los militares en Colombia que reconocieron a Guaidó, están pasando trabajo y nunca se les dio el apoyo que se les ofreció. ¿Cómo confiarán así en esa dirigencia política, si no cumplieron con lo prometido? Si la oposición no le brinda respaldo a quienes quieren abandonar el régimen, obviamente no lo harán. Juan Guaidó debe recordar la promesa que nos hizo en el Aeropuerto de Las Tienditas. Que no se olvide de todos estos militares que aún creemos en él y en la salida de nuestro país hacia adelante, con la unión de los ciudadanos civiles y militares”.
Pongámonos por un momento en los zapatos de un oficial militar, muerto de hambre en una guarnición militar. Tiene su fusil y quizás varios compañeros igual que él, o incluso algunos subalternos que le deben obediencia. El hambre lo lleva a pensar que, en efecto podría meterse en un movimiento que acabe con su situación y la de los suyos, que las cosas cambien, que el régimen deje de matar de hambre a su familia. Quizás, puede pensar más en su historia personal, en la carrera que soñó tener desde niño y piensa que jamás llegará a General porque no está en las redes criminales del régimen que le permitiría ese grado. Y ahí, le surge la voluntad insurreccional. Rebelde. O golpista, si así quieren llamarlo. Que más da: estamos hablando de un militar descontento.
Son más o menos las mismas razones de los militares que osaron alzarse contra el gomecismo. Las mismas aspiraciones de quienes se alzaron y derrocaron a Medina. De los alzados conta Gallegos, contra Chalbaud y contra Pérez Jiménez.
Todos los militares alzados contra la democracia tenían argumentos –o excusas– parecidas. Pero volviendo al caso del oficial militar del cual hablábamos hace un momento, ese que tiene una insurrección en su cabeza, no podemos equipararlo a ninguno de los insurrectos de nuestra historia contemporánea por una sencilla razón: no se enfrenta a un enemigo nacional ni a un enemigo cívico-militar. Se enfrenta a una corporación criminal transnacional, en la cual la represión es ejercida con técnicas rusas de confinamiento que ya son en sí mismas una forma de tortura. Una represión en forma de persecución permanente, vigilancia a la persona y a su familia, a su entorno. Tortura física ya existía en tiempos pretéritos y de eso dan cuenta los sobrevivientes. Pero la tortura al personal militar es 24/7, pues en las condiciones del cuartel ya hay un componente alto de maltrato en las humillaciones de consignas partidistas voceadas por mandato, en la vejación de la alimentación magra y los castigos adicionales del arresto, la celda de castigo o “tigrito”, la disposición del personal a actividades sin ninguna utilidad para nadie, convirtiendo en muchos casos al militar en una especie de desempleado con uniforme, de ocioso verde oliva mal utilizado por el Estado al que se supone le debe un servicio hasta su retiro.
Es a ese personal al que se le obliga a gritar “Chávez vive, la patria sigue”. Y a cambio, desde el liderazgo político opositor se le exige “ponerse del lado correcto de la historia”, es decir, se le pide que cambie de partido.
Como si el militar fuese, al final, una pieza de cambio de los actores políticos y no un profesional de las armas, al servicio de la Nación y no de una parcialidad política.
Sin confusiones: la salida es por la fuerza.
“Obviamente la salida del régimen debe ser por la fuerza, ya que ellos no han demostrado querer abandonar el poder por la vía pacífica. La mayoría o casi la totalidad de los políticos que forman parte de ese régimen están involucrados en delitos, desde narcotráfico hasta crímenes de lesa humanidad o apoyo al terrorismo, por eso creo que la salida no es pacífica, se ha demostrado en reiteradas oportunidades. Tienen viciado el CNE por tanto es obvio que la salida no es electoral. Se debe hacer por la fuerza como se ha intentado en las operaciones fallidas, y el régimen lo sabe. La salida pacífica no es viable. La única vía que aún esta en el tapete y que seguirá intentándose, es por la fuerza”.
Es de prever que la represión seguirá, pero las acciones también. El régimen será una y otra vez golpeado militarmente hasta que se rompa, y eso debemos saberlo. Pero dentro de todo esto, volvemos a encontrarnos con las lecciones de la historia: la política debe dirigir al fusil y no al revés, pues de estar la ecuación colocada en la dirección equivocada, iremos directo a un militarismo de nuevo cuño, o quizás permaneceremos en el mismo militarismo actual, pero sin la clase política chavista civil, estorbo para todos, incluso para la casta militar chavista cansada del rifirrafe eterno de los políticos creando problemas donde no los había.
¿Está consciente la clase política opositora de esta situación? ¿Están al tanto, siquiera, de que los cuarteles hierven en descontento y que la represión, aunque fuerte, no ha hecho mella?
Podemos creer que sí. También podemos creer que no. Entonces quizás llegaríamos a apostar de que estamos a las puertas de escenarios difíciles en los que militares conscientes de su deber en esta hora que vive la Nación puedan terminar tomando el poder siendo unos completos desconocidos para el país y para la propia clase política, que no sabrá ni a quién llamar para preguntar lo que ocurre.
Y podrían igualmente esos militares estar lejos del universo conflictivo de la política civil que podría ser la aliada fundamental para la concreción de sus objetivos. No hay enlace ni disposición, hasta ahora, según se nota en cada acción debelada. Pero lo que sí hay es disposición de seguir, incluso, arriesgando la vida una y otra vez.
Por eso, la pregunta es obvia y se la hago a uno de los oficiales consultados: ¿Queda hueso sano en la FANB hoy día?
“Todavía quedan oficiales comprometidos en el proceso democrático, descontentos, viviendo día a día el padecimiento de cada uno de los ciudadanos venezolanos. Como siguen con ese patriotismo que sienten y que se ve opacado por la opresión y la persecución hacia ellos y sus familiares directos. Te meten presión a través de tu familia, presionando a los oficiales descontentos. Se abstienen de dar el paso por falta de garantías a la hora de que algo ocurra, no se les garantiza la seguridad física de ellos y sus familiares. Si su seguridad no esta garantizada, no habrá en muchos la voluntad de dar el paso. Pero también el régimen ha implementado muchas vías de inteligencia, espiándoles llamadas, movimientos. Eso los limita y los mantiene al margen de acciones que puedan ponerlos en riesgo frente al régimen”.
La preocupación es adicional ante el sufrimiento que hay con cada preso, con cada torturado, con cada asesinado. La caída en manos del régimen del Capitán Caguaripano, torturado y maltratado de mil maneras, es una especie de martirio colectivo que viven todos sus compañeros de armas, de promoción y de acciones. Cada vez que se muestra el estado en que se encuentra, se hiere de forma directa a sus compañeros de armas, a su familia, a su entorno. Estamos hablando de una situación en la cual, quien no tenga la idea de la insurrección en su cabeza, verá en ese maltrato a sus compañeros de armas una advertencia que lo inhibirá. Pero en otros, el maltrato y la tortura a sus compañeros, esta sirviendo de combustible a nuevas acciones. Porque no se trata de un rescate a los rehenes sino de una legítima sed de venganza que insufla los ánimos dentro y fuera de los cuarteles, dentro y fuera del país. Con cada preso político, aumenta esa sed de venganza y el combustible para la rebelión es cada vez más efectivo.
En cada tortura, en cada prisionero y en cada castigo infligido a ellos y a sus familiares, el régimen construye la velocidad y la fuerza con la cual la vilipendiada casta militar real, la que sí se siente heredera de las viejas glorias libertadoras, reaccionará de forma súbita y contundente más temprano que tarde.
Puede durar años en forjarse dicha reacción. Puede durar años el desarrollo de esas acciones. Puede llamarse insurrección, golpe o guerra. Pero de lo que sí podemos estar seguros, es de que un conflicto de estas magnitudes en el seno de una sociedad como la venezolana, no terminará en una amistosa mesa de conversaciones con vigilancia internacional y elecciones pactadas.
No con tantas vejaciones a civiles y militares.
No con tanta sed de venganza.
Imposible.