A los 17 años, saliendo del liceo con un título de bachiller como cualquier otro, decidieron pasar del Counter Strike en la pantalla de su PC, al fuego real, entrenados y uniformados. La mayoría de hogares humildes, donde un hijo que se va a la Academia Militar es más que una circunstancia, un acontecimiento. Un hijo uniformado, para padres humildes, es una especie de lauro personal después de tanto esfuerzo, de tantos escollos económicos.
Cinco años en formación, aguantando gritos, consignas políticas, mala alimentación, maltrato. Marchas bajo el sol, minutos para bañarte, pocas horas para dormir. Semanas sin ver a la familia. Al final, una graduación jurando portar la bandera nacional como estandarte y defender la patria, por sobre todas las cosas.
Muy distinto a lo que vive un joven venezolano a su edad. Una excepción, en la que no hay rumbas infinitas, ocio de fin de semana o televisión hasta la madrugada.
Y después de todo eso, al cumplir con un deber o al negarse a una orden que va en contra de su juramento, terminar en un calabozo, en una sesión de torturas, en una fosa o en tierra ajena, trabajando de cualquier cosa para poder vivir, si es que una vida como paria es una vida, finalmente.
El lado correcto de la historia
Son los jóvenes militares que entraron a la Academia Militar en los años del “movimiento estudiantil”. Si se revisan las fechas de nacimiento y de graduación, o solo escuchando los números de cédula cuando algún esbirro lee sus nombres frente a las cámaras de VTV, puede notarse este detalle. No son, entonces, estos nuevos insurrectos los mismos que actuaron en 2002, egresados de otra Academia e ingresados a otra institución militar como lo fueron las Fuerzas Armadas Nacionales, así en plural.
Pero al igual que aquellos, fueron increpados por sus conciudadanos para que “hicieran algo” frente al régimen. ¿Cómo es posible que los militares permitan esto? Era la frase, pregunta y provocación a la vez. ¿Cuándo los militares van a hacer algo? Fue la siguiente pregunta repetida. Pero ¿qué es ese “algo” que tienen que hacer los militares, según la señora de clase media que salió a marchar desde 2001? ¿Qué querían los ciudadanos que se organizaron para lanzar ropa interior femenina a las puertas de los cuarteles del país en 2002?
Todos ellos querían que el factor militar actuara con las armas para derrocar un régimen que, sin duda, merece ser derrocado. Y eso es lo mismo que se le empezó a pedir en la Promoción 2014 del golpismo nacional con el movimiento “la salida”, especie de Tea Party patriotero donde nunca se llamaron las cosas por su nombre, pero todo estaba claro: se pretendía, en la retorcida mente de Leopoldo López, tomar para sí la idea de la unión cívico-militar chavista, para crear el leopoldismo cívico militar. Con uso de la épica, la manipulación de la historia, la reivindicación de una supuesta herencia bolivariana y todo lo demás, pretendía el aspirante a caudillo decidir cual es el lado correcto o equivocado de la historia, mientras simultáneamente convertía Chacao en otro campo de Carabobo o Pantano de Vargas.
Ponerse del lado correcto de la historia. Defender al pueblo y repudiar al tirano. “Maldito el soldado que levanta las armas contra su pueblo”. Eso y mucho más, como un eco. En cada discurso, en cada arenga. Así en 2015, 2016 y en 2017 con las calles ardiendo en todo el país.
Y en cada uno de esos años, hubo al menos una asonada frustrada. Operación Espada de Dios, Operación Jericó, Operación David, Operación Armagedón, Operación Libertad, Operación Gedeón.
Militares, policías, civiles. Todos presos, muertos o exiliados. Además, olvidados por esos políticos que hicieron llamados aponerse “del lado correcto de la historia”. Y olvidados, para variar, por esa ciudadanía que les exigía que “hicieran algo” contra ese régimen.
Hoy, son más las burlas convertidas en “memes” de redes sociales, que los apoyos a esos jóvenes militares engañados y llevados al matadero. Es el regalo que la sociedad que les gritaba que “hicieran algo” les da a los que hicieron lo que se les pedía a gritos.
¿Y ahora?
Solo hay que preguntarse si un militar, después de haber visto todo lo ocurrido con sus compañeros de armas alzados, será capaz de creer.
Creerle a la dirigencia y a la sociedad. Fundamentalmente creerle a la sociedad que dice querer libertades, conculcadas hoy por el régimen. ¿Puede creerse a una sociedad que pide a gritos que “los militares hagan algo” y cuando ese “algo” ocurre, no están allí?
Se pregunta por los políticos, que desaparecen a la hora cero del Día D. Pero ¿y la sociedad que escogió a esos políticos y que arengó al alzamiento de esos militares? ¿Dónde están esos insuflados defensores de la acción de fuerza que aparece en cada esquina del país y del mundo, cuando esas acciones ocurren?
Hay muchas cosas que pensar en todo esto. Lo primero, es que la infiltración ha sido larguísima y profunda, detectada y aún por detectar. Los primeros elementos a ser increpados a esta hora, son todos esos que desde el universo que es el internet dicen ser de la resistencia. ¿Cuántos de ellos hicieron algo por ayudar a quienes llegaban, en el marco de la Operación Gedeón, a las costas de Venezuela? Varios de los combatientes pasaron más de una semana internados en las montañas cercanas al desembarco, intentando sobrevivir. Fue más fácil que los delataran a que los ayudaran. Seguramente, más de un habitante de Chuao, de Falcón o de Petaquirito, prefiera rumiar su rabia cuando la caja CLAP le viene incompleta antes que sumar un mínimo esfuerzo para la lucha de quienes acudieron al llamado de “hacer algo” contra el régimen que impone el hambre.
Claro, yo estoy fuera de Venezuela. “Es muy fácil criticar desde afuera”, dicen los escasos mentales que a esta hora analizan la realidad venezolana en función de la ubicación geográfica. “¿Por qué no vienes a pelear aquí?”, le preguntan al exiliado que critica las barbaridades de una clase política traidora y una sociedad alcahueta.
¿Cuántos de esos que exigen que regresemos a Venezuela “a luchar en el país” irán a defender al que caiga preso, al que sea torturado, al que sea perseguido sin cesar? ¿Cuántos de esos que dicen hablan de “luchar en el país”, están luchando?
¿Cuántos de esos que exigen que se vuelva al país “para dar la lucha dentro de Venezuela”, recibieron a los que atendieron el llamado y se fueron a luchar a Venezuela?
Sabiendo todo eso, es fácil entonces explicarse a qué se enfrentan ahora los hombres de armas necesarios para enfrentar al régimen criminal: al régimen, a su oposición falsaria y a la sociedad representada por ambas patas del sistema chavista.
¿Quien se alza así? ¿Para liberar a quien?