EnglishLa mayoría de los colombianos reaccionaron con alegría cuando se enteraron de que el chavismo había sufrido una derrota abrumadora el pasado 6 de diciembre en las elecciones parlamentarias en Venezuela. Los socialistas, concluyen muchos, arruinaron la economía del país vecino. Sin embargo, cualquier análisis de las estadísticas macroeconómicas de Colombia debería disuadir cualquier sonrisa producto del schadenfreude.
De hecho, dejando a un lado al lánguido bolívar venezolano, el peso colombiano se ha convertido la moneda más devaluada del mundo en los últimos 18 meses, perdiendo al menos 70% de su valor frente al dólar.
Según Jorge Eduardo Castro, un consultor financiero de patrimonio familiar que trabaja desde Antioquia, esto se debe a la excesiva dependencia de la economía colombiana de inversiones en dólares. La situación empeoró durante la última década, explica Castro, debido al pasajero boom de precios del petróleo.
“El peso se mantuvo fuerte pero sólo mientras la Reserva Federal debilitaba el dólar con su política de expansión cuantitativa. Pero cuando la Fed cambió de rumbo al final del 2014, y los precios del petróleo cayeron, el dólar se fortaleció y el peso se vino abajo”.
Este año, las expectativas de un incremento de las tasas de interés en Estados Unidos fortaleciaron aún más al dólar frente al peso.
Para complicar más el asunto, Colombia, un relativo recién llegado al mundo de grandes exportadores de petróleo, no cuenta con las reservas en moneda extranjera que poseen los petroestados más importantes. Luis Guillermo Vélez, profesor de Economía en la Universidad Eafit de Medellín, dice que esto es parcialmente responsabilidad del despilfarro estatal: “mientras duró el auge del precio del petróleo, el Gobierno se comportó como una familia que piensa que sus ingresos extraordinarios serán permanentes, sin pensar en el ahorro”.
Hoy, algunos aprietos que fueron pasados por alto en el pasado se han convertido en problemas formidables. Debido a las condiciones geológicas del país, extraer petróleo en Colombia es mucho más caro que en otros países. Y lo que es peor, las empresas frecuentemente se ven obligadas a sobornar a la guerrilla o a grupos paramilitares para poder transportar el petróleo en el país. El precio de la extorsión solo le agrega a algunos de los costos de transporte más altos del mundo dentro de un mismo país.
Todo lo anterior, señala Castro, resalta la necesidad de fortalecer los sectores no petroleros de la economía; Ecopetrol, la compañía petrolera controlada en su mayoría por el Estado colombiano, representa casi la mitad de la bolsa de valores colombiana.
No obstante, mientras el Gobierno mantenga una de las cargas impositivas más altas del mundo, las inversiones en cualquier sector serán escasas. Actualmente, las compañías deben entregar al Gobierno colombiano el 70% de sus ganancias comerciales en impuestos. Según el Banco Mundial, solo cinco países —Tayikistán, Comoras, Eritrea, Bolivia y Argentina— ostentan una tasa más alta. Difícilmente se trata de un grupo de economías modelo.
La alta presión tributaria también explica por qué los exportadores colombianos no han podido aprovechar un peso débil. Durante años, los impuestos excesivos han impedido que las compañías acumulen capital, que expandan sus operaciones o que inviertan en innovación. Con impuestos menores y menos regulación, habría una flexibilidad económica mayor; sería más fácil crear empresas nuevas y las existentes podrían cambiar de sector sin tantas complicaciones.
Sin embargo, se espera que el Gobierno de Juan Manuel Santos eleve la tasa del IVA el año entrante. Philippe Stiernon, titular de Roam Capital, un agente de colocación enfocado en fondos de capital privado, explica que el Gobierno aumentará los impuestos “para cubrir su déficit fiscal y su déficit en cuenta corriente, y para financiar el considerable precio del inminente acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC”.
Un peso débil también trajo consigo mayor inflación, aumentando los costos de los productos importados. Este año cerrará con niveles inflacionarios superiores a 6%, aunque el banco central colombiano afirmó hace 13 meses que la inflación no superaría 3% en el 2015.
En muchos países la reputación del banco central sufriría considerablemente bajo circunstancias similares. Parafraseando a Oscar Wilde, no cumplir con la meta de inflación por un margen pequeño puede interpretarse como mala suerte; pero excederla en un 100% parece un descuido. En Colombia, sin embargo, el Banco de la República goza de un prestigio cuasi sagrado, sobre todo desde el punto de vista de los medios masivos de comunicación, así que las críticas han sido escasas.
Pero ciertos actores económicos son menos deferentes.
Louis Kleyn, gerente general de Erasmus, una compañía dedicada al suministro de equipos para el sector eléctrico, afirma que el Banco de la República ni anticipó el fortalecimiento del dólar ni tomó medidas eficientes para contrarrestar la inflación.
“El Banco de la República se mantuvo pasivo mientras los precios subían”, dice. “Tardó al menos seis meses en tomar la decisión de incrementar las tasas de interés en 1%”.
Castro afirma que el Banco de la República ha probado su incompetencia o su insubordinación: “o no leyeron bien las políticas de la Fed para fortalecer el dólar o siguieron el juego del Gobierno al rehusarse a subir las tasas de interés a tiempo, lo cual deja dudas acerca de su independencia”. Según Ricardo Urdaneta Holguín, un abogado especializado en arbitraje, “la credibilidad del Banco de la República acaba de volar por la ventana, y este es un problema mayor que la tasa de inflación en sí”.
Urdaneta agrega que “la causa probable” de la laxitud del banco central colombiano “es que en su junta se siente el Ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas. Su sola presencia contradice el principio de independencia de las decisiones monetarias de toda injerencia política. Este problema se mantendrá con una economía en declive, un fisco haciendo agua y un Gobierno populista que enfrenta un referendo (por la paz con las FARC) el año entrante y elecciones (presidenciales) en el 2018”.
Por su parte, Kleyn, quien anticipa niveles de inflación superiores a 10% para 2017, explicó en Portafolio que esto afectará negativamente a la financiación a largo plazo y las inversiones de renta fija. Los productores, mientras tanto, tendrán que elevar los precios para mantener las ganancias actuales y el poder adquisitivo, algo que afectará el crecimiento económico general. Se espera un crecimiento del PIB de alrededor del 3% en 2015, una desaceleración frente al 4,6% del año pasado y el 6,6% de 2011.
Los rituales estatistas colombianos ensombrecen aún más las perspectivas económicas. Cada año, los sindicatos y el Gobierno negocian el incremento del salario mínimo para el año siguiente, lo cual explica por qué el salario mínimo en Colombia es de los más altos de la región. Kleyn cree que, ya que la inflación de este año superó el último aumento del salario mínimo en términos porcentuales, los sindicatos exigirán un aumento no menor a 7%. Y si el Gobierno cede —como lo hace habitualmente— podrá esperarse también un mayor desempleo, ya que el fíat burocrático excluirá a los trabajadores menos calificados del mercado laboral.
“Tristemente solo veo nubarrones macroeconómicos y una inestabilidad jurídica que ahuyenta al mas intrépido de los inversionistas”, dice Stiernon.
Actualmente, no hay mucha discusión en torno a las reformas necesarias desde el lado de la oferta: crear un clima de inversión favorable con impuestos bajos y condiciones laborales más flexibles, para evitar que los sindicatos impongan su voluntad sobre el Gobierno. A la vez, incrementar el comercio con mercados incipientes no dolarizados debería ser otra prioridad. El objetivo podría conseguirse unilateralmente, como hizo Chile en décadas pasadas mientras Colombia permaneció innecesariamente aprisionada en la Comunidad Andina de Naciones, un castigo prometeico autoimpuesto.
“El tiempo, al envejecer, todo lo enseña”, dice el héroe de la obra de Esquilo. El Gobierno de Santos y el Banco de la República, sin embargo, están permitiendo que el tiempo pase despiadadamente sin implementar las lecciones aprendidas tras tres décadas de inflación crónica y de dos dígitos, un mal que fue superado solo al comienzo de este milenio.