EnglishLos medios masivos latinoamericanos observan perplejos cómo Donald Trump sube sin cesar en las encuestas como pre-candidato a la presidencia de Estados Unidos por el Partido Republicano.
El diario colombiano El Espectador, por ejemplo, escribe lo siguiente en un reportaje titulado: El “huracán Trump”, una pesadilla para el Partido Republicano:
Para más inri, el controvertido plan antimusulmán de Trump (…) no ha mermado un ápice su popularidad, a tenor de un sondeo publicado este viernes.
El diario bogotano parece tan desconcertado como el columnista del New York Times Frank Bruni, quien recientemente escribió esto acerca del creciente apoyo a Trump entre los votantes evangélicos: “No tiene sentido el hecho de que la mayoría de esta gente, que abraza el espíritu cristiano, proceda luego a denigrar a los inmigrantes, demonizar a las minorías, y que decida alinearse detrás de un candidato que es un maestro sin paralelos en este tipo de misantropía”.
La confusión compartida no es una coincidencia; diarios latinoamericanos tradicionales, como El Tiempo y El Espectador de Colombia, generalmente hacen eco del New York Times o del Washington Post, a los que consideran, sin modestia, sus “contrapartes” estadounidenses. Y, al igual que al Times y al Post, aparentemente cubrir a “The Donald” y al trumpismo les trae réditos en términos de circulación.
En ambos casos, existe el falso supuesto de que la cosmovisión progresista del Times representa la opinión de una abrumadora mayoría. Pero como escribe Douglas Murray en el Spectator, la intolerancia de los progresistas y su rechazo a llamar ciertas cosas —por ejemplo al terrorismo islámico— por su nombre, es directamente responsable de la ascendente popularidad de Trump:
La izquierda estadounidense tiene un problema gigantesco en forma de un presidente que se niega a mencionar el terrorismo islamista, o identificar de dónde proviene. Su probable sucesora, Hillary Clinton, tiene el mismo problema. Por supuesto que el juego de palabras puede tener las mejores de las intenciones […pero] no identificar de dónde proviene [el terrorismo islámico] pasa a formar parte del problema, frustrando a la gente de todos los sectores, quienes se preguntan qué otras cosas les están siendo escondidas.
Murray concluye que, al rehusarse a mencionar ciertos asuntos, los progresistas “dejan el terreno abierto para que cualquier otro haga o diga lo que quiera”. Y este es precisamente el vacío que llena Trump con sus exabruptos.
Al asfixiar la libre expresión, la corrección política también impide que se investiguen las causas de aquellos fenómenos que incomodan a los bienpensantes, tal como el hecho de que los estadounidenses tienden a tener una opinión negativa de los musulmanes.
Recientemente, David French escribió en National Review que las opiniones desfavorables de los estadounidenses sobre el Islam podrían sorprender a los caimacanes de los medios masivos, ya que su intención nunca fue difundir opiniones islamofóbicas. Pero los pesos pesados de los medios y de la academia, sostiene French, no toman en cuenta “la experiencia y el testimonio de más de dos millones de estadounidenses que desde el 11 de septiembre del 2001 han prestado servicio militar en el exterior y han experimentado desde cerca la cultura islámica”.
French agrega que los soldados estadounidenses han sido testigos de “una cultura brutalmente violenta e intolerante. Las mujeres son golpeadas sin reparo, hay una falta casi total de empatía incluso con amigos y vecinos, las mentiras son endémica y los abusos sexuales, descontrolados”.
Esto podría significar que las encuestas “registran parcialmente los resultados de una experiencia estadounidense totalmente nefasta”, que se extendió por la población a través de canales no mediáticos cuando los soldados les contaban a sus amigos y familias acerca de sus encuentros con el Islam.
Ahora, la tesis de French puede estar equivocada, y cualquier persona puede cuestionar las acusaciones de violencia brutal por parte de alguien que defiende a la institución responsable de las torturas en Abu Ghraib y de muchas muertes civiles en países invadidos sin necesidad. Pero al menos esta explicación del rechazo a los musulmanes merece ser tenida en cuenta.
Lamentablemente, los medios progresistas, incluyendo prácticamente todos los medios latinoamericanos que idolatran al Times, ni siquiera permiten que sus lectores piensen acerca de estos asuntos, ya que se encuentran más allá de la frontera de la corrección política. Como dice Murray, esta reticencia a mencionar asuntos incómodos es precisamente lo que le permite a Trump hacer declaraciones estrafalarias e improvisadas y salirse con la suya.
La cobertura de los medios latinoamericanos sobre Trump también sufre de una funesta falta de coherencia ética, especialmente en su posición sobre la inmigración ilegal.
El Tiempo, por ejemplo, escribe que las propuestas de Trump de construir un muro a lo largo de la frontera sur de Estados Unidos —pagado por México— y de deportar a 11 millones de inmigrantes ilegales han creado “una ola de rechazo de la comunidad latina”. El diario agrega una lista de organizaciones y celebridades que condenaron las declaraciones del candidato Republicano, incluyendo al rapero Pitbull y a la cantante de pop Shakira, quien dijo que Trump es un racista.
Este artículo no analítico no comienza a considerar las significativas dificultades que enfrenta todo quien quiere migrar legalmente a un país latinoamericano como Colombia. El sinfín de trámites y la incompetencia burocrática del Estado colombiano para entregar cédulas de extranjería, sin embargo, son problemas relativamente menores.
Según migrantes cubanos que se dirigen hacia Estados Unidos desde Ecuador, los costos más altos de su viaje son los sobornos que tuvieron que pagarles a las autoridades colombianas para transitar por el país. Los medios colombianos no cubrieron esta noticia.
En su obsesión con Trump, el periodismo colombiano tampoco le ha prestado mucha atención al presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, quien decidió que construir un muro para mantener a los migrantes latinoamericanos fuera de su país era poca cosa. Ortega, de hecho, desplegó a su ejército en contra de los cubanos que intentaban entrar a Nicaragua.
En América Latina, la hipocresía en el debate acerca de la inmigración ha alcanzado tal nivel que los medios le han dado vía libre al Gobierno mexicano, que anualmente deporta a más inmigrantes centroamericanos que los propios Estados Unidos. Para El Tiempo y medios similares, resulta más noticioso cubrir las declaraciones acerca de un asunto político muy complejo de un rapero “gangster” que, en cuanto a vulgaridad, hace que Trump parezca un principiante.
De tal manera, la prensa latinoamericana está perdiendo una gran oportunidad. Las impracticables propuestas de Trump apuntan a la pregunta subyacente que está en juego: ¿por qué, en primer lugar, hay millones de personas dispuestas a abandonar sus hogares latinoamericanos —frecuentemente exponiéndose a grandes peligros físicos— para llegar al vilipendiado imperio yanqui?
¿Podría esto tener algo que ver con que Estados Unidos tiene un respeto mucho mayor por la libertad económica y los derechos de propiedad? ¿O con el Estado de derecho? ¿Con una moneda sólida? Si alguien cree que la Reserva Federal es mala, sólo hay que compararla con el Banco de la República de Colombia. ¿Y qué se puede decir acerca del federalismo real y del localismo, o de la transparencia y ausencia general de la corrupción? La mayoría de los gobiernos latinoamericanos no se destacan por su excelencia en ninguna de estas categorías.
Desde otro punto de vista, ¿es posible que Trump tenga razón cuando sugiere que la inmigración ilegal es terriblemente injusta con aquellos de nosotros que seguimos las normas, hacemos la fila y esperamos para pagar por una visa en las embajadas de EE.UU. a lo largo de América Latina?
Cualquier intento de contestar estas preguntas podría producir un debate serio. Los medios, sin embargo, prefieren evitar por completo esta opción. Al citar a estrellas de pop que dicen que Trump es un racista, todas las preguntas importantes pueden esconderse tranquilamente debajo del tapete.