A lo largo de la última década, Deirdre McCloskey se ha convertido en una de las intelectuales liberales más respetadas del mundo anglosajón. El PanAm Post estuvo presente en la conferencia que impartió en el Instituto Juan deMariana, en Madrid, con ánimo de conocer al detalle las ideas de esta apasionada defensora de la economía de mercado.
“No creo que nos hayamos enriquecido gracias al Gobierno, sino todo lo contrario. El Estado no solo no es garantía de progreso, sino que a menudo es un obstáculo para el desarrollo de las personas”, afirmó al comienzo de su charla la profesora de la Universidad de Illinois en Chicago.
“Sin embargo, cuando estudié economía en Harvard, hace ya muchas décadas, lo que nos contaban en las universidades era que no había bienestar sin intervención estatal. Ese pensamiento lo comparten hoy nuestros amigos de la izquierda y la derecha, que parten de ideas distintas, pero insisten en la idea del Estado como guía de la economía”, subrayó.
McCloskey, toda una experta en estudiar los valores y los ideales de la burguesía, recordó que “En dos siglos, la riqueza de un ciudadano medio se ha multiplicado por treinta. ¡Por treinta! Es un salto espectacular, un avance histórico en términos de desarrollo socioeconómico. Lo vemos en España, que ha cambiado de forma increíble, pero también en toda Europa, en Estados Unidos y, poco a poco, en el resto del mundo”.
“¿Explica el capitalismo ese salto adelante? En absoluto: el retorno del capital depende de la innovación. Aunque tengamos más capital, necesitamos también la innovación, es decir, la aparición de nuevas ideas que nos digan cómo invertir ese capital”.
¿Y qué hay de quienes defienden las instituciones como fuente de progreso? Según McCloskey, “Acemoglu y Robinson (autores del libro Por qué fracasan los países) dicen lo mismo que decía Douglass North: que las instituciones son la clave. El Banco Mundial parece haber comprado el mismo discurso: antes regaba de dinero al mundo pobre, ahora sigue haciendo lo mismo, pero, por encima de todo, se centra en diseñar instituciones desde arriba, pretendiendo que esto generará bienestar. Pero el camino al desarrollo es más complejo. Las instituciones, sean constituciones o leyes, deben tener un arraigo social. Si la gente no cree en ellas, no sirven de nada”.
Para la economista estadounidense, “El liberalismo ha cambiado la historia gracias a su ideal de igualdad entre las personas. No a las regulaciones, no al proteccionismo, no a las barreras. Sí a la oportunidad. Sí a la posibilidad de inventar, de crear, de construir algo nuevo. Quizá el país en el que más rápido se da ese cambio es Inglaterra. La Revolución Industrial va de la mano de un espectacular salto en materia de innovación productiva”.
Ese salto productivo también tiene importantes implicaciones para las personas: “Las jerarquías sociales han cambiado de forma dramática. Antes no había ascensor social. El lechero era el lechero. El carpintero era el carpintero. Y la aristocracia, por supuesto, estaba arriba y tenía garantizada su posición. Pero, siglos después, la posición social de nuestra familia no tiene, ni por asomo, la importancia de antaño. El esfuerzo y el trabajo permiten mejorar nuestra situación y, si somos capaces de innovar, podemos progresar de manera muy notable”.
Resaltó la economista: “Si queremos progreso es importante que una sociedad respete a los empresarios. Hace siglos, un noble europeo que osaba comerciar podía perder sus privilegios. Hoy en día, cualquier noble europeo que quiera vivir mejor deberá comerciar. Socialmente, la apreciación del emprendimiento ha cambiado. Hoy se reconoce la dignidad de quien impulsa un proyecto empresarial y busca crear riqueza”.
“El liberalismo ha sido la clave, es lo que ha liberado a las personas. Cada vez que hemos confiado en las personas, cada vez que hemos celebrado o al menos permitido la innovación, los resultados han sido espectaculares. Ser libres nos hace ricos. Negar el respeto y la dignidad a los empresarios nos hace menos libres y más pobres”, zanjó McCloskey.