Jason Brennan es profesor asociado en la escuela de negocios McDonough de la Universidad de Georgetown, en el área de Estrategia, Economía, Ética y Políticas Públicas. También imparte clases de investigación en el Centro para la Filosofía de la Libertad y el Departamento de Economía Política y Ciencias Morales de la Universidad de Arizona.
La pasada semana, Brennan viajó a España para presentar su libro Contra la democracia, que acaba de ser traducido al castellano por Ediciones Deusto (Grupo Planeta). Con motivo de su visita, PanAm Post se entrevistó con él en el Instituto Juan de Mariana. Nuestro objetivo era conocer más de cerca la filosofía de este influyente pensador norteamericano.
Para Brennan, “la democracia suele ser concebida como un valor sagrado. En realidad, es más bien una herramienta diseñada para conseguir ciertos fines. Lejos de ser perfecta, es una herramienta francamente mejorable. Por este motivo, es importante defender un mayor grado de escepticismo hacia los sistemas democráticos”.
Cuando le recordamos que, para mucha gente, la democracia es el menos malo de los sistemas políticos conocidos, el politólogo estadounidense replica que “esto no significa que no debamos evolucionar hacia fórmulas más satisfactorias”. Así, señala que “no podemos obviar que la política genera enfrentamientos sociales, al contrario de lo ocurre en el campo empresarial y en la esfera civil, dos áreas donde existe un grado mucho mayor de cooperación entre las personas. Eso debería invitarnos a la reflexión”.
En su opinión, “el referéndum del Brexit y el triunfo de Donald Trump han aumentado el interés por esta cuestión. El contexto político internacional está marcado por el auge de movimientos populistas y de mensajes rupturistas. No se puede negar que la desafección hacia la política ha ido a más en los últimos años. Y tampoco deberíamos negar que esa desafección tiene mucho que ver con los fallos inherentes a los sistemas actuales”.
“A menudo se cultiva la idea de que podemos conseguir un gobierno benigno a base de moldear las instituciones, pero las mayorías electorales tienen mucho poder y pueden revertir cualquier tipo de progreso en el diseño de las leyes y las políticas del Estado. Para estar blindados ante esos excesos, tenemos que mejorar la información y preparación del electorado”, propone.
Brennan, que ha causado mucha polémica con su nuevo libro, no duda en afirmar que “el votante medio suele estar mal informado”. Para justificar esta demoledora sentencia, se apoya en sondeos de opinión: “en la mayoría de los países, las encuestas nos dicen que cerca de la mitad de la población admite que no sigue la actualidad política, por pura falta de interés. Esa ignorancia sobre los asuntos que luego son sometidos a votación conduce a resultados ineficientes. Y, obviamente, esos resultados ineficientes terminan aumentando la desafección hacia el sistema”.
Estaríamos, pues, ante un círculo vicioso. Pero, si Brennan tiene razón, ¿qué podemos hacer? En su opinión, “la forma de mejorar el funcionamiento de la democracia pasa por instaurar una epistocracia. No se trata de eliminar los derechos políticos, que deben ser universales, pero sí de diferenciar entre el peso del voto que emiten los ciudadanos.
Si no todos acudimos a las urnas con los mismos conocimientos sobre los asuntos que luego serán tratados en la esfera pública, ¿por qué no lo ponemos de manifiesto mediante algún tipo de examen que permita, en última instancia, unos procesos electorales más eficientes?”.
“No creo que haya una casta de personas más sabias. Mi idea no es elegir a una élite de filósofos o de pensadores. Lo que sí defiendo es que las personas deben prepararse para el voto, entender las reglas del juego, conocer los datos esenciales para pronunciarse a favor o en contra de los grandes debates…¿Sabemos cuánto dinero manejará el gobierno al que vamos a votar? ¿Conocemos los indicadores económicos más básicos? ¿Sabemos cuál ha sido el reparto de poder en el último Parlamento? ¿Podemos nombrar al ministro saliente de una cartera de gobierno importante?.En el momento de votar, deberíamos completar un test relativamente sencillo y rápido, que nos permita medir en unas pocas preguntas el grado de conocimiento con el que depositamos el voto. A continuación, ya podríamos elegir a un candidato u otro, pero antes habría que ponderar el peso del sufragio de cada persona, ajustándolo al grado de información y preparación con el que acude a su cita con las urnas”, concluye Brennan.