Sin peros, fue un perverso dictador
Por Luis Eduardo Barrueto
El golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 —orquestado por la junta militar que dirigió Pinochet— acabó no solo con el Gobierno marxista de Salvador Allende, sino con una larga tradición democrática.
Una vez en el poder, la junta militar declaró una suspensión de la actividad política y suprimió con fuerza las voces disidentes, sobre todo en los primeros meses luego del golpe.
Se estima que el número de víctimas de la dictadura supera las 40 mil y que al menos 3 mil fueron casos de muertes o desapariciones, de acuerdo al informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura. Además, alrededor de 200 mil chilenos dejaron el país solicitando asilo político entre 1973 y 1990.
Los defensores de Pinochet suelen evocar la implementación de políticas de mercado como su principal fortaleza.
En efecto, el Gobierno de Allende había generado una debacle económica y profundas tensiones políticas, pero el propósito de la junta era solo acabar con el Gobierno marxista, no inaugurar el experimento liberal.
Las reformas de mercado que dieron lugar al posterior “milagro de Chile” nunca fueron un objetivo ni de Pinochet ni de la junta, cuyo instinto estaba del lado de la economía planificada y el nacionalismo económico.
Fue solo para legitimar sus excesos con un buen récord de crecimiento económico que Pinochet cedió y abrió una ventana política a los Chicago Boys.
No solo era innecesario aprobar dichas reformas bajo dictadura —el resto de Latinoamérica se encaminó en esa dirección bajo Gobiernos democráticos—, sino insuficiente. A Chile le hizo falta la legitimidad otorgada por el retorno a la democracia para generar el boom de inversiones que contribuyó a reducir la pobreza y a convertirlo en el referente regional que es hoy en día.
Pinochet salió del poder porque los chilenos se dieron cuenta que la libertad de mercado es insuficiente si no se acompaña de libertad política.
Quienes se dicen defensores de las sociedades abiertas deberían saberlo a estas alturas.
Luis Eduardo Barrueto es un periodista guatemalteco que reside en Londres, Gran Bretaña y actualmente cursa su maestría en medios y globalización. Síguelo en @lebarrueto.
Augusto y el drama que vivió Chile
Por Carlos Sabino
EnglishPara comprender y juzgar a las personas es preciso situarse en las circunstancias en que tomaron sus decisiones, en las alternativas que se les presentaron y los medios que tuvieron a su alcance. Esto, en el caso de Pinochet, es importante porque la discusión sobre sus acciones se realiza, aún hoy, con inusitado apasionamiento.
Salvador Allende había ganado las elecciones de 1970 con apenas el 37% de los votos, prometiendo llevar a Chile a un socialismo en libertad que pronto se convirtió en una verdadera pesadilla. La economía, después de un año de bonanza, se deterioró de un modo increíble gracias a las medidas socialistas del Gobierno: aparecieron las colas, el desabastecimiento y el nivel de vida de los trabajadores descendió visiblemente.
Un clima de enfrentamiento y de tensión se fomentó desde el Gobierno, mientras las leyes se pasaban por alto o se aplicaban de un modo discrecional. Varios sectores de la izquierda se preparaban para hacerse con el poder absoluto por medio de la violencia.
La sociedad se polarizó y los conflictos se intensificaron en 1973, después de que la coalición de Gobierno no pudo ganar las elecciones legislativas de ese año: las alternativas, como se percibían entonces, eran solo dos: o un golpe de mano de la izquierda o un golpe militar para impedir que Chile se encaminara hacia el comunismo.
¿Marchaba Chile, realmente, hacia el comunismo? No hay forma de dar una respuesta, pero la mayoría de la población pensaba que sí, que se actuaba de un modo drástico en esa hora aciaga o se arribaba a un futuro que sería irreversible.
Hasta el mismo Congreso de la República instó a los militares a tomar las medidas necesarias para preservar la Constitución y las libertades ciudadanas, pues ellos eran los únicos que podían revertir la situación.
El ejército chileno estaba encabezado por el general Pinochet quien, hasta entonces, había acatado sin reparos las decisiones del Gobierno. Pero las presiones aumentaban con los días y, en septiembre, con el apoyo de la marina y de la aviación, Pinochet decidió asumir el comando del golpe. El golpe no fue incruento pero logró el objetivo fundamental que quería una mayoría de los chilenos: acabar con la amenaza comunista.
Es cierto que así se derrocaba a un presidente surgido de las urnas pero, ¿podía llamarse democrático al proceso que estaban sufriendo los chilenos? ¿Bastaba esa victoria electoral, ya superada por los hechos, para que se instaurara un modelo de sociedad que la mayoría de los chilenos adversaba?
Durante el golpe y en el largo Gobierno de Pinochet se cometieron sin duda violaciones a los derechos humanos, pero en ese contexto, ¿podía esperarse otra cosa? Los excesos que se cometieron durante la represión no pueden dejarse de lado, es cierto, pero deben ser situados en el contexto concreto en que se produjeron.
Si es censurable la brutalidad con que se ejerció la inevitable represión en esos tiempos, también es importante considerar algunos méritos que destacan la figura de Augusto Pinochet. Dos son los más importantes: su manejo de la economía y la forma en que finalmente se apartó del poder.
El Gobierno chileno liberalizó una economía entrampada en los controles de un incipiente sistema socialista y proyectó al país a un crecimiento que redujo enormemente la pobreza y respetó las libertades económicas de los ciudadanos. Y Pinochet, a diferencia de Fidel Castro por ejemplo, tuvo el tino de apartarse voluntariamente del gobierno. No ambicionó el poder personal y, si encabezó el golpe, lo hizo cuando la mayoría de la sociedad chilena se hallaba dispuesta a aceptar cualquier solución que impidiese la consolidación del comunismo.
El balance final de su gestión es positivo, pues permitió que Chile regresara hacia la democracia y lo hiciera en medio de la prosperidad de la que hoy disfruta.
Carlos Sabino es sociólogo, escritor y profesor universitario, director de programas de máster y doctorado en Historia de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala.