¿Derecho o Deber?
Por Guillermo Calvo Mahé
El debate sobre el voto obligatorio está de moda. Es claro que todo acto obligatorio infringe la autonomía y este es uno de los mayores argumentos en su contra; otro argumento algo más elitista es que es mejor que no participen en lo electoral quienes carezcan de educación o de un juicio informado. Otro, más pragmático, es que sería demasiado caro implementar el voto obligatorio. Pero, para otros, sin participación masiva no hay democracia real.
Para analizar sistemas e instituciones políticas con el fin de mejorarlas, es esencial trabajar con conceptos claros, eliminando cargas propagandísticas. En este caso es esencial definir que el concepto de “democracia”, en sentido estricto más sencillo, se debe entender como un sistema basado en elecciones libres, con participación abierta de todos los ciudadanos y con decisiones tomadas por la mayoría de estos. Entonces, elecciones en las cuales el ganador no logra el apoyo positivo de una mayoría real, no constituye una democracia verdadera.
Es esencial tratar con la realidad y no con ilusiones, y la realidad es que aunque se habla de la democracia como sistema ideal, son pocas las partes del mundo en las cuales funciona. En Colombia las razones de su fracaso son diversas: algunas institucionales, otras éticas, pero una de las principales tiene que ver con la falta de tradición participativa.
Cuando el sistema de participación voluntaria no funciona, hay tres opciones realistas: la tradicional, que es ignorar el problema y “seguir adelante”; la más drástica, abandonar el sistema democrático; o, la que a algunos les parece más razonable, adoptar el voto. No se trata con reinventar la rueda, el sistema ya funciona en algunos estados, aunque se admite que no es una panacea.
Si se adopta un sistema de voto obligatorio se debe admitir que el no cumplir con esa “obligación” tendría que tener consecuencias negativas, pero no tendrían que ser drásticas, por ejemplo, multas basadas en estratos económicos con opciones de servicio público para quienes no las puedan pagar (recoger basura en lugares públicos). Entonces, implementar el voto obligatorio no tendría que ser costoso, incluso podría hasta generar recursos públicos y de todos modos, lo peor que podría pasar sería tener espacios públicos más limpios.
Es verdad que el voto obligatorio infringe al concepto de la libertad, pero eso siempre lo hacen la democracia y el pluralismo, los otros dos pilares del régimen político liberal. Por eso, el mayor reto de las constituciones liberales es balancear la tensión entre esos tres conceptos deseables, pero opuestos.
Algo se pierde de cada uno, pero para los que creen en ese régimen, aunque no es perfecto, es el mejor que se ha encontrado. En este caso, se cree que vale la pena la pérdida de un poquito de la autonomía que implica el voto obligatorio si el resultado es una democracia real y eficiente.
Como creían sus creadores atenienses, en una democracia, la participación política es un deber y no un mero derecho.
Guillermo Calvo Mahé es un escritor y comentarista político colombiano. Tiene un posdoctorado (LL.M.) en Estudios Jurídicos Internacionales por la Universidad de Nueva York (NYU). Trabaja como coordinador del programa de Ciencias Políticas, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Manizales (UAM). Síguelo en @Inannite.
No hay democracia sin libertad
Por Estefano Chamoun Carrera
EnglishEsta una pregunta complicada con una respuesta bastante sencilla: no. Definitivamente, el voto obligatorio no ayuda a tener una mejor democracia. Es un error considerar que existe una democracia más participativa porque todos los ciudadanos estén obligados a votar. De hecho, justamente ese es el problema, que están obligados; que se les impone el ejercicio a la democracia, cuando esta, ante todo, debe ser libre.
Ecuador es un país donde el voto es obligatorio, y el hecho de no sufragar conlleva multas e incluso suspensión de algunos derechos. Por lo tanto, es necesario diferenciar entre los ciudadanos que realmente se acercan a ejercer su derecho al voto para participar activamente de la elección democrática, demostrando interés en la sociedad de la que forman parte; y aquellos que simplemente están buscando evitar las consecuencias —bastante problemáticas— que su abstención puede ocasionar.
No estoy a favor de la abstención, pero obligar a los ciudadanos a votar tiene consecuencias más graves que el hecho de tener una cantidad pequeña de votantes. Democráticamente hablando, un ejercicio electoral en el que quienes eligen están obligados por ley a hacerlo pierde legitimidad, ya que la decisión se hace con poca conciencia e interés.
Generalmente, —como ya ha pasado en Ecuador—, los electores terminan votando por el candidato que ofrece más, que regala más cosas durante su campaña, o incluso por el que tiene mejor apariencia física. Somos pocos los que nos tomamos el tiempo de revisar sus planes de trabajo, ideologías, o modelos políticos.
Y tenemos que recordar que esta no es una decisión cualquiera; estamos escogiendo a las personas que van a administrar el país. Por tanto, considero irresponsable seguir presionando a personas que no han tenido una formación adecuada, o que simplemente no les interesa ser parte de los procesos de elección popular, pues estamos abriendo las puertas a la corrupción, eligiendo a mandatarios —populistas, en su mayoría— que aprovechan esta falla en nuestro sistema electoral para llegar al poder.
Es más sensato tener unas elecciones donde vote solo una parte del padrón electoral, conformada por ciudadanos que están conscientes acerca de la decisión que van a tomar y la repercusión que esta va a tener en el futuro de su país, que tener una elección donde todos los ciudadanos voten pero a la fuerza y sin conocimiento. En este último escenario, los únicos beneficiados son los políticos que ya compraron al pueblo con prebendas y promesas falsas durante su campaña.
Tampoco es grato criticar sin dar solución. Si el miedo al voto opcional es que tengamos una sociedad con poco patriotismo o responsabilidad social y, por ende, al eliminar el voto obligatorio, la participación en los sufragios sea demasiado baja, en lugar de la fuerza — en este caso, la ley—, es necesario acudir a otros recursos.
Invirtamos en campañas de motivación y de concienciación sobre el voto, y preparemos a la ciudadanía para elegir a sus mandatarios, para que libremente ejerzan su derecho al voto, y lo hagan con conciencia, meditación y estudio. El sufragio obligatorio, basado en meros requisitos formales —y como la historia de mi país ha demostrado—, nos ha llevado a equivocarnos en las urnas más de una vez.
Estefano Chamoun Carrera es ecuatoriano, estudiante de la carrera de Derecho en la Universidad de Especialidades Espíritu Santo (UEES). Es libertario y trabaja como miembro activo de Estudiantes por la Libertad Ecuador. Síguelo en @echamoun.