
Por David R. Martin
EnglishEn el centro de la crisis fiscal y económica de Puerto Rico yace una maligna devoción a un par de dioses falsos. El primero, los impuestos, que son bajos pero a la vez regresivos, lo que anula la posibilidad de un autofinanciamiento del Gobierno, al tiempo que el peso fiscal recae en los pobres y en la clase trabajadora, quienes deben pagar impuestos al consumo por montos estratosféricos. El segundo es una predilección por las actividades en las que la isla no es competitiva económicamente.
Los ingresos fiscales representan apenas el 10 por ciento del PIB, así que el Gobierno ha recurrido, con mínima resistencia política, a la solicitud de préstamos (incluso por encima del límite legal de su deuda) para compensar el sostenido déficit en los ingresos del Estado.
Sin embargo, incluso con el préstamo de fondos para complementar los ingresos, el gasto público suele ubicarse en un 11 por ciento del PIB, aún muy por debajo del 34 por ciento que en promedio consumen los Gobiernos de territorios ricos y desarrollados. No debería ser una sorpresa entonces saber que Puerto Rico carece de los productos y servicios de calidad básicos que constituyen las condiciones fundamentales para favorecer las inversiones y la creación de empleos.
Pero al parecer, ninguno de estos aspectos fue tomado en cuenta en el Plan de Crecimiento Económico y Fiscal (PCEF), publicado a principios de septiembre por el Gobierno de este Estado Libre Asociado a EEUU.
El PCEF es, sin lugar a dudas, preocupante. En primer lugar, además de la deuda global “impagable” de US$72,2 millardos, la isla de 3,5 millones de habitantes ha contraído obligaciones financieras de $43,4 millardos en materia de pensiones, aspecto que ha sido relegado al pie de página del PCEF. En segundo lugar, el procedimiento propuesto por el Gobierno para lidiar con esta alarmante situación es decepcionante en extremo.
En palabras de Larry Summers, antiguo secretario de Estado estadounidense, este no es momento para un incremento gradual; la isla necesita reformas estructurales transformadoras y radicales para librarse no solo de la crisis actual, sino también de su largo historial de bajo rendimiento económico.
Con tan solo 15.000 habitaciones de hotel, el potencial de Puerto Rico de convertirse en un gigante del turismo y el entretenimiento está muy lejos de ser explotado
Es crucial que el Gobierno limite exclusivamente a los libros de historia el modelo económico de desarrollo basado en la exención fiscal. Simplemente no es efectivo. Desde la década de los 70 hasta el 2006, cuando existían enormes exenciones impositivas en relación con EE.UU., los índices de empleo y participación laboral de la isla permanecían normalmente muy por detrás de los de la región continental de EE.UU.
Es cierto que cuando regresé a la isla, en 1984, tras graduarme de la universidad, el desempleo llegaba al 20 por ciento (en comparación con un 11,6 por ciento hoy en día) y esta tasa se mantuvo hasta 1993, tres años después de haberme mudado a la zona continental de Estados Unidos. El índice de desempleo en Puerto Rico se elevó con más fuerza que nunca a pesar de contar con el enorme subsidio fiscal de la Sección 936 del Código de Rentas Internas de los Estados Unidos de América.
Las inversiones guiadas por las ventajas fiscales en Puerto Rico traen resultados insuficientes, y están desligadas del resto de la economía local. Las industrias que se ven favorecidas no encuentran otras razones para operar en la isla más que una preferencia fiscal dudosa, criticada por la mayoría de los países desarrollados, incluyendo Estados Unidos. La producción con el uso de tecnología avanzada y la producción farmacéutica y química emplean solo un 6 por ciento (y va en descenso) de la mano de obra local, pero representan más del 50 por ciento del PIB de la isla.
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Mientras tanto, el turismo no recibe la atención que se merece. Sorprendentemente, a pesar de ser uno de los pocos sectores económicos que muestran un crecimiento estable, no se menciona para nada en el PCEF. Con tan solo 15.000 habitaciones de hotel, el potencial de Puerto Rico de convertirse en un gigante del turismo y el entretenimiento está muy lejos de ser explotado.
En lugar de eso, el gobierno puertorriqueño ha doblado su apuesta por el modelo basado en la exención fiscal, en lo que parece una competencia entre paraísos fiscales por ser el máximo perdedor. Entre las propuestas incluidas en el PCEF se encuentra una petición al Congreso para reintroducir un proyecto de ley de exención fiscal conocido como 933A.
La idea es extraordinariamente absurda. Como ya ha ocurrido anteriormente, el Congreso rechazará cualquier solicitud de trato especial adicional financiado por los contribuyentes de EE.UU. Además, esta propuesta demuestra que los entes encargados de las políticas de desarrollo económico de Puerto Rico no han sido ni remotamente capaces entender cuán precaria es la existencia de un Estado que para sobrevivir necesita subsidios por parte de otro.
Mientras no se tomen medidas radicales para revocar la exención fiscal, incrementar la inversión pública en educación y seguridad, eliminar la burocracia y establecer la terminación de los contratos laborales por voluntad de las partes, no habrá cambios sustanciales.
Y además de realizar mejoras significativas y bien planificadas en materia de infraestructura, el Gobierno debe promover actividades económicas competitivas que realmente aprovechen tanto el clima privilegiado de la isla como el talento humano puertorriqueño, evidente en las artes, el entretenimiento y los deportes.
Sin estos cambios vitales, esta joya de territorio estadounidense en el Caribe no será capaz de vislumbrar el progreso.
David R. Martin es abogado corporativo, participó en la diáspora puertorriqueña en Estados Unidos y es autor de Puerto Rico: The Economic Rescue Manual (Puerto Rico: Manual de Rescate Económico). Síguelo en Twitter @DRMartinLLC.