En su columna de opinión del 24 de enero, Steve Hecht señala que el recién estrenado presidente de Guatemala, Jimmy Morales, es poco más que un títere del Gobierno de Estados Unidos y “la guerrilla marxista”.
Sin duda, Estados Unidos siempre ha estado al timón de la política de la región centroamericana, pero lejos de ser una “conspiración marxista”, dicha circunstancia ha estado guiada por preocupaciones sobre la estabilidad geopolítica en la zona. Además, Hecht deja por fuera varios elementos que permitirían comprender de una forma más amplia lo que está sucediendo en Guatemala.
En primer lugar, la exfiscal general Paz y Paz fue respaldada tan vehementemente por los Estados Unidos por sus resultados, particularmente los relacionados con el combate al narcotráfico. Durante su gestión se dieron extradiciones de presuntos narcotraficantes de alto perfil hacia la justicia norteamericana, se incrementó el número de casos que llegaron a juicio, así como las sentencias condenatorias gracias a un nuevo modelo de gestión implementado.
De hecho, muchas de las herramientas necesarias para destapar los escándalos de corrupción que sacudieron el país durante el año pasado (personal, infraestructura, capacidades técnicas) fueron articuladas durante la gestión de Paz y Paz. Dicho en otras palabras: los equipos de valientes fiscales que han conformado la Fiscalía Especial contra la Impunidad –FECI–, la tecnología para realizar y procesar las más de 66,000 escuchas relacionadas al escándalo de “La Línea” produjeron resultados en la gestión de Thelma Aldana, pero empezaron a construirse y formarse con anterioridad. El fortalecimiento institucional que hizo al Ministerio Público una institución fuerte y con las herramientas técnicas que hoy vemos es en gran medida resultado de la gestión de Paz y Paz.
Guatemala camina hacia un estado de Derecho. Estados Unidos ha jugado un papel porque le interesa la estabilidad al sur de su frontera
Respecto al rol de Estados Unidos en la crisis política, Hecht también olvida que la postura original de los Estados Unidos durante la crisis política del año pasado fue de sostener el gobierno de Otto Pérez Molina hasta las elecciones generales. No fue sino hasta en la recta final del mandato de Pérez Molina que la embajada decide dejar solo al presidente y subirse a la ola de las protestas ciudadanas.
Además, el autor omite que el paro nacional que condujo a una de las manifestaciones ciudadanas más grandes de la historia del país (y finalmente a la renuncia de Pérez) se dio sin la iniciativa de las grandes gremiales empresariales ni de la embajada, sino por pequeños y medianos empresarios que comenzaron un efecto dominó.
[adrotate group=”7″]Finalmente, respecto a las recientes capturas de 16 exoficiales del ejército, después de haber sido señalados por cometer crímenes de guerra durante el conflicto armado, lejos de ser una manifestación de “marxismo”, basta decir que no es más que el cumplimiento de obligaciones internacionales adquiridas por virtud de tratados internacionales suscritos y ratificados soberanamente por el Estado de Guatemala –muchos de ellos mientras los militares gobernaban el país–, así como de sentencias de tribunales internacionales. Hace muchos años ya, ha existido consenso en el concierto de naciones de que determinados crímenes no pueden quedar impunes. La desaparición forzada de niños, así como las masacres de población civil, no combatiente son algunos de ellos.
Guatemala camina, con comprensible lentitud, hacia la construcción de un estado de Derecho. Estados Unidos, ciertamente ha jugado un papel porque geopolíticamente le interesa la estabilidad de la región al sur de su frontera.
El muro de Berlín cayó hace tiempo, por lo que una lente dicotómica que necesariamente divide entre malos y buenos o comunistas y contrarrevolucionarios a lo mejor no es la mejor herramienta para explicar procesos tan complejos.
Alfredo Ortega es abogado, con estudios de postgrado en Política y Derecho Internacional de la Universidad Francisco Marroquín. Sígalo en Twitter: @edortfra.