Por German Garfinkel
Las elecciones presidenciales han virado el rumbo político y económico de Argentina. Con 52% del apoyo popular, el Gobierno de Mauricio Macri se posiciona ante el desafío de estructurar un país confiable, sólido, seguro y competitivo que —en el caso de lograrlo—, permitirá incluir al sistema productivo argentino en el complejo comercio internacional.
El Gobierno entrante deberá acertar en las políticas a aplicar, para así poder reorganizar una estructura productiva en la cual el sector público se ha venido erigiendo durante esta última década como el principal impulsor de la economía, ante la inevitable disminución de las inversiones privadas de los últimos años, provocadas por la falta de transparencia gubernamental.
A lo largo de los últimos doce años, el Gobierno kirchnerista implementó un modelo económico impulsado por el consumo que, evidentemente, tuvo una ejecución posible a través de un creciente y colosal gasto público.
A su vez, los subsidios al consumidor, los planes sociales y el empleo público, fueron los engranajes que lograron mantener en movimiento la estructura “productiva” del país durante algunos años. Sin embargo, en los últimos tiempos la inflación, la escasez de divisas y el estancamiento en el PIB comenzaron a mostrar el agotamiento de un modelo que sólo pudo funcionar en el corto plazo.
En este sentido, cabe preguntarnos: ¿cómo es posible que un modelo económico que presenta resultados tan errados, haya logrado cosechar tanto fanatismo y admiración?
Quizás la miseria política y económica que dejó la década de los 1980 y los finales de los 1990, han conformado a aquellos que luego de muchos años han encontrado en el modelo del Frente para la Victoria, la tan ansiada “estabilidad económica” que les ha permitido gozar de un aceptable nivel de vida y de consumo, siempre a costa del despilfarro estatal y de los aportes de sus contribuyentes.
Resulta fundamental realizar un análisis de los conceptos de “política”, “política económica” y “economía política” (análisis económico), para lograr comprender el ya pasado modelo llevado a cabo por el Frente para la Victoria.
Durante los últimos doce años, la corrupción se ha convertido en algo natural en la sociedad argentina
La política puede comprenderse como la acción concreta del Gobierno; la política económica, como aquella parte de la política que se relaciona con los aspectos económicos de la realidad; y la tercera, como aquella parte del saber en general que se ocupa de los aspectos económicos de la realidad. De este modo, se parte de que tanto la política como la política económica se ocupan de jerarquizar los valores fundamentales de la sociedad, analizando diferentes situaciones que permitan elevar los niveles de vida de la sociedad civil. Bajo estos conceptos, es que se ha escudado el Frente para la Victoria para perpetuarse en el poder.
La economía, entendida en sí misma como el análisis económico del presente inmediato y futuro, se ocupa de averiguar qué es posible y qué no lo es en función de los recursos productivos existentes, la tecnología en uso y las instituciones existentes (típica labor del plano del ser). Asimismo, se ocupa de analizar la sustentabilidad en el largo plazo de las políticas elegidas y, es aquí donde se encuentra el principal problema del modelo kirchnerista: no es económicamente viable.
Durante largos años han elegido politizar la economía favoreciendo sus propios intereses, a partir de la utilización de un modelo económico que ha logrado resultados inmediatos y beneficiosos en el corto plazo, pero insostenibles en el largo plazo, lo que ha generado una visión errónea de prosperidad en sus más fanáticos seguidores, y les ha servido para ejecutar su nefasta fórmula.
La afirmación del párrafo anterior es avalada por las variables económicas. Cabe decir que durante los últimos años ha sido el Estado el principal creador de empleo, con toda la ineficiencia que esto acarrea en la producción.
Entre 1998 y 2014, mientras el empleo privado aumentó un 50%, el público lo hizo en un 85%. Así las cosas, hoy el sector estatal representa el 26% del total del mercado laboral, según un análisis de Abeceb.com. Eso no es todo: si se toma en cuenta, además de los empleados públicos, a los jubilados y a los beneficiarios de planes sociales, la dependencia del Estado alcanza a 15,1 millones de personas. Se trata de 36% de la población del país. En 2006, esa proporción no superaba el 20%.
Además, durante 2015 la inflación estimada tocó el techo del 30% interanual, el déficit fiscal supero el 9% del PIB, las reservas internacionales cayeron por debajo del mínimo histórico de la gestión kirchnerista, y las iniciativas privadas se encuentran estancadas: el panorama es negro.
Durante los últimos doce años, la corrupción se ha convertido en algo natural en la sociedad argentina. Los diferentes beneficios sociales tales como los subsidios al consumidor, los aumentos en la previsión social, el “Fútbol Para Todos”, los planes sociales, entre otros, han permitido bajo el eslogan “nacional y popular”, lograr el consenso social necesario para formar una estructura política totalmente corrupta del primero al último donde los principales beneficiados han sido políticos, jueces, periodistas e inclusive artistas que vendieron su silencio a cambio de importantísimas transferencias del Estado.
Asimismo, no sólo se avaló la corrupción, sino también se formó en Argentina un ambiente hostil, colmado de violencia, agresión e inseguridad que, lejos de ser apaciguado fue avivado mediante diferentes declaraciones a viva voz de Cristina Fernández en sus diferentes apariciones públicas, fustigando a todos aquellos que se mostrasen disconformes frente a esta nueva versión de populismo.
[adrotate group=”7″]La herencia económica y política es pesada, el Gobierno entrante no ha heredado una tarea sencilla. Frente a la difícil tarea de normalizar las variables macroeconómicas, el gobierno se enfrenta a diferentes pujas internas, donde los actores sociales buscan sacar el máximo provecho de las diferentes medidas económicas, un claro ejemplo son los aumentos de precio que se observaron en estos últimos dos meses, dejando en claro que en Argentina se ha desatado una puja distributiva donde los intereses individuales reinan sobre los colectivos.
Por otro lado, con la detención de Milagro Sala, se observa la primera señal de que se buscará castigar judicialmente a todos aquellos que se han enriquecido de manera ilícita con el dinero del Estado, existiendo aun una gran parte de la población renuente a aceptar al nuevo gobierno y a seguir defendiendo lo indefendible.
La situación no es sencilla, no es posible determinar si las nuevas medidas económicas y políticas lograran llevar al país nuevamente a la senda del crecimiento, o si culminaran en un nuevo fracaso, mientras tanto las esperanzas de que este gobierno pueda conformar una Argentina más justa y prospera vuelven a estar latentes.
German Garfinkel es estudiante de Economía en la ciudad de Rosario, Santa Fe. Interesado en Finanzas y Macroeconomia, es fiel defensor de las instituciones. Síguelo en @German_1889.