
Por Luis Guillermo Vélez Álvarez
La conmemoración de la muerte en combate de Camilo Torres Restrepo (1929-1966), un sacerdote católico que se convirtió en líder guerrillero, ha causado controversia en Colombia. Algunos líderes de izquierda, como el senador Iván Cepeda, han homenajeado a Torres por su lucha revolucionaria. Otros lamentan su muerte como “una gran pérdida para las Ciencias Sociales”.
Tales alabanzas a los supuestos logros intelectuales de Torres, sin embargo, surgen más de una añoranza por brindarle legitimidad académica a la guerrilla colombiana, que de un análisis serio de sus escritos.
Torres estudió en la Universidad Católica de Lovaina y allí obtuvo una licenciatura en Ciencias Sociales con una memoria de grado titulada: “Aproximación estadística a la realidad socioeconómica de la ciudad de Bogotá”. Quiso adelantar estudios doctorales, pero no lo logró.
En Minneapolis siguió como asistente libre cursos de Sociología Urbana y Sociología del Trabajo. No realizó estudios formales de Economía y en ese campo sus ideas no iban más allá de la vulgata marxista de la explotación y la lucha de clases, como puede constatar cualquiera que se tome el trabajo de repasar sus escritos y proclamas.
Veía la sociedad colombiana dividida entre una minoría privilegiada —una casta integrada por unas pocas familias que desde la Independencia lo controlaban todo— y una inmensa mayoría de explotados. “Como el peso colombiano se desvaloriza todos los días”, esa casta, también llamada oligarquía, no tenía interés distinto a sacar su dinero del país “en lugar de invertirlo en fuentes de trabajo”.
Si lo quisiera, esa minoría podría tomar una decisión “que favorecería a todos”: aumentar el poder adquisitivo de la población porque “el aumento del poder adquisitivo aumenta, en principio, la demanda y aumentando la demanda se puede aumentar la producción”. Pero esa oligarquía prefería vender poco a precios altos que vender mucho a precios bajos, razonaba Camilo.
Era pues necesaria una revolución para “quitarles el poder a las minorías privilegiadas para dárselo a las mayorías pobres”. Esa revolución era “la forma de lograr un Gobierno que dé comer al hambriento, que vista al desnudo, que enseñe al que no sabe, que cumpla con las obras de caridad…”.
En economía, las ideas de Camilo Torres no iban más allá de la vulgata marxista de la explotación y la lucha de clases.
Esa revolución —que no solo estaba permitida para el cristiano, sino que era obligatoria— podía ser pacífica o violenta. Probablemente, si Camilo Torres hubiese tenido un conocimiento algo más refinado de los hechos y los procesos económicos habría comprendido que la pobreza de un país con un PIB per cápita de escasos US$400 no se elimina con actos de buena voluntad de un Gobierno providente y altruista. Pero, como ocurre con todos los fanáticos, Camilo hizo de su ignorancia virtud y como la oligarquía se resistía, no quedaba otro camino que la acción violenta y se fue para el monte a combatirla.
No hay en los escritos de Camilo Torres nada que merezca la pena rescatarse: profusión de lugares comunes sobre explotadores y explotados, el humanismo cristiano, la caridad y el amor al prójimo. No fue ningún científico social, no fue otra cosa que un fanático iluminado que tuvo la suerte de morir al inicio de su periplo guerrillero antes de convertirse en un asesino sanguinario como Manuel Pérez y Domingo Laín, los otros curas de infausta recordación, militantes del Ejército de Liberación Nacional (ELN).
Luis Guillermo Vélez Álvarez es economista y docente de la Universidad EAFIT de Colombia. Síguelo en @LuisGuillermoVl. Este artículo, originalmente publicado en el blog del autor, se reproduce con su permiso.