Por Guillermo Rodríguez G.
Hay dos tipos de economías socialistas: las que colapsaron y las que colapsarán. Venezuela, que es una economía socialista desde mediados de los años 70 del siglo XX, está finalmente colapsando a principios del siglo XXI.
No es difícil de entender cuando no se tienen férreos prejuicios ideológicos con el poder de creencias religiosas que impidan el entendimiento.
La economía socialista en una sociedad compleja es inviable. Esto lo demostró Ludwig von Mises desde 1922 al establecer que en ausencia de propiedad privada no hay formación de precios, y sin precios no hay información que permita realizar cálculos económicos.
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Lo que tiende a confundirnos, prejuicios aparte, es que el común de las economías complejas de nuestros tiempos son mixtas, tienen una parte de lo que solemos llamar socialismo, y otra de lo que solemos llamar capitalismo.
La parte socialista es parasitaria de la capitalista; si crece demasiado exprime hasta la muerte a la otra y colapsa por su propia inviabilidad.
Para entender cuando comienza a ser una economía socialista podemos coincidir con el aristócrata fundador de la Unión Soviética en que el socialismo empieza cuando el Estado –que él pensaba sería la dictadura “del proletariado”– se adueña de los “centros de comando” de la economía. Logrado eso, ya está en capacidad de controlar indirectamente todos los “medios de producción” y dependerá de las “condiciones objetivas” cuando, cuanto y si acaso, se adueña de la totalidad o no.
No es que Venezuela fuera jamás una verdadera economía de libre mercado, pero en el pasado se aproximó y con extraordinarios resultados en materia de crecimiento económico.
Se puede discutir qué son los tales “centros de comando”. El término es más militar que económico, pero la idea es clara. Cuando el Estado es dueño de las empresas que controlan los sectores en los que concentran las ventajas competitivas de una economía, puede controlar todo lo demás indirectamente.
En Venezuela el objetivo de la clase política es simple: controlar el petróleo, y así se hizo desde 1974. No hay por qué extrañarse de que, pese a los ciclos con burbujas de malas inversiones financiadas por los eventuales altos precios petroleros, Venezuela presente una tendencia a la caída del PIB per cápita a largo plazo, desde la nacionalización del petróleo hasta nuestros días.
Socialismo y petróleo
Un petroestado como el venezolano, inserto en medio de una economía de mercado es una distorsión financiera gigante. No es que Venezuela fuera jamás una verdadera economía de libre mercado, pero en el pasado se aproximó y con extraordinarios resultados en materia de crecimiento económico.
Entre los años 30 y 60 del siglo pasado, fue una de las economías más prosperas, capitalizadas y competitivas del mundo. No es poca cosa para un país que hoy está peleando por el último lugar en toda estadística que mida de alguna manera la prosperidad.
Pero los ciclos económicos de malas inversiones, sea que se concentren el sector gubernamental o privado y se financien por la distorsión artificiosa del crédito o por shocks “reales” externos, son ciclos que una economía de mercado se reajustan con reorientaciones de la inversión y una tendencia al crecimiento a largo plazo.
En una economía socialista la historia es diferente. Imposibilitada o severamente distorsionada en materia de cálculo económico y aquejada por la institucionalización de incentivos hacia la improductividad y la deshonestidad, únicamente puede crecer incrementando el insumo más de lo que decrece el producto.
Es decir, un país donde predomina el socialismo destruye ingentes recursos para producir cada vez menos, y lo poco que produce es apenas parcialmente lo que necesita. Siempre hay demasiados tubos y muy pocas tuercas o viceversa.
Venezuela fue una ilusión producto de la ridícula “teoría de la dependencia”, una excrecencia torpe de la ya absurda teoría leninista del imperialismo surgida entre las mentes más confundidas y resentidas de un continente atrasado. La idea es que los países capitalistas compran materias primas baratas y venden productos industriales caros a los países “neocoloniales”, a los que así “explotan”.
La supuesta solución sería no comprarles productos industriales terminados y venderles las materias primas más caras. Como petroestado, Venezuela estuvo entre los pocos que no solo se autoflageló con lo primero, sino que logró realmente a través de la cartelización de la oferta lo segundo.
Fantasía y tragedia venezolana
En resumen: Venezuela fue una economía mixta con los sectores estratégicos controlados por el Estado. Ya era socialista su economía con una política de sustitución de importaciones, subsidio la incompetencia y castigo la competencia local. Y eso condujo a una concentración abrumadora de las exportaciones en el petróleo y una dependencia total de las importaciones para hacer funcionar un aparato productivo, francamente improductivo.
Mientras se dejó en manos de un sector privado consentido con protecciones arancelarias, subsidios, crédito barato, y castigado con controles de precios, controles de cambio, y regulaciones absurdas, la economía de mercado funcionó a medias con un sistema de precios distorsionados.
Una economía medio capitalista se pondría a reajustarse reorientando inversiones, pero una economía socialista no tiene cómo a menos que recurra al recorte brutal del ya escaso consumo.
La sociedad se empobreció y el aparato productivo se descapitalizó, pero en los periodos de altos precios petroleros disfrutó de burbujas de gasto público populista que a corto plazo paliaban los efectos y a largo plazo profundizaban las causas de las crecientes distorsiones.
Si el precio del petróleo sube, el populista al mando en Venezuela gasta a manos llenas. Si el precio del crudo baja, tendría que recortar, pero de ese dispendio viven quienes también votan y se organizar para influir políticamente. Es políticamente rentable subirlo y políticamente imposible bajarlo.
Les queda el endeudamiento, déficit, devaluación e inflación para cubrir la diferencia. Una economía medio capitalista se pondría a reajustarse reorientando inversiones, pero una economía socialista no tiene cómo a menos que recurra al recorte brutal del ya escaso consumo. Y pese a los controles de precios, racionamientos, y fantasías planificadoras, lo primero produce inflación y empobrecimiento masivo, y lo segundo lleva al extremo de la malnutrición masiva y sus lógicos acompañantes.
La tragedia económica venezolana es que las diferencias entre la polarizada clase política son acerca de la democracia representativa, el Estado de derecho, la división de poderes y los controles políticos al poder para evitar que la mayoría imponga una tiranía de la que después no pueda salir al cambiar de opinión.
Son diferencias importantes, pero no menos importante es que coinciden en la idea general de un modelo económico socialista y el petróleo como claves.
Con el petróleo el problema es el impacto de la caída de su precio en el gasto público. El de siempre, pero mucho peor porque la economía venezolana en plena revolución bolivariana sufrió 16 años de reducción brutal del sector privado y crecimiento desmesurado del gubernamental. La contracción de la producción interna es extrema y con ella la dependencia de las importaciones es absoluta.
Con el precio del crudo a más de US$100 por barril, el socialismo revolucionario venezolano pudo destruir casi completamente el aparato productivo privado sin colocar nada en su lugar. Ahora no tiene suficientes divisas para importar lo mínimo necesario y su economía no es capaz de producir prácticamente nada. Ni soñar con sustituir las exportaciones petroleras con otras en medio de la descapitalización acompañada de violencia criminal y corrupción desbordadas.
Petroestado sin petrodólares
En Venezuela todo escasea para la población porque es una economía socialista. Finalmente, escasean los petrodólares de los que dependía el Gobierno para repartir raciones.
Las cuentas son simples: 690 mil barriles diarios de consumo interno que se venden por menos de lo que cuesta producirlos. Cerca de 150 mil barriles diarios van a las naciones del Petrocaribe, de lo que cobran la mitad y la otra mitad queda en duda.
El colapso natural e inevitable de una economía socialista, en cámara lenta, como casi todo en ese sistema.
Noventa mil barriles diarios van a parar en Cuba – y en medio del colapso del sistema de salud, no prescindirán de médicos cubanos baratos a cambio, menos de los expertos en inteligencia y represión.
El complejo grupo de acuerdos llamado “fondo chino” son entre 500 y 700 mil barriles diarios que los chinos pagaron por adelantado. Y al socialismo en el poder en Venezuela le restan para vender unos 700 mil barriles diarios a unos US$40 por barril: unos US$12 mil millones al año.
Sin embargo, en servicio de deuda ya están comprometidos unos US$8 mil millones este año.
Las necesidades de importaciones de la revolución se pueden reducir a poco menos de US$32 mil millones al año para evitar la hambruna y mantener privilegios de los que defienden al poder en funciones. Un déficit estimable de entre US$20 y 30 mil millones es ni más ni menos que el principio del colapso.
De ahí la hiperinflación, el agravamiento severo de la escasez inherente al sistema socialista, el colapso de los servicios públicos, el racionamiento eléctrico y de agua potable y las jornadas laborales de dos días a la semana en el gobierno. Es el colapso natural e inevitable de una economía socialista, en cámara lenta, como casi todo en ese sistema.
Guillermo Rodríguez G. es investigador del Centro de Economía Política Juan de Mariana y profesor de Economía Política del Instituto Universitario de Profesiones Gerenciales IUPG, de Caracas, Venezuela.