EnglishPor Louis Kleyn
Con las posturas tan disimiles y divergentes que se han presentado frente al Acuerdo con las Farc y los contenidos tan variados en las discusiones, se cae en cuenta que los colombianos no tenemos un consenso sobre la sociedad que queremos, ni compartimos una posición con respecto a cuáles son ni a lo que significan los valores fundamentales sobre los que en teoría descansa nuestra convivencia: justicia, democracia, deberes y derechos ciudadanos, libertad de expresión, libertad de empresa.
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Democracia es el valor que muchos habríamos pensado esencial en nuestra sociedad. La democracia en su sentido concreto quiere decir que los derechos de cada quien valen tanto como los de cualquier otro individuo. Por su parte, el acuerdo pretende traer al país mayor participación y pluralismo. Pero, en primer lugar, los términos del acuerdo fueron determinados por una muy minúscula minoría sin representación alguna.
La tergiversación democrática comienza en el planteamiento mismo del proceso del Acuerdo y el “sello democrático” que se busca obtener con el Plebiscito.
Miremos: si la votación final fuese de, por ejemplo, 11 millones de personas a favor y siete millones de personas en contra, esto significará que ante el Acuerdo propuesto por 10.000 guerrilleros, siete millones de colombianos lo desaprueban. ¿La opinión de quienes debería prevalecer? ¿Cómo puede ser que la voluntad de los 10.000 de las FARC se fuese a imponer sobre la de siete millones? Los 11 millones de votantes que han aceptado el acuerdo no invalidan que siete millones son infinitamente más numerosos que los 10.000 que lo propusieron.
Una de las paradojas más evidentes del acuerdo frente al proceso de aprobación, es que el acuerdo una vez implementado pretende que exista amplia participación comunitaria directa sobre todo tipo de detalles de la vida cotidiana de la población general, por ejemplo en el área rural.
Allí, con base en el acuerdo, en teoría todos (y todas), podrán intervenir, por ejemplo, sobre todos los planes de infraestructura, desde los más nimios hasta los más grandes, sobre el uso de las tierras, todo con base en los intereses colectivos, etc.
Sin embargo, este tipo de participación comunitaria no se permitió para analizar los distintos e innumerables aspectos del acuerdo, que son de gran trascendencia para el futuro de nuestra sociedad, pues tocan elementos centrales sobre justicia, participación política, funcionamiento del campo, producción de coca, etc.
Se hubiese podido disponer del tiempo suficiente para que la población, ocupada en su día a día, se ilustrara y mediante datos concretos y ejemplos de su aplicación entendiese lo que implica el acuerdo.
Toda una gama de opiniones de millones de colombianos con respecto a cómo debería plantearse el acuerdo podrían haber sido tenidas en consideración. Con base en la participación comunitaria, se hubiese podido votar por capítulos en un referendo y se hubiesen renegociado los puntos de mayor discordia nacional, para buscar grandes consensos.
En realidad, en este proceso la palabra democracia se ha desprovisto de significado alguno. Es por todos sabido que las voces y votos de los miembros de las FARC valen millones de veces más que los de un ciudadano corriente. Esto es porque han mostrado su capacidad de infundir terror sobre los colombianos. Al final del día, el acuerdo y el plebiscito nacen del temor. No pretendamos que pertenecen al ámbito de una verdadera democracia y mucho menos que la van a fortalecer.
Louis Kleyn es colombiano, ha pasado más de 25 años trabajando en inversiones bancarias. Actualmente es miembro del Colombian Derivatives Market, y es miembro supervisor del Guarantee Fund of the Colombian Stock Exchange. Esta nota fue publicada previamente en Portafolio.