¿Es bueno o malo tener un “dólar fuerte”? ¿Cuáles son las consecuencias para los países cuyas monedas están vinculadas al dólar?
Hace algunas semanas, Wall Street Journal publicaba el artículo “Se acaloran las divisas ancladas al dólar”, con un subtítulo en el que se leía: “La subida del dólar a máximos históricos es una mala noticia para algunas divisas ancladas a la moneda estadounidense”.
Si el “dólar fuerte” es bueno, ¿por qué sería una “mala noticia” para los países que vinculan su moneda al billete verde?
Hay que tener en cuenta que el subtítulo hace referencia a una desventaja para los países, no así para sus ciudadanos. La economía es acerca de las personas, por lo que lo ‘bueno’ y lo ‘malo’ se definen con respecto a cómo los individuos se ven afectados por modificaciones significativas en los tipos de cambio. Entre dos monedas solo puede haber un tipo de cambio: “fijo”, si es “fijado” por un gobierno, o “flotante”, si se determina en el mercado de divisas. Bajo el tipo de cambio flotante, cuando una moneda es “fuerte” (es decir, cuando aumenta su valor), la moneda de un socio comercial tiene que ser “débil” (es decir, su valor cae). En cada país, las modificaciones cambiarias afectan de forma diferente a sus consumidores y productores.
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Cuando el dólar estadounidense sube respecto a las monedas de otros países, hay efectos redistributivos o “asignativos”. Los consumidores estadounidenses consiguen productos importados a precios más bajos, y los productores estadounidenses que exportan sus productos ven disminuida su demanda en el extranjero. De la misma manera, los productores nacionales deben enfrentarse a una competencia de precios más intensa con productos extranjeros en el mercado local.
Además, los ahorristas e inversores también se ven afectados, ya que los hogares y negocios que habían invertido en países extranjeros sufren una “pérdida de conversión” cuando el dólar sube, mientras que los extranjeros que habían invertido en los EE. UU. disfrutan de una “ganancia de conversión”.
Para los ciudadanos de países con monedas ancladas al dólar, la situación es igual a la de los habitantes estadounidenses: algunos se benefician y otros no. Sin embargo, en países con moneda vinculada al dólar, quienes tienen una mayor influencia política hacen lobby para modificar el tipo de cambio oficial. Además, desde los mercados de divisas, se especula con que los políticos de algunos países mantengan las tasas fijas existentes, y con que los funcionarios de otras naciones cedan ante la presión para “desvalorizar” el tipo de cambio a una tasa inferior.
Lo importante es que siempre hay ganadores y perdedores cuando se modifica el tipo de cambio, ya sea como resultado de la oferta y la demanda en un entorno flotante o como consecuencia de ajustes periódicos cuando el tipo de cambio es fijo.
Como principio general, una moneda fuerte y estable beneficia a los consumidores, aunque los cambios en los precios son un reflejo de los cambios en la oferta y la demanda de bienes y servicios. Sin embargo, a la hora de competir con los productores extranjeros, quienes comercializan sus bienes a nivel global se quejan de los efectos negativos que tiene una moneda nacional fuerte. La experiencia nos dice que los productores tienen más influencia política que los consumidores, por lo que generalmente ha habido un sesgo en contra de una moneda “fuerte”. A veces –como ha sido el caso de Japón en los últimos años– las políticas económicas tienen como objetivo principal debilitar la moneda en relación con la de los principales socios comerciales con el fin de favorecer a los productores nacionales de bienes transables.
Aun cuando debilitar el valor del cambio no es un objetivo específico de aquellos que formulan las políticas públicas, hay otras políticas económicas –como la fiscalidad y la regulación de las empresas– que pueden resultar en una “fuga de capitales”, como cuando los ahorristas e inversionistas buscan trasladar sus ahorros e inversiones a un entorno económico más seguro. Es lo que ha sucedido en Venezuela en los últimos años, y que probablemente sea un factor influyente en la reciente debilitación de la moneda china. Tales países tienen superávits en cuenta corriente o superávits comerciales, que no es más que una señal de malas políticas y fuga de capitales.
En un mundo de divisas fiduciarias con tipos de cambio flotantes, siempre habrá algunos que se beneficien con la fluctuación en el mercado de divisas, y otros que no. Lo inevitable aquí es que la “balanza de pagos” siempre estará equilibrada. Si un mejor clima empresarial–con menor tributación y menos regulación– estimula tanto el retorno del ahorro interno, como el flujo de inversión extranjera, la moneda será fuerte, y por lo tanto, el “excedente” de capital será igualado por un mayor déficit comercial o en cuenta corriente. El peligro se presenta cuando los políticos reaccionan a esa dinámica de mercado en un intento de favorecer a los productores nacionales a expensas de los consumidores locales.
Jerry Jordan, economista y expresidente del Banco de la Reserva Federal de Cleveland, es miembro de la Sociedad Mont Pelerin y un académico adjunto del Instituto Cato.