
Por Luis Guillermo Vélez Álvarez
La historia tiene sus astucias, al decir de Hegel. La Carta Democrática de la OEA, por cuya aplicación a Venezuela claman los “demócratas” de América Latina, buena parte de los cuales han guardado silencio durante los 18 interminables años de la dictadura chavista-madurista, es el invento de un venezolano, Rómulo Betancourt, quien lideró el movimiento cívico que en 1958 dio al traste con la dictadura de Pérez Jiménez, a quien sucedió en el poder después de triunfar en la elecciones realizadas en diciembre de ese año.
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En el discurso de posesión, el 13 de febrero de 1959, Betancourt formuló la que desde entonces llevaría su nombre, la Doctrina Betancourt:
“Solicitaremos cooperación de otros gobiernos democráticos de América para pedir, unidos, que la OEA excluya de su seno a los gobiernos dictatoriales (…) sólo pueden formar parte de este organismo los gobiernos de origen respetable nacidos de la expresión popular, a través de la única fuente legítima de poder que son las elecciones libremente realizadas. Regímenes que no respeten los derechos humanos, que conculquen las libertades de sus ciudadanos y los tiranice con respaldo de las políticas totalitarias, deben ser sometidos a riguroso cordón sanitario y erradicados mediante la acción pacífica colectiva de la comunidad jurídica internacional.”
En 1960, Betancourt consiguió que su doctrina se aplicara a República Dominicana, gobernada con mano férrea por el dictador Rafael Leonidas Trujillo, El Chivo, de Vargas Llosa. Más tarde se aplicó a la Cuba de Fidel Castro. Betancourt se granjeó así, o mejor acrecentó, el odio visceral de ambos dictadores. El odio de Trujillo era muy viejo, por lo menos desde 1948. En varias oportunidades había enviado pistoleros para asesinarlo.
Después de la expulsión de la OEA, organizó un atentado dinamitero en Caracas al que Betancourt sobrevivió milagrosamente. Castro, por su parte, patrocinó dos incursiones guerrilleras contra Venezuela, que fueron conjuradas cabalmente. Pero Castro lo odiaba también desde antes de su expulsión de la OEA, después que Betancourt se negó a otorgarle un préstamo de USD $300 millones en petróleo. El petróleo de Venezuela no se regala, según Enrique Krauze, con esta frase lapidaria habría despachado Betancourt la pretensión del dictador cubano. Años más tarde, Chávez compensaría con creces el regalo negado.
De manera unilateral, en aplicación de la Doctrina Betancourt, Venezuela rompió relaciones diplomáticas y comerciales con España, Argentina, Perú, Ecuador, Guatemala, Honduras y Haití. Hacer esto en los años 60 era ir en contra de la política exterior de Estados Unidos que, en su afán de contener la “amenaza comunista” apoyaba a las dictaduras de derecha. Pero era algo que Venezuela se podía pagar pues desde los años treinta se beneficiaba de ingentes ingresos petroleros. Curiosamente, otra astucia de la historia, como Chávez, en su momento Betancourt se enfrentó al “Imperio” pero para defender la democracia mientras que aquel lo hizo para defender la dictadura.
Se ha dicho que la aplicación de la Carta Democrática a Venezuela en poco o nada contribuye a poner fin a la dictadura. Hay algo de verdad en esto, se alega el caso de Cuba. Pero también es verdad que el aislamiento internacional del gobierno de Maduro sería un fuerte apoyo moral al pueblo venezolano que desde hace años lo ha venido reclamando infructuosamente. El desenlace de la crisis depende de la capacidad de la oposición venezolana de paralizar el país y volcarse a las calles durante varias semanas y de la respuesta del ejército frente a una movilización masiva. Si la respuesta es la represión, la dictadura se consolidará y se hará más brutal.
Rómulo Betancourt era un hombre de armas tomar en el sentido exactamente literal. Se dice que portaba siempre un revolver con el que estaba dispuesto a plantar cara a los sicarios que Trujillo, Somoza y otros dictadores enviaban para asesinarlo. Al pueblo venezolano le está haciendo falta ciertamente el apoyo internacional y de algo le serviría la aplicación de la Carta Democrática. Pero inerme como está frente a una dictadura armada hasta los dientes, más que la doctrina lo que más falta le hace es probablemente el revolver de Betancourt.
Luis Guillermo Vélez Álvarez es Economista. Docente, Universidad EAFIT. Consultor, Fundación ECSIM.