“¡Parece una cosa de locos! ¿Cómo puede alguien -supuestamente cuerdo, cosa que dudo- afirmar que el capitalismo es la mejor sociedad para anhelar, estudiar, trabajar, emprender, vivir y ser feliz? Me parece completamente increíble y deschavetado. Acaso en el ‘genial’ capitalismo ¿no hay pobres?, ¿no hay ricos?, ¿multimillonarios?, ¿niños trabajadores?, ¿personas sin acceso a salud, a vivienda, a servicios públicos? ¿No son todas estas colosales injusticias?”.
Con la rara paciencia que me dan los años recientes, me limité a responderle: “Mi estimado Carlos, ¿pobres?, sí los hay. ¿Ricos?, sí los hay. ¿Multimillonarios?, sí los hay. ¿Niños trabajadores?, sí los hay. ¿Personas sin acceso a salud, a vivienda ni a servicios públicos?, sí los hay. Pienso que no son injusticias sino equidades. Y le di a Carlos el borrador de este libro: El genial capitalismo. En buena medida es mi respuesta a sus preguntas, las cuales durante 27 años fueron las mías propias. O no propias, sino las que me enseñaron, pues me enseñaron a odiar el capitalismo. El primero en hacerlo fue mi querido abuelo Papá Memo, con quien leí el aburridísimo Capital. ¿También tú lo odias? Comencemos.
Por mucho, el capitalismo es el mejor sistema social de la historia, ¡económicamente también!
El primero que satisface las necesidades humanas de todos sus habitantes. Antes de él, millones y millones de personas sufrían a diario miedo, hambre, frío nocturno, sed, desnudez… Lo prueba esta sencilla y contundente gráfica:
Recién en 1820, cuando nacía el capitalismo, el 95% de los habitantes urbanos eran pobres o paupérrimos. ¡Qué horror! Hoy sobrevive con menos de dos dólares diarios solo el 5% de la población urbana, una de cada veinte personas. En Bogotá el porcentaje es menos; sus habitantes con necesidades básicas insatisfechas bajaron del 5,2% al 4,2% en 2015; menos de uno de cada veinte con una o más necesidades básicas insatisfechas. En dos siglos, la transformación capitalista fue increíblemente benéfica para todos, ocurrió una silenciosa re-evolución de marca mayor, jamás antes vista ni en la prehistoria ni tampoco en la historia humana.
Artículo 2– El alma del capitalismo son las libertades personales plenas.
El capitalismo promueve cinco libertades personales en todos sus ciudadanos, desconocidas por las sociedades anteriores. Las libertades de:
1. Anhelar
2. Estudiar
3. Trabajar
4. Emprender
5. Y amar libremente
Las cuales te permiten ¡vivir y ser feliz! El máximo anhelo capitalista. Por vez primera en la extensísima historia humana –de 6 millones de años, o trescientas mil generaciones-, estas geniales libertades benefician al conjunto de habitantes, sin discriminar a ninguno. Y más sorprendente aún: benefician a personas comunes y corrientes, como tú y yo.
Antes del capitalismo, la inmensa mayoría subsistió en la miseria, mientras un minúsculo 5% disfrutaba de todos los bienes, servicios y poderes. Fue la regla en todas las sociedades no capitalistas de la historia y prehistoria. Significa que eran plenamente sociedades socialistas, ¡las únicas que han existido! Luego el socialismo no es una utopía, sino la realidad universal pre moderna.
Por la genial libertad del capitalismo de anhelar, cada persona puede diseñar sus sueños, anhelos, metas. Sean estos cuales fueren, pues nadie, y menos los funcionarios del Estado, pueden interferir el libre curso de su personalidad. Igual ocurre con sus creencias, sus decisiones religiosas, políticas, su manera de vestir…
Por la genial libertad educativa, empresas privadas ofertan los programas educativos que a bien tengan. Los currículos, las metodologías, las áreas de estudio, los sistemas de evaluación que diseñen, sin ser supervisados ni controlados por ningún funcionario estatal. ¿Será esto mucho pedir? Padres e hijos deciden qué educación o formación anhelan.
Por la genial libertad laboral, cada joven define su rol laboral (empresario, trabajador independiente, profesional, alto directivo…), selecciona la empresa y el trabajo de sus sueños. Por supuesto, deberá formarse para alcanzar tales metas. Si decide, en cualquier momento podrá cambiar de rol laboral, de empresa y de trabajo, solo debe notificarlo y punto.
Sin considerar su clase, estrato, profesión, raza, recursos, patrimonio, experiencia previa, cualquier persona puede crear la empresa de sus sueños, gracias a la genial libertad empresarial del capitalismo.
El genial capitalismo liberó a los jóvenes campesinos atados a la tierra y a la férrea dictadura del paterfamilias, ofreciéndoles trabajo y remuneración, nació el amor entre un hombre y una mujer, sin la tutela de nadie, solo de sus corazones: nace el amor romántico. El capitalismo no se detuvo, inventó y divulgó a precios muy baratos la magnífica píldora anticonceptiva gestora de la revolución sexual. Pronto creó las condiciones para liberar a las jóvenes de sus papeles milenarios, asociados con la maternidad, haciéndolas otros genuinos, y dar el paso al magnífico amor simétrico, ¡en sus cincuenta y seis variantes!
Estas libertades son las condiciones esenciales para producir seres autotélicos: auto (tú mismo diseñas), thelos (sueños). Primeros humanos autotélicos de la historia, a quienes se les otorga el poder elegir sus sueños, su educación, su trabajo, crear empresas y amar. A fin de vivir libres y ser felices. ¡De tí depende!
Las libertades del capitalismo crean individuos, personas o seres únicos, dueños de sus particulares destinos, con creencias propias, maneras de actuar, pensar y amar. No hombres volcados a servir a los otros y a su sociedad, como anhelan los socialistas, para quienes la libertad de anhelar causa enormes diferencias entre las personas –económicas, salariales, actitudinales–, y ellos odian las diferencias.
Así ocurre, en efecto. Unos anhelan crear empresas, otros graduarse de médicos, otros convertirse en artistas, otros ayudar, otros no hacer mucho… y así indefinidamente. La gama de diferencias se torna infinita y los socialistas aman la igualdad.
Y todo esto causa enormes diferencias económicas, desde niveles de supervivencia con dos dólares diarios, como ocurrió a lo largo y ancho de la prehistoria y la historia. Y de allí hasta un salario mínimo, luego hasta diez para los profesionales mejor pagados, cien para los más altos gerentes y directivos. Lo que nos trae de nuevo a escena la pregunta de mi buen amigo Carlos:
“Y mil para no pocos talentos. Acaso en el ‘genial’ capitalismo ¿no hay pobres?, ¿no hay ricos?, ¿multimillonarios?, ¿niños trabajadores?, ¿personas sin acceso a salud, a vivienda, a servicios públicos? ¿No son todas estas injusticias colosales?”.
¡Es necesario eliminar estas escandalosas diferencias que plantearon los socialistas! ¿No lo crees?
Los socialistas entendieron que el motor del capitalismo son millones de personas cada una luchando por plasmar sus sueños, los suyos propios, los que él quiere, anhela, ¡le da la gana! La solución socialista fue radical: eliminar los sueños personales. Los eliminaron de un tajo, tenían que hacerlo.
En Corea del Norte y Cuba crearon libretas de consumo. Cada semana le llega al jefe de hogar una libreta que consigna los alimentos y las porciones a recibir del Estado. Sin distinciones de clase, educación, méritos, esfuerzos, trabajo… ¡todos reciben lo mismo! ¿No es esto genial para la igualdad? Sí. ¿Para la equidad? No.
Aunque bloquea el trabajar hacia ningún sueño personal tuyo. Como mi sueño de comprar un piano Yamaha 950, del cual estoy cerca. O el de Leticia de ayudar a su madre enferma o el de Luis Guillermo de invitar a cenar a su esposa a celebrar su cuarentavo aniversario. En el socialismo, los funcionarios estatales lo deciden todo.